Adams:
Luego de recibir el mensaje de Jazlyn, salgo de mi casa para ir en su búsqueda. Estoy ansioso, nervioso; siempre tuve la esperanza de que esto nunca ocurriría, que ella nunca sabría lo que había sucedido con su familia y, por consiguiente, que lograría cumplir la promesa que le hice a su padre de protegerla. Desgraciadamente, las cosas a veces no suceden como las deseamos.
Todavía recuerdo su cara de espanto cuando le hablé sobre el vampiro encapuchado sobre el que debía escribir en el formulario. Sé que pensó que estaba loco y que puse en duda su confianza en mí, pero más no podía contarle. Cada vez que una palabra salía de mi boca, mi sangre me quemaba. No hay forma ni humana ni mágica posible de eludir el hechizo de Sacarías y el poder del Juramento de Sangre para contarle todo sin morir en el intento.
Llego al restaurante en poco tiempo, no queda lejos de mi hogar, tal vez por eso ella lo escogió. Me pregunto por qué no ir a mi casa como tantas veces lo ha hecho. Prefiero pensar que es por los tamales de la señora Benson y no porque me tiene miedo o algo por el estilo. Sé que la última vez que hablamos presioné demasiado su confianza en mí. No sé qué pasará a partir de hoy, pues lo que le pediré implica una fe ciega, que no sé si he logrado ganarme en los últimos tres años.
A lo lejos, Jazlyn me saluda con una mano y yo le dedico una sonrisa. Me dispongo a ir a su encuentro cuando un escalofrío recorre toda mi espina dorsal. Confundido, miro a mi alrededor, pero no veo nada raro, aun así, la sensación de alarma permanece.
Jazlyn llega hacia mí y luego de nuestro saludo habitual, lo siento.
Sam...
Escondido en algún lugar en el bosque, observándome y no necesito verlo para saber cuál es su estado. Quiere matarme, quiere venganza tal y como me la prometió hace tantos años y está a punto de perder el control, pero, lamentablemente para él, no será hoy, ni pronto. No se lo permitiré.
La última vez que supe de él, se había marchado de la ciudad. Siempre me he mantenido al pendiente de su vida, a fin de cuentas, juró matarme y necesito estar seguro de cuando vendrá para estar preparado; pero siempre he estado en las sombras, cubriendo mis huellas y esperando el milagro de que su ira mermara y me permitiera explicarme. Supongo que tres siglos no son suficientes; después de todo, maté a su madre.
Intentando no mostrar mi preocupación, apuro a Jazlyn para que entre al restaurante. Sam está al perder la cordura y me pregunto, ¿por qué no lo ha hecho aún?
No se le conoce por tener paciencia. Cuando quiere algo va a por ello sin importarle quien debe morir en el camino y ha matado a suficientes humanos como para temer que lo descubran. No, es algo más; pero sin tiempo para descubrirlo ahora, entro al restaurante después de Jaz.
Respiro profundo al sentir como su oscura presencia se aleja del claro del bosque; agudizo mis oídos y, por el sonido del agua, supongo que está cerca del lago.
El olor a tamales inunda mis fosas nasales y el estómago me ruge, no sabía que tenía tanta hambre como hasta este momento. Caminamos hacia una de las mesas del fondo y la madera del piso cruje bajo nuestros pies. Me encanta ese sonido, me relaja.
Sin perder mi concentración en los pasos de Sam, tomo asiento frente a Jaz quien me sonríe. Intento devolverle el gesto, pero estoy seguro de que sale como una mueca al escuchar el gemido de dolor de alguien a lo lejos y el desplome de un cuerpo contra el suelo.
"En otro momento será, Adams. Juré que te mataría si nos volvíamos a encontrar; es hora de cumplir mi promesa."
Lo escucho murmurar.
¿En algún momento acabará esta lucha?
—¿Estás bien? —pregunta Jazlyn tomando mi mano. Sacudo la cabeza para eliminar esas últimas palabras y le sonrío.
—Sí, no te preocupes.
La mesera llega a nosotros, bolígrafo en mano, lista para recibir la orden. No tengo que pensármelo.
—Arroz frito, ración doble por supuesto; costilla frita, tamal, fritura, ensalada con todo lo que tengan y mariquitas —pido y solo mencionarlo me agua la boca—. ¿Y tú, Jaz?
—No sé dónde metes tanta comida —comenta, sonriendo. Siempre se ha asombrado de esa capacidad, pero soy un hombre lobo, claro que como mucho—. Yo quiero arroz moro, bistec de cerdo, tamal y mariquitas. Gracias.
—¿Algo más? —pregunta la mesera.
—Dos cervezas, casi lo olvido.
La mesera asiente, termina su nota y se va. Centro mi mirada en mi amiga, necesito saber cómo le fue hoy.
—¿Y? —pregunto, arqueando las cejas.
—Ya estoy dentro como querías, ya llené el dichoso formulario. Por cierto, tuve que ir directo al SENCO.
—¿Al SENCO?
—Larga historia —responde agitando la mano en el aire para restarle importancia—. ¿Qué tengo que hacer ahora?
—Deja ver cómo te explico. En realidad, aún no eres miembro de la Logia, solo eres alguien que pidió incorporarse a sus filas. —Me detengo al sentir el ya familiar calambre recorrer todo mi cuerpo.