Legnas: la profecía I

19. La profecía

Sam:


Supongo que no lo puedo retrasar más. Hace una semana regresé del viaje que decidí hacer solo para alejarme de mi padre y, a pesar de que sé que sabe que he regresado, no he tenido deseos de visitarlo. Pero no me pueden culpar, odio a ese hombre... aunque pensándolo bien, yo odio a todo el mundo.


Estoy frente a la Mansión Hostring en uno de los bosques más espesos y peligrosos de todo New Mant. Muchos pensarían que por ser el nido de uno de los vampiros más peligrosos del mundo sería un lugar lúgubre, cerca de un cementerio, pero no, todo lo contrario.


La mansión es un símbolo de riqueza y buena vida, que desborda lujos por todos lados. Por el día solo está el mayordomo y por la noche, Cristopher Hostring junto a sus seguidores, salen de las catacumbas y entran en escena.


Entro a lo que se supone que debo llamar hogar y me encuentro con mi padre bebiendo de un humano hasta matarlo. Lindo.


—Vaya, vaya… Mi hijo se ha dignado a aparecer.


—No dramatices, padre. Veo que te sigues alimentando muy bien.


—Claro. —Sonríe mientras se seca los labios con un pañuelo—. La salud es lo primero.


Tengo que admitirlo; bebo sangre humana, directamente de ellos, de hecho. He matado y lo seguiré haciendo; estoy muy lejos de ser un santo, pero mi padre resulta desagradable. 


Me arrepiento de muchas cosas en esta vida; no renegar de mi naturaleza no es una de ellas, en cambio, no haber matado Cristopher Hostring cuando tuve oportunidad, encabeza mi lista y por consiguiente, me odio por ello. Pero no es momento de llorar sobre la leche derramada... odio esta vida, pero es la que me toca, sin embargo, hoy no estoy de humor para aguantarlo. 


Después de los últimos días; después de ver a Jazlyn, demasiados recuerdos se han despertado en mí y pensar en lo que le hizo a Mía, solo aviva mis ganas de acabar con él. Destruyó mi vida y aun así, no lo puedo dejar. Irónico.


Meto las manos dentro de mis bolsillos y con paso despreocupado me dirijo a las escaleras.


—¿A dónde crees que vas?


—A mi habitación.


—No lo creo, tengo algo que mostrarte, ven conmigo —dice como si no me hubiese escuchado y desaparece por la puerta que da a la cocina.


Suspiro profundo. A pesar de que no lo necesito, ese acto reflejo me tranquiliza de alguna forma. 


Le sigo sin emitir sonido alguno mientras él parlotea sobre algo de lo que se enteró hace poco y que está seguro de que me va a sorprender. No sé de qué puede tratarse, pero viniendo de él, dudo que sea algo bueno.


Bajamos las escaleras hasta el sótano de la mansión y otra más hasta llegar a las catacumbas. Odio este lugar, no siempre he sido inmune al sol, por lo que pasé muchos años escondido aquí abajo durante el día.


Hay varias tumbas de las antiguas, donde suelen descansar cuando el sol brilla con todo su esplendor y la iluminación, cómo es lógico, es terrible; pero bueno, nosotros no la necesitamos, así que, ¿qué más da? Nuestra visión es perfecta. 


Llegamos a lo que él llama su santuario, pero que no es más que su oficina; esa en la que guarda hasta sus más oscuros secretos. Nunca me ha dejado entrar, de hecho, en una ocasión me castigó con cien latigazos solo por abrir la puerta, supongo que por eso me sorprende tanto que me invite. 


Curioso, miro a mi alrededor, realmente no es la gran cosa: un escritorio, un montón de libros, mapas, un refrigerador, supongo que lleno de sangre y alguna que otra reliquia reunida a través de los siglos. Qué decepción. 


—¿Qué hacemos aquí?


—Hace unos días me he enterado de algo que me ha llenado felicidad —dice y realmente parece feliz—. Ha vuelto a nacer, tenemos la oportunidad de volver a caminar bajo el sol, Sam.

 —Mi cuerpo se tensa ante sus palabras mientras lo veo rebuscar entre el reguero de papeles de su escritorio.


Que no sea lo que estoy pensando, por favor.


—Hay una profecía, una que indica que esa criatura volvió a nacer. Una criatura igual a Mía y nos va a conceder la libertad.

 
¿Profecía? No sé de qué habla, pero la sola mención de Mía es suficiente para que la oscuridad aflore en mí, para que ese monstruo que vive en mi interior, luche con fuerza para salir y en estos momentos, no creo que me importe mucho impedírselo.


¿Es que no recuerda lo que sucedió la última vez? 


Mi padre retrocede unos pasos, consciente de la lucha que se libra en mi interior. Mis uñas están afuera, mis dientes punzan por salir y mis ojos están rojos, lo sé, lo siento mientras veo a mi autocontrol escaparse de entre mis dedos.


—Tranquilo, hijo. Sé que la última vez las cosas no salieron bien, pero es que no sabía que había una profecía. Si lo llego a saber, nada de eso hubiese ocurrido. ¿Y sabes por qué? Porque las profecías se cumplen. Es lo único bueno que tienen los Legnas; sus profecías se cumplen.


Da vueltas por toda la habitación hasta que encuentra lo que busca. Me tiende un papel arrugado y amarillo por el paso de los años y no lo voy a negar, me da miedo lo que pueda decir. 




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