Lejos allá, tiempo hace, Japón '73

Todo empieza un día y todo sigue

Esa mañana de domingo llegamos a Ezeiza, el vuelo parecía estar completo ya que había mucha gente en la zona de verificación. Por aquel tiempo uno llegaba con el auto hasta donde ahora está la aduana y además se podía ver despegar los aviones desde la azotea y eso era lo que hacían los acompañantes a medida que se despachaba el equipaje. Despedí la familia e indiqué que subieran a la terraza para tener un mejor lugar, hice mi despacho y entré en la zona de embarque. Se había formado una larga cola frente a la puerta de salida, por lo que decidí esperar sentado hasta que esta se redujera y esto  sucedió en escasos minutos. Comenzaron a desaparecer por esa puerta y cuando quedábamos unos pocos, ingresé presentando la tarjeta de embarque de la que solo me dejaron un vestigio de la misma con el número de fila y asiento, rápidamente me habían quitado la idea de coleccionarlas. Camine hacia el avión que se iba llenando por dos escaleras y miré la terraza donde en fila frente a la baranda la familia saludaba, levanté la mano y retribuí el saludo retrocediendo (por un momento me sentí el muchachito de la película) pero una voz que me dijo “señor, usted por la otra escalera” me quitó del sueño de gloria. Me comporté de lo más amable, dejé subir a los pocos que faltaban y cuando llegue arriba agité  el brazo hasta lograr la respuesta, no insistí con los saludos por tres importantes razones, la primera, dos azafatas y el comisario de abordo esperaban mirándome casi sin expresión, segundo, mostrarme con experiencia en esas lides y tercero e importantísimo, sentí en mis pies la vibración de la puesta en marcha del motor de la escalera. Entré rapidito y con mi mejor sonrisa le dije a la tripulación “les deseo un feliz vuelo”, apenas hice lugar las dos azafatas se lanzaron hacia la puerta y tiraron fuertemente de ella, entonces el comisario se acercó movió un par de palancas y tomando un teléfono informó “puerta asegurada”. Como desconocedor de estos lenguajes generados por una profesión determinada, me fui a buscar mi asiento, riéndome,  mientras pensaba, ojalá no solo la puerta esté asegurada. Me instale y comencé a informarme, varias azafatas como siempre, explican mientras no sucede nada, todo aquello que debes hacer cuando suceda algo, pero para ese entonces supongo, no lo recordarás. A continuación  explicaron que cualquier duda, nos informáramos en el folleto que encontraríamos en el bolsillo frente nuestro. Era un 707, me pareció enorme, mi experiencia no pasaba del 727 un tri reactor que utilicé en pocas oportunidades, al folleto lo leí durante el tiempo que tardamos en llegar a la pista y lo guardé. Comencé a prestar atención al despegue, había elaborado la teoría que si un avión despegaba rápido todo estaba bien y tenía verificado que el promedio eran 27 segundos ya que tomaba como rápido 24  y como lento 33, consideraba que más de ese tiempo habría problemas,  nuestro despegue tardo 33 segundos. Los vuelos que había comprobado eran de cabotaje y por lo tanto llevaban menos combustible, ese pensamiento me inspiró confianza.  Habíamos alcanzado la altura de crucero-supongo-cuando comenzaron a servir el desayuno y ahí me “desayune” que el vuelo no era directo a Los Ángeles sino que hacía Lima, Bogotá, Ciudad de Méjico y finalmente Los Ángeles, aunque no deseara reconocerlo, esto no pasaba por un deseo, íbamos a llegar como a las 22 horas, lo verifiqué con el comisario que  confirmó “22 40, sin problemas”. Me acondicione lo mejor posible, dos películas, música, almuerzo, merienda y cena. Después de Méjico todo el avión era nuestro, ya que quedábamos en el vuelo cuatro gatos locos. Un grupo armamos una tertulia con parte de la tripulación y todo venía bárbaro hasta que el comisario mira el reloj se aparta discretamente, toma el teléfono y comienza un diálogo de un par de minutos. Regresa al grupo sin un comentario, entonces lo interrogo con el gesto y me contesta con una negación imperceptible. Pasados unos treinta minutos el comandante anuncia que es probable que tengamos que aterrizar en Montreal debido a que está cerrado el aeropuerto de Los Ángeles, el bochinche fue genial, yo dije a Canadá, no me jodan que mañana a la mañana salgo para Tokio, mientras algunos se matan de risa-no quiero ni  imaginar mi expresión -el comisario me aclara, es un aeropuerto alternativo a 120 millas de los Ángeles y en bus nos traen de vuelta en dos horas. No lo sabía-dije- continuó explicando, estamos en la torta de espera, varios vuelos están esperando para aterrizar y se derivan a los que van quedando sin combustible. Me acerque a la ventanilla buscando ver algo. Había varios aviones volando en el mismo sentido que el nuestro, parecían luciérnagas  y se veía a unos ocho a diez kilómetros y unos dos mil metros más abajo lo que lucía como un aeropuerto, de pronto apareció una fila de luces entre la noche y el mar que cobro vida y se dirigió descendiendo y extinguiéndose en el brillo de la pista. Escuché el rumor del cambio de configuración y anuncié a todos, vamos a aterrizar. Era mi segunda experiencia con demoras en un vuelo, es en estos minutos que exceden el tiempo normal donde el ser humano relaja los condicionamientos sociales, se extinguen las clases, se comporta como los borrachos nostálgicos, nadie pelea son todos amigos; por esa razón me trataron como cuando en el café erras una carambola hecha, los “añorantes” me consolaron con sorna, los “asumidos”  me consolaron  con pena y finalmente me redimió el comisario cuando dijo: así es, estamos por aterrizar. No bien termino la frase se escuchó  “atención personal de cabina”. Fue como una clave, en menos tiempo del que necesito para  decirlo, desapareció el carrito, las bandejas, se plegaron las mesas, se pusieron verticales los asientos y las azafatas estaban verificando que todos tuviéramos los cinturones puestos mientras que el comisario anunciaba los tiempos estimados para el arribo y la temperatura en el aeropuerto. Aterrizamos atrasados, todos atrasados y juntos, me imaginé que saldría del aeropuerto al amanecer   siguiente pero pasé inmigración con un genial oficio mudo , inmediatamente me encontré con la información del equipaje y sin mucho problema me hice de mi maleta, comencé a caminar despacito mientras me proponía mil preguntas y me imaginaba mil respuestas, preferentemente en inglés. Estaba agotándome tenía la sensación que mi cerebro pedía nutrientes creí escuchar ” shugar, please shugar”, de pronto me encontré frente a mi destino, la aduana, reacomode mis ideas y me fui acercando para espiar al monstruoso yanqui que me preguntaría “ no sé qué” y coherentemente, le respondería “qué se yo”. Ahí estaba, no lucía su sarape clásico ni su sombrero, por supuesto tampoco llevaba sus “meros fierros” , pero con un uniforme azul indefinido, desagradablemente indefinido, ahí estaba Emiliano, si señor Emiliano Zapata el mismísimo, zafé el idioma- pensé- y acerté Emiliano mantenía su acento mejicano y me atendió amablemente no me preguntó nada especial y nos despedimos deseándonos buenas noches y buena suerte, estaba exultante no cabía de gozo todo salía perfecto solo me faltaba el hotel y poder dormir . Comencé a caminar hacia la oficina de aerolíneas argentinas y según el mapa estaba lejos, así que lo tome como un descanso, de pronto apareció un grupo vestido con bufandas rojas y blancas, camisas rojas y blancas, pantalones con una pierna roja y otra blanca y sombreros, por supuesto, rojos y blancos,  todo el aeropuerto fue invadido por esos individuos. Al principio pensé que loco , después pensé que locos, acto seguido descarte a los hinchas de estudiantes, a los de river e hice la más lógica me acomode en la fila que avanzaba en mi dirección despreocupándome; a la distancia se veía el mostrador de Aerolíneas Argentinas y tras él un tipo grandote con pinta de jugador de futbol americano rubio por supuesto y enfundado en su impecable uniforme , me acerque lentamente y cuando llegue al mostrador escucho un “buenas noches señor en que puedo servirle”. Tengo un defecto que va conmigo y el defecto es reírme sin contemplaciones , y nunca pase malos momentos porque o he zafado por tamaño o he zafado  por argumentos pero en este caso especial hice un esfuerzo y me reí poquito ,casi pasó por una sonrisa amplia de gratitud ya que junto con la sonrisa le acerque un “Boucher” que tenía para el hotel, me miro con pena y me dijo en su mejor andaluz que todos los hoteles de los Ángeles estaban ocupados por la gente que vino para el “súper bol”(eso explicó la presencia de los extraños ejemplares que vestían de rojo y blanco). Le expresé mi necesidad de que consiguiera un hotel donde fuera y diligentemente comenzó a buscar hasta que encontró uno fuera de la ciudad, era lo que había. Le agradecí su ayuda y le pregunte donde había aprendido castellano y me contestó contándome parte de su historia de estudiante y su beca a España, Cuando me acompañó hasta la puerta para indicarme la parada de taxis que debía usar le dije  es bonita Sevilla ¿no?, se hizo un silencio y luego me dijo, me quedó el acento-al tiempo que se sonrojaba -, me sentí mal y le dije no te preocupes te queda muy bien le extendí la mano nos despedimos y me fui rogando haber enmendado mi pavada.



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En el texto hay: historia, realidad

Editado: 09.09.2020

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