Legnas Extras

14. Problemas en el paraíso

Capítulo dedicado a todas las cumpleañeras de febrero, en especial a Marisol del grupo de las Ambarmaniáticas... Espero que hayas pasado un día super especial

Sam:

Odio a Dios...

Bueno, odiar lo que se dice odiar, no...

En realidad, a veces odio que mi novia sea el puto Dios, fundamentalmente en las noches. Esas en las que cualquier pareja normal que se quiera, estaría demostrándose sus sentimientos, haciéndose el amor el uno al otro hasta el amanecer y si uno de ellos es un vampiro y el otro es Dios, podría suponerse que tienen bastante resistencia para pasarse horas disfrutando. Pero no, eso es totalmente mentira. Intentar intimar con Vitae, es misión imposible y mi orgullo está seriamente lastimado.

Les explicaré por qué, para que me entiendan.

Resulta que...

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunta Adams de repente, interrumpiendo mis pensamientos.

Estoy en unos de los balcones del palacio, desde donde se ve claramente la inmensidad del reino de los Legnas. Debo reconocer que le cogí el gusto a este rincón, fundamentalmente porque desde que Vitae regresó hace dos meses y yo volví a vivir al castillo, he venido aquí más veces de las que me gustaría admitir, tanto así que incluso me lo he adjudicado.

Como lo escuchan, es mío. Obligué al brujo a tallar en la pared encima de la puerta mi nombre y debajo un letrero que dice: "si sales estás muerto".

Alexander montó el grito en el Cielo y ordenó que lo eliminaran, algo a lo que yo me negué y luego de una intensa discusión, gané... Gracias a Jazlyn, pero lo importante es que gané y el balcón ahora es mío.

—Cuando Adelise nos despertó en la madrugada, estabas aquí. —Continúa mi hermano ante mi silencio—. Era como las cuatro de la mañana.

Me encojo de hombros, mientras aparto los brazos del barandal. Le doy la espalda al vacío y me apoyo en el borde.

—No me fijé en la hora, pero creo que fue mucho antes.

—¿Sucede algo? Vitae te estaba ayudando a dormir, ¿no?

Asiento con la cabeza.

—¿Pelearon?

—No, es solo que...

La puerta del balcón se abre y Sacarías, con su pelo tan alborotado como siempre, hace acto de presencia.

—Hasta que te encuentro —dice, mirando a mi hermano, que arquea las cejas cuando el brujo coloca sus brazos sobre su cintura—. Debí suponer que estarías aquí. Lucio necesita que vayas al SENCO con urgencia.

—¿Por qué no me llamó?

—¿Cómo? ¿Por telepatía? Dejaste el maldito teléfono en tu habitación.

—Uy, amanecimos enojados —comento por lo bajo, ganándome una mirada lila fulminante.

—¿Qué bicho te picó anoche, Sacarías? —pregunta mi hermano.

—O cuál no le picó —me burlo, arqueando una ceja y el brujo resopla.

—Amaneciste chistosito, Hostring.

—¿Qué hizo Ezra ahora? —pregunto.

—De ese imbécil ni me hables.

Aprieto los labios para no reír. Ya no me preocupo por comentarios como esos; después de presenciar y actuar de mediador en un sin número de broncas entre ellos en los últimos catorce meses, he terminado acostumbrándome.

Lo que sea que lo tenga de ese humor de perro, ya se les pasará.

—Ok —dice mi hermano para zanjar un posible drama—. Gracias por avisar, veré que quiere Lucio.

Da un paso en dirección a la puerta y luego se voltea hacia mí.

—Ni pienses que se me olvidará lo que estábamos hablando. Más tarde continuaremos con calma.

Asiento con la cabeza.

Ya no se siente raro tenerlo conmigo, queriendo formar parte de mi vida, preocupándose por mí y aplaudiendo mis logros. De hecho, tenerlo a mi lado se ha convertido en un placer. Ya no concibo vivir en un mundo donde no seamos los hermanos Hostring.

—¿Qué sucede? —pregunta Sacarías.

—Nada —respondo con rapidez, dejando claro que sí sucede algo.

El brujo entrecierra los ojos mientras me analiza.

—¿Problemas en el paraíso, Sam?

—No.

—Yo creo que sí.

Presiono los labios con fuerza, esta vez para no mandarlo a la mierda.

—Sam —me llama, captando toda mi atención ante su tono repentinamente serio—. Hablar de tus problemas con tus amigos es una buena forma de mirarlos desde otras perspectivas para resolverlos.

—Tú lo que quieres es chismosear.

—¿De quién lo habré aprendido? —pregunta con sarcasmo y solo su mirada responde esa interrogante: de mí.

El brujo saca su celular del bolsillo, marca un número y frunzo el ceño al escuchar la voz de Lucio al saludar.

—No he encontrado a Adams por ningún lado. A ese Hostring se lo tragó la tierra. Tendrás que buscarte a otro. Nos vemos.

Y sin dejarlo contestar, cuelga bajo nuestra total estupefacción.




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