Sharon:
—Más vale que sea importante, Hostring —advierto algo cabreada mientras irrumpo en la Gran Biblioteca.
Cerca de las cuatro de la mañana, este lobo insensible con el sueño de los demás, me envió un mensaje de carácter urgente pidiéndome encontrarnos aquí. Son las cinco menos diez, casi no he podido dormir.
—Es demasiado temprano y es el día más libre de la semana que tengo.
Me encuentro con su mirada y por unos momentos no sé qué hacer o decir, mucho menos cuando me sonríe ampliamente. Parece de buen humor.
—Si encontrar información que nos pueda servir para saber qué le está pasando a Alexander es importante, entonces creo que sí.
Me quedo quieta. ¿Va a ayudarnos? O sea, sé que se ofreció la última vez y todo eso, también sé que es un buen hombre, muy respetado, pero de ahí a ayudarnos de verdad, es algo que no esperaba. Estoy bastante segura de que para él siempre hemos sido dos críos mimados de la realeza.
Parece que mi estado de confusión le resulta divertido porque en ningún momento pierde su sonrisa.
—Protesta por lo temprano que es, princesa, pero eso no le ha impedido arreglarse. ¿De qué fiesta no me he enterado?
Abro la boca para contestar, pero no sale nada, la verdad es que no le puedo discutir eso. Llevo un vestido blanco por encima de las rodillas y un abrigo color mamoncillo a juego con los zapatos de quince centímetros que compré la semana pasada. Sí, voy arreglada, pero en mi defensa debo decir que uno de los mantras de mi madre es que la apariencia es lo primero, por lo menos para la familia real. Ya que no tengo argumentos decido cambiar el tema.
—¿Va a ayudarnos?
—Por supuesto que sí. ¿Por qué no lo haría? Quiero decir, a pesar de todo, Alexander algún día será mi rey.
—Ah. ¿Por qué estamos aquí a esta hora?
—Dado que esto es una investigación extraoficial, no quiero, y supongo que ustedes tampoco, que la Logia ande metiendo sus narices en este asunto. —Tiene razón, niego con la cabeza; definitivamente no queremos que esto se sepa—. Eso pensaba… A esta hora hay poca gente rondando por aquí así que no supone ningún problema.
—¿Y qué buscamos exactamente?
Adams me mira y su sonrisa divertida ya no está. Se pasa ambas manos por el pelo, despeinándolo aún más de lo que ya estaba y ahora que me doy cuenta, tiene unas pintas horribles. Está descalzo, con unos pantalones sueltos nada parecidos a los que usualmente cuelgan de su perfecto cuerpo, porque puede que nunca nos hayamos llevado muy bien, pero tendría que estar ciega para no darme cuenta de que el lobo es un completo bombón. Su camisa blanca está un poco estrujada y tiene los tres primeros botones sueltos, aun así no deja de estar muy atractivo, de hecho, creo que hoy lo está mucho más, dado que no va vestido formal como acostumbra.
—¿No le gusta mi apariencia? —pregunta sobresaltándome. Dios, debo parecer una completa idiota. Sonríe—. Digamos que llevo un rato buscando. Sin dudas necesito ayuda y si quiere servir de algo, más le vale quitarse esos zapatos. En un rato no los aguantará.
—Se sorprendería. —Ni loca suelto a mis bebés. Dejar mis pies descalzos a la vista de este chico... no, corrección, de este hombre, pues tiene más de trescientos años, definitivamente no es una opción.
—Si usted lo dice y en respuesta a su pregunta anterior, no sé qué estamos buscando, alteza. Solo algo que nos pueda dar una pista.
Bien, esto no puede ser tan difícil, o al menos eso creo, pero solo de mirar el estante que Adams me muestra, sé que estoy equivocada. La búsqueda comienza por los Libros de Vida del magnífico Carlos Rito, el hombre lobo más importante del que se tiene constancia. Data del año 832 y su muerte se produjo cinco años después de la fundación de la Logia, o sea, en el año 1873. Lo que significa que vivió por más de un milenio.
Juro por Dios y por toda su descendencia que hoy pierdo los ojos. Uno diría que después de mil años no recordaría mucho de su vida y mucho menos que lo pudiera resumir en solo cinco años, pero al parecer el señor Rito, registró su vida desde que se inventó el papel. Hay libros aquí que me dan miedo solo tocarlos por lo antiguo que son.
¿Y si se rompen en mis manos?
No puedo ser acusada de destruir una de las reliquias más valiosas de la Logia. Para mi suerte, Adams me pide que se los deje a él.
Dos horas más tarde me quito los zapatos; odio admitirlo, pero Adams tenía razón. Esto cansa más que un día común. ¿Será porque estoy más aburrida que una ostra? Espera… ¿Las ostras se aburren?
Mi teléfono suena de repente sobresaltándome. Lo saco de mi cartera y al ver que se trata de mi hermano, contesto.
—¿Dónde estás? —pregunta a penas descuelgo—. Bueno, eso no importa ahora. Necesito que arrastres tu rasero aquí; un grupo de demonios, doce en realidad, han atacado al Reino de las Hadas del Aire. Ya estoy en camino.
—Nos vemos allá. —Cuelgo apresurada y mientras me calzo los tacones, observo a Adams quien tiene el ceño fruncido.