Aquel ángel que había dotado con un poco de magia al mundo mortal se encontraba encadenado, brujos y otras criaturas fantásticas estaban en su repertorio, sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a abogar por él. Se preguntarán la razón por la cual se encontraba en esta situación ¿o no?, pues sus ojos no eran lo único que estaba hecho de cristal, ya que su corazón era tan frágil y transparente como ese material.
Ya había dicho que no todos los ángeles eran buenos ¿cierto?, pues tuvo la mala fortuna de encontrarse con uno de ellos, antes de todo debo aclarar, que la belleza de un ser celestial es infinita así que no pudieron evitar caer ante el otro. Su amor floreció como una rosa entre las llamas del infierno, nuestro querido ángel sabía que su ser amado era un ser oscuro, pero su enorme corazón no pudo evitar ignorar sus cicatrices y todo aquello que lo cubría.
Su romance fue lo más hermoso que pudo existir, hasta que ya no lo fue. Todo tiene su final, pero esto solo fue el comienzo de una maldición más.
—Despídanse —un estruendo enorme retumbo en el lugar.
- ¡NO! —grito él, negándose a ver morir a su amado solo por el delito de haberse enamorado—. ¿¡Qué no se supone que se nos enseña a amar y perdonar!?
—No en este caso —la voz volvió a sonar—Háganlo.
Con lágrimas de sangre en los ojos vio morir al amor de su vida, ante sus cristalinos ojos y podría jurar que jamás olvidaría su última sonrisa y el "ITE MORE" saliendo de sus labios. Ese último te amo en su lenguaje demonio, ocasiono que su corazón se rompiera en infinitos pedazos. El grito de dolor más desgarrador que se había escuchado retumbo por todo el cielo, incluso se dice que llego a escucharse en el mismísimo infierno, pero eso es algo que nunca se podrá comprobar.
—¡Jamás podrán separarnos, y el mundo entero ardera hasta que volvamos a estar juntos! —pronuncio rompiendo las cadenas que lo ataban, su corazón marchitó corrompió su alma y su poder se disparó contra todos sus compañeros—. ¡Sientan lo que yo sentí! —las cadenas que antes lo retenían salieron disparadas del suelo y se cernieron sobre los demás ángeles-. ¡Cada 150 años alguien como yo renacerá! Será un ser sin magia de nacimiento, ¡pero un corazón de cristal será su condena, cuando este se rompa se desatará un poder que podría ser la salvación o la perdición de este mundo! ¡Ellos serán mi eternidad, y no descansare hasta volver a estar junto a él!
Fue lo último que dijo antes de que una flecha de oro celestial le atravesara el pecho, pues eso era lo único que podía matar a un ángel. Él solo sonrió maliciosamente antes de cerrar sus ojos, antes tan claros como el cristal y ahora tan oscuros y rotos como la noche.
Un corazón roto para una persona normal dolía, pero para un ángel era diferente. Ellos solo amaban una vez, y cuando su frágil y vital órgano se desgarraba, jamás habría vuelta atrás.
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Editado: 16.01.2025