Lejos allá, tiempo hace, Japón '73

Una cultura distinta

 Banco de Tokio decía el sencillo letrero, dos empleados  un escritorio un mostrador un reloj de pared un ábaco japonés un letrero  mostrando la paridad cambiaria y media docena de platitos, estaba en la sucursal del banco en el aeropuerto, la operatoria era loca uno ponía los cien dólares en un platito el joven tomaba el platito y lo colocaba en el escritorio del señor mayor a la derecha, este sacaba el billete abría un cajón de la izquierda agregaba el billete nuevo al fajo de cien dólares ponía el fajo en el cajón y lo cerraba, luego tomaba un formulario chiquito y escribía, miraba la cotización hacía el cálculo y abría el cajón de la derecha de donde sacaba un fajo del que tomaba billetes, lo reponía al cajón y sacaba otro y así repetía la acción con cada valor, cerraba el cajón ponía los billetes en el plato junto al papelito escrito y  lo colocaba a su izquierda, de donde era retirado por el joven que entregaba el platito al dueño de los cien dólares pero lo más loco era que todo el mundo cambiaba cien dólares y la cotización no cambiaba, para que tanto lío . En realidad todo eso me importaba poco ya que mi preocupación era la lentitud, estaba a quince minutos de las diez de la noche y  yo sabía que en Japón eso era muy tarde. Finalmente me hice del cambio pero no de las monedas que necesitaba para el teléfono y volví a informes donde la joven al verme llegar hizo unos movimientos de dibujo animado, primero amagó escapar hacia atrás pero la pared se lo impedía, apuntó al otro extremo del mostrador pero se dio cuenta que la puerta estaba justo del lado de donde yo venía así que giró y me enfrento con una sonrisa desteñida pero sonrisa al fin, con el billete en una mano y haciendo un obsceno circulo con dos dedos de la otra sonreí mientras decía “cois”, la invadió una felicidad que le ilumino la sonrisa y por supuesto se le olvido su poco inglés, me tomo del brazo mientras me sacaba el billete, ¿Qué habrá entendido pensé alarmado? con la misma mano que sostenía el billete me señaló un pasillo donde se veía de un lado teléfonos y del otro lado unas cajas adosadas a la pared, insistía en señalar las cajas, de inmediato se puso a planchar el billete y mientras me mostraba una cara me decía que no y al voltearlo me indico que si me devolvió el billete lisito y en la posición correcta , termino con su pequeño discurso y comenzó a saludarme con repetidas inclinaciones de cabeza dando por terminada la información. Poco me quedaba por hacer, me ponía a llorar, a reír o a caminar hacia aquel lugar de los teléfonos y las cajitas y finalmente fue lo que hice. Como un buen chico camine hacia mi destino llevando el billete planchadito en mi mano, a medida que me acercaba entendía de que se trataba, el dibujo de los billetes aparecía en las cajas y con dibujos también  mostraban lo que entregaban, me detuve frente a la que tenía el mismo prócer y colocándolo sobre la bandejita en forma correcta desapareció instantáneamente, no tardó en escucharse el ruido de las monedas, con ellas en mi poder mire hacia informes en donde me encontré con la mirada de mi informante que seguro que al salir del trance se dio cuenta que me había explicado todo en japonés, me incline ceremonioso y allá a más de 30 metros me saludo con un notable gesto. Busque el teléfono de la casa de Koichi era tarde pero no tenía otra posibilidad salvo que decidiera dormir en un cómodo sillón de un aeropuerto que parecía no cerrarse nunca. Me decidí por llamar, mientras sonaba el teléfono comencé a pensar, no tuve tiempo un “moshe moshi” me sorprendió, en mi mejor castellano le pregunte si era la casa de Koichi Obinata y luego de una eternidad una vocecita me dice en inglés que su marido está en la oficina-mi neurona poligloto dijo”kaput”- ella insistió, le doy el número de teléfono, le agradecí y comencé a tomar nota del numero pero como tenía dificultades con ellos le sugerí que me los diera en japonés cosa que la sorprendió, pero que hizo inmediatamente, nos despedimos e intenté con ese número, en la segunda llamada apareció el moshe moshi y a continuación el nombre de la empresa, pregunte en inglés por míster Obinata y se sintió el cambio, de una voz relajada paso a una voz firme formal e impostada, me dijo, si señor puede decirme quien lo llama. Por supuesto, pepe de Buenos Aires-agregue, permaneció un instante en silencio e insistí, solo dígale eso, si señor -dijo-. En pocos minutos escuche: hola pepe ¿me llama de Buenos Aires? -hola koichi, estoy en Tokio ¿estás trabajando hasta esta hora? -no, solo estamos jugando go es lo que hacemos los martes después de la oficina, ¿Qué necesita?- necesito ayuda, estoy en Haneda abandonado, se olvidaron de mí y acto seguido le explique con detalle todo lo ocurrido hasta el momento. Me dijo llámeme en 15 minutos por favor, acepte y me quede esperando, tratando de entender algo de lo que me rodeaba. Pasaron los 15 minutos y Koichi me informó de su comunicación con Olympus y que le aseguraron que todo estaba bien y que la persona que vendría a buscarme estaba en camino, le agradecí y quedamos encontrarnos la semana siguiente. Me dirigí al lugar de espera que me pareció más estratégico para visualizar la llegada de mi rescate, y acomodándome pensé que trajín este lun… ¡martes!, porque Koichi me dijo que los martes a la noche juegan al “go”. Yo Salí de Los Ángeles el lunes a la mañana con una expectativa de 13 horas de vuelo, ¿Dónde miércoles perdí el martes? Me pregunte. Estaba en eso de calcular horarios cuando aparece corriendo un japonesito que patinando por el impulso gira su cabeza para todos lados como buscando a alguien y de pronto viene hacia mí -es astuto me dije me ubico enseguida- se acercó serio y respetuoso, me dijo ¿mister Garuza? Cuando le conteste afirmativamente me entrego su tarjeta y  yo repetí su apellido correctamente agregándole el “san” (señor/A en japonés). Desde que me vio( Único occidental en el lugar)comenzó a meditar la disculpa, entonces le solucione el problema explicándole que primero tenía que retirar mi equipaje y sin  pausa le pregunte si era tan complejo el tránsito automotor en Tokio y si realmente generaban tantas demoras. Así fue como pasó varios minutos actualizándome de la realidad del transporte en la ciudad y como yo deje en el aire el tema de las demoras todo quedó en una ligera disculpa dispersa en la explicación. Tomamos el simpático monorriel hasta la ciudad, luego de cambiar de tren llegamos a la estación Shibuya,   después de caminar tres cuadras entramos en el hotel, del cual acabo de recordar el nombre, le decían “sanruto” que en buen castellano sería ruta del sol. Me había interiorizado sobre la difusión del idioma inglés en Japón y me dijeron que su uso estaba muy difundido, que no tendría problemas, apenas arribe a la recepción pude apreciar lo que me habían informado, todo el mundo hablaba fluidamente un perfecto “japonés”. Por fortuna se entendieron con mi acompañante quien terminado el trámite y tras acordar pasar por el hotel por la mañana salió disparado. Diez minutos después estaba en mi habitación, Salí al pasillo para reconocer el lugar, encontré dos máquinas expendedoras una de ellas daba agua fría, caliente y te japonés (gratis), ubique la puerta de emergencia que asomaba a la noche, una escalera con un descanso vasto, desde donde podía observar gran parte de la ciudad y sobre todo un área de muy altos edificios, que no creí hubiera en  una ciudad tan propensa a temblar. Después de unos minutos volví a mi habitación tome el té de la máquina y me fui a dormir. Desperté temprano, un ronroneo me fue sacando del sueño, curioso, me asome a la ventana y enfrente del otro lado de la avenida estaban construyendo un edificio y llenaban el encofrado de un cuarto  o quinto piso, no lo podía saber muy bien porque a medida que subían tapaban el frente con una especie de bastidor forrado con telas. Me vestí, seleccione lo mínimo necesario para poner en el portafolio y baje a desayunar. Ingrese al salón, estaba completo, mala hora pensé y volví hacia la entrada, ahí había un señor que ocupaba una mesa él solo, cuando me acerqué me hizo el gesto de que ocupara el lugar vecino, le agradecí puse el portafolio y fui a buscar mi desayuno. Cuando regrese estaba leyendo el diario y apenas me instalé me dijo, usted no es americano ¿verdad? Me sonreí y le dije soy americano pero del sur de américa no del norte, amagó una sonrisa y me insistió ¿de dónde viene? A lo que prestamente respondí, Argentina. “Aruyentin” , repitió y se quedó pensativo, después de que di cuenta de mi primer cruasán hábilmente enmantecado, -dijo-creo que  un hermano de mi madre vive allí, aproveche para comentarle que hay en mi país una colonia japonesa que se dedica una parte a la ropa y otra a las flores y que esta última es muy destacada. Le cayó bien el comentario, porque continuo monologando sobre la cultura floral japonesa, a las ocho en punto se disculpó y se fue,  no sin antes hacer un leve gesto con la cabeza que yo plagié, pero sentado. A las ocho y cuarto apareció mister Matsuoka rumbo a la recepción seguro de ubicarme en mi cuarto pero miró hacia el comedor y le hice un saludo con el brazo que no pudo evitar ver y entró corriendo hasta la mesa en donde se detuvo  inclinándose y saludando doblado por la cintura, cuando se irguió lo salude al tiempo que inclinaba levemente la cabeza. Le pregunte si había desayunado, haciendo una seña para que tomara asiento, entonces dijo que nos esperaban en la oficina a las nueve, apuré el desayuno y partimos. Caminamos hasta la parada de ómnibus en Sibuya fuimos a una zona donde había por lo menos ocho postes de paradas de ómnibus con el encabezado de un numero arábigo y una explicación totalmente en japonés,  Matsuoka san se paró detrás de un poste y esperamos, ahí comencé a conocer la tecnología de punta de los japoneses. Apareció un ómnibus al que ingresamos , el viaje costaba cuarenta yens y Matsuoka san  puso en una cajita de acrílico una moneda de cien y digitalmente se abrió el fondo de la caja y desapareció la moneda y digitalmente también aparecieron veinte de vuelto, la parte digital la ponía el conductor que con el índice movía la palanquita que tragaba la moneda, presionaba la tecla correspondiente al valor del vuelto y con el mismo dedo presionaba la palanquita que soltaba a las monedas de dicho vuelto. Otra de las cosas que me sorprendieron fue que en todos los transportes antes de   llegar a una parada o estación se escuchaba una musiquita y luego una voz que anunciaba donde se encontraba el pasajero. Tome como referencia las estaciones de ferrocarril que corrían a nuestro lado así memorice Yoyogi, Shinyuku y Hatagaya que eran las principales referencias y luego astutamente pase a las referencias secundarias, para cuando llegué estaban instalando en medio de la avenida una especie de “y griega” con la indudable intención de ensamblar posteriormente un camino elevado, así que tome la última “y griega” y conté tres paradas. Solucionado el problema ya no me podía perder. Llegamos a la fábrica y comenzó la tarea de saludar a todo el mundo- interesado en conocerme- y verificar por enésima vez que el inglés no era tan difundido como me habían dicho, primero fuimos a la oficina del gerente mister Shimoyama con quien hable unos minutos y después pasamos a un saloncito donde me presentaron a los gerentes de microscopía-que hablaba un excelente castellano-, fotografía, equipos de medición y endoscopía-que hablaban un mal inglés- allí pasamos varios minutos sosteniendo una conversación que tuvo sentido porque Miyasaka san soluciono los desentendidos haciendo la traducción castellano –japonés. Nos dirigimos a el área de ventas internacionales y después de que los empleados hubieran observado, a un individuo diez centímetros más alto que ellos, vestido con un impecable traje con unas brillantes botas que todos miraban cuando se sentaba y hablando un buen inglés- esto lo supe más tarde- satisfechos o desilusionados nos permitieron transitar hacia la zona del departamento técnico. Allí fui todavía más novedad, me rodearon una media docena de camperas marrones, color que usaban los jefes y no sé cuántas camperas azules que usaban por supuesto los técnicos. Comenzaron a hacer preguntas en un horrible inglés y se acercó uno que me habló en porteño, este por supuesto se hizo centro de todas las curiosidades y tradujo unos veinte minutos todas las preguntas que me hacían, la mayoría eran jóvenes que no tenían muchos conocimientos de geografía y la curiosidad mayor era de donde venía, el que hacía de traductor había estado en Buenos Aires trabajando en el representante de las máquinas fotográficas, y ya había tratado de explicar dónde estaba Argentina e insistió en hacerlo de nuevo pero sin prestarle mucha atención, volvieron con la pregunta. Vengo de Argentina y es  fácil y señalando el piso, dije, está justo del otro lado y por favor tengan cuidado cuando pisan, instintivamente todos miraron el piso y luego me miraron, incluso mi lenguaraz. Entonces despacito levante el puño y le explique brevemente lo que necesitaban para entender lo del piso. Todos me miraban cuando hablaba y después lo miraban a él cuando traducía, en pocos minutos, explicó lo que yo había dicho, a medida que explicaba yo veía que aparecían las sonrisas y comenzaron a conversar entre ellos, hasta que uno golpeo el piso con el pie, al tiempo que decía algo y los demás comenzaron a reír y alguno lo imito. Mister Kono hablo serio y todo el mundo calló, no había entendido nada y pregunte que dijo, no me contesto directamente e insistí con el gesto ¿Qué habrá dicho? Pensé, bueno al fin yo me puse ahí-me dije-, mientras insistía. Bien dijo Kono san, estaba despertando argentinos, se hizo silencio. Me causo gracia la forma de decirlo , la chiquilinada del japonés que además estaba bastante acorde con mi final del informe y comencé con una sonrisa, seguida de una risa que termino en carcajada, a todo esto se reinició el bullicio y cada grupo se fue a su lugar charlatanes y distendidos. Me asignaron una mesa y fueron a buscar la campera azul que iba a usar durante el periodo de entrenamiento, al rato regresa Ogawa san con la campera más grande que encontró y cuando me la puse parecía una morcilla azul, me pidió que me la quitara y le insistí que la podía usar desabrochada, pero no hubo caso y se llevó la campera aduciendo que la tenía que usar cerrada porque para eso estaba. Media hora después seguía Ogawa san con el tema de la campera y  yo estaba mirando como mi vecino de mesa Yajima san daba cuenta de un endoscopio. Quince minutos después aparece el hombre con la novedad de que no hay campera de mi talla así que el jefe-hombre más bajo pero fornido- me hizo entrega de la suya para que me la probara. Me andaba bien apenas un poquito corta de mangas, pero para trabajar era perfecta, solo tenía un problema ¡era marrón! Y Ogawa san no se sentía a gusto, al menos eso me pareció. Llegó la hora de almorzar y Ogawa san me indicó donde estaba el comedor de fábrica y me acompaño hasta la entrada donde había una vitrina que mostraba los platos del día y  uno solo tenía que pedir el número. Ese fue el único día que comí en fábrica con mi entrenador porque después siempre estuvo ocupado y así poco a poco comencé a tener más trato con la gente de taller que con la de ventas. El problema para Ogawa san era que yo por ahí desaparecía por que llegaban pedidos de la oficina y me llamaban para consultar algo y por momentos estaba hablando con el gerente general o con el gerente de área o consultando un télex, Cuando regresaba al taller me quitaba el saco y una vez puesta la campera aparecía preguntando y tratando de hacerme decir lo que ya sabía; si me agarraba bien le explicaba con lujo de detalles y si no se iba rabiando. Con el tiempo me di cuenta que los muchachos del taller disfrutaban de esa situación. El primer día termino, salíamos de noche y Matsuoka san insistió en acompañarme al hotel, pese a que le DIJE que no era necesario que no me perdería. Regresamos A Shibuya y me dijo que al día siguiente me pasaría a buscar no quise discutir y acepte, debajo de las vías del tren elevado había una zona de locales y uno de ellos era una frutería, toda la fruta estaba brillante lustrada y tenía una etiqueta con la marca, ahí conocí a la “chiquita banana” y unas manzanas que no recuerdo la marca pero parecían pomelos, yo compraba   una de cada una y solo me costaban 30 centavos de dólar. Esa fue mi primera cena en Tokio. Al día siguiente se repitió lo que se transformaría en rutina, como también fue rutina compartir con la misma persona la mesa del desayuno. éste señor me resultó muy amable y educado yo no había prestado atención a su aspecto personal en el sentido de cómo vestía ni que calzado usaba ni esos detalles que siempre me importaron un bledo, pero un sábado a la mañana, llego a desayunar y estando la mesa vacía me dirijo a buscar la comida, me instalo en el mismo lugar de siempre, entonces aparece este señor saludando con su reverencia breve, pero lo distinto es que viene vestido con un kimono gris perla muy sobrio,  deja sobre la mesa un atadito hecho con un pañuelo de seda y cuando pasa por detrás mío escucho el ruido clásico del calzado de madera, miré cuando se alejaba y efectivamente iba con esos raros zuecos. Retornó a la mesa, ocupó su lugar, luego de una leve sonrisa se puso a tomar su café y del atado sacó un libro que estuvo leyendo sin comentar nada, no recuerdo a qué hora- yo iba por mi segundo desayuno-se levantó puso el libro en el pañuelo junto con otras cosas que tenía e hizo un prolijo atado con manija y todo y mientras saludaba con su clásico estilo, me dijo, hoy voy a visitar la familia. Ese día cuando se fue no llevaba reloj ni anillo ni pulsera que posteriormente le vi usar y su reloj preferido era un omega de oro con unos vidriecitos en la esfera. Durante el tiempo  que estuve en ese hotel nunca me faltó lugar, esa mesa estaba ocupada por este señor, o vacía, tampoco atendí si cuando se iba lo hacía solo ni si alguien más salía del hotel con él pero hoy a la distancia cuando veo una película donde aparece el jefe de la yakuza, recuerdo inmediatamente a este buen señor. Ese segundo día conté con Matsuoka san que vino puntualmente-tarde- a buscarme y tome la iniciativa en todo lo necesario para demostrarle que tenía claro mi itinerario y como viajar, me adelanté a la parada del ómnibus, cuando llegó subí y  puse los ochenta yen en la cajita  y cuando pasamos Hatagaya después de la última “Y griega” conté las paradas, mejor dicho intente contar, porque Matsuoka san me apuro para descender, ¿Qué pasó? Bajamos una parada antes,  me dije, pero no, sucedió que ya habían instalado dos o tres soportes más, mi referencia caminaba, ¡y como caminaba!, otra vez a cambiarla, y no era fácil porque de la izquierda solo se veía las vías del tren y del otro lado casas iguales y  por supuesto la avenida no tenía nombre ni altura, así que esta vez me limite simplemente a escuchar la vocecita del bus anunciando la parada que por suerte su nombre  no se parecía ni a la anterior ni a la siguiente. Caminé con Matsuoka san hasta la empresa y me dirigí a mi sector. Ya era jueves, para mí recién comenzaba la semana porque ese día iba a ser el primer día regular de mi entrenamiento. La mañana hasta las diez pasó normal y rápida,  realmente estaba muy cómodo haciendo un trabajo simple donde lo más importante era ser cuidadoso. Estaba lo más entretenido cuando se escuchó una música, todos se pararon  comenzando a hacer todo tipo de piruetas al compás de la misma, eso duró unos diez minutos y después se sentaron hasta que sonó un timbre y todo el mundo volvió a su tarea. Recién  durante el almuerzo Yajima san me explicó que la gimnasia que se hacía era para aflojar las tensiones del trabajo. Pese a estar en pleno invierno, el tiempo era bueno , según los japoneses vendrían días de nevadas y tormentas sin contar con algún peligroso tifón, ahí durante las charlas sobre el invierno me entere del furor que habían hecho mis botas-las cuales no estaba usando por que las había reemplazado por unos cómodos zapatos con suela de goma- no hice otra cosa que asentir ante los elogios, no podía explicarles que había sido mi peor decisión llevarlas porque no hay nada peor que el cuero para el frío y pese a las varias capas de periódico que había usado como plantilla no encontré noticia que detuviera el frío. Ese día regrese solo al hotel y después de dar cuenta de mi cena, llame a Koichi  quien me invito a almorzar el sábado, para luego, por la tarde  acompañarlo a una exposición de su empresa, acepte y fue cuestión de suerte porque ese sábado no trabajábamos. Recién hoy me había enterado que mi actividad era sábado por medio. Por la mañana a eso de las once apareció Koichi por el hotel, no puedo decir que se le veía igual  a cuando vivía en Buenos Aires pero solo había pasado menos de un par de años, su cambio no era físico era de formas, cuando el ascensor abrió la puerta vi al erguido guerrero que al verme amago un clásico saludo pero súbitamente sonrió extendió la mano y me dijo ¿Cómo está usted? Que gusto verlo aquí.-Koichi tenía tres reglas, si no estaba a gusto no sonreía ni haciéndole cosquillas, la segunda era que nunca tuteaba, tenía muchas dudas sobre el tuteo y para no confundirse lo había borrado de su léxico y por último siempre se presentaba serio y calmado, solamente una vez se enojó en una reunión y era de no creer cambiaba de color y crecía, esa fue la excepción. Salimos del hotel y quedaba claro que hacía rato que no hablaba distendido, me contó de su estadía en Brasil los meses que pasó trabajando  en Cuba, me habló de su retorno definitivo a Tokio después de varios años en sud y centro américa. A todo esto ya habíamos arribado al restaurante, no tenía mucha idea donde estábamos, sabía que era la zona de Shinyuku pero no más que eso, cuando llegamos un japonés vestido de negro se aproximó rápidamente, saludó con una notable inclinación dirigiéndose a Koichi, lo siguió hasta una mesa  , yo,-yo no estaba-  decidí quedarme atrás tomando distancia, distendido, observándolo todo, realmente el salón “estaba bueno”, exponía una alfombra generosa que yo no ubicaría en un área de comidas, las paredes cubiertas con madera de un diseño de reminiscencias germánicas y en la mesa la cristalería no era vidrio como tampoco la vajilla era japonesa-algo que verifiqué después- cuando me acerco digo, tomando asiento, muy lindo lugar. Al oírme el hombre de negro se desconcertó, indudablemente esperaba escuchar inglés y con su mejor rostro de sorpresa lo miró a Koichi quien le repitió en japonés lo que yo había dicho, entonces el buen hombre se inclinó hacia mí con una sonrisa, en ese momento comencé a existir. Pasamos un buen almuerzo no recuerdo que comimos pero sí que estuvo bien tomamos vino rojo como lo definían ellos y lo único que molestaba era que los mozos de impecable pantalón  negro y chaqueta roja para tomar los pedidos se arrodillaban. Continué escuchando la historia de los dos últimos años de mi compañero de mesa. En dos o tres oportunidades le pregunte que tal estaba ahora en la empresa y como había soslayado el tema decidí no preguntarle más, cuando llegara a la exposición iba a encontrar la forma de saberlo. 



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En el texto hay: historia, realidad

Editado: 09.09.2020

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