Era, oficialmente, el peor día en la vida de Nicole. Sus dientes castañearon cuando la nieve fría se adentró a través de la tela de sus zapatos y mojó sus medias.
Sus medias caras.
Se detuvo un segundo cuando su costosa maleta se atascó en una raíz, haciéndola tropezar y caer de culo hacia la fría nieve. Sí, era oficial, su día acababa de empeorar. ¿Por qué la dichosa cabaña que había alquilado tenía que estar tan lejos? ¿Y por qué había confiado en aquella anciana que le había dicho que la cabaña estaba cerca y podía llegar a pie? Se levantó y se dio cuenta de que su trasero, así como sus medias, estaban mojados y necesitaba llegar rápido a la cabaña para cambiarse y dormir como 500 horas.
¿Qué le había llevado a viajar 15 mil kilómetros para visitar un pueblo alejado de la mano de Dios en plena tormenta? Cerró los ojos odiando la respuesta.
La Navidad.
No es que Nicole odiara la Navidad, es solo que era la época del año en la que todo el mundo parecía feliz excepto ella. Sus vecinos se volvían locos, sus amigos se volvían locos, todos parecían enloquecer con las festividades y los villancicos. Dios, odiaba los villancicos. Así que, en una decisión apresurada y habiendo roto con su novio de tres años, Nicole compró un boleto a un pueblo del cual ni siquiera recordaba el nombre, empacó sus maletas y se fue. Ahora, a la intemperie, con el trasero y las medias mojadas, comprendía que no había sido una buena idea después de todo. Tal vez debería darse la vuelta y regresar a Chicago, a su casa que aún olía a la colonia de Alex, a su minijardín y sus flores que le recordaban a su madre, a su viejo sofá que debió reemplazar hace años. ¿Qué importaba si todos en el edificio celebraban la Navidad? ¿O si su mejor amiga insistía en invitarla a cenar y pasaba horas intentando emparejarla con su primo borracho? No, nada de eso importaba ahora que estaba en la intemperie con el culo frío.
Se detuvo un momento cuando escuchó un aullido a lo lejos ¿lobos? ¿Había lobos por aquí? ¿Por qué nadie le advirtió nada, ni aquella anciana, ni los lugareños que la vieron partir con su maleta en la mano rumbo al bosque? Cerró su abrigo de lana con ahínco y se apresuró a tomar su maleta para caminar más rápido, casi podía leer los titulares de las noticias de mañana
Muere extranjera devorada por lobos.
¿Por qué no había ido a un lugar cálido, como el caribe o las Bahamas? ¿Qué diablos se le metió en la cabeza para viajar hasta Londres?
Bajó con cuidado una pequeña cresta y su bota se atascó en una raíz. Frunció el ceño cuando, después de intentar desatascarse tres veces, no obtuvo resultados. Eso era todo, se dijo cansada. Iba a morir aquí y encontrarían su cadáver atascado en una raíz, y los lugareños se burlarían de ello. Bajó sus manos y sacó el pie de su bota. Con el pie en el aire, se tambaleó hasta que logró estabilizarse agarrándose a una rama de un árbol que había junto a ella. Haciendo acopio de paciencia, bajó las manos y tiró con fuerza de la bota hasta lograr liberarla de la raíz. Sin embargo, como dijo Newton, toda acción genera una reacción. Cuando Nicole tuvo la bota en sus manos, su cuerpo se balanceó con fuerza hacia atrás. Su cuerpo cayó sobre la nieve fría y rodó por una pendiente, rodó y rodó hasta que un grueso tronco detuvo su cuerpo y ya no se levantó más.
***
Olía delicioso.
Nicole se acurrucó en la gruesa manta y soltó un ronroneo delicioso. Estaba tan a gusto y calientita que por un momento pensó que estaba en su propia casa, hasta que recordó que no. Abrió los ojos de golpe y se enderezó cuando no reconoció el techo de madera que estaba encima de su cabeza.
¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era haberse caído por aquella pendiente y rodar con su zapato en la mano como una pelota. Palmó su cuerpo buscando algún signo de golpe y lesiones, pero a parte de algunas magulladuras estaba bien, sus medias mojadas estaban a un lado de la cama, así como sus botas. Sus ojos recorrieron toda la habitación, pero no encontró ningún indicio de reconocer nada, Nicole se levantó al tiempo que sus mirada vagaba por la habitación desconocida. Era acogedora, no tenía grandes lujos, pero confortable, había un precioso tapete en el suelo, un lindo nochero al costado de la cama y varios muebles de madera alineados pulcramente. A su costado una ventana grande protegida con protectores de madera le daban una estupenda vista hacia afuera. Nicole Arrugó el entrecejo cuando la decoración de la habitación le pareció conocida...
Casi se parecía a ...
Unas pisadas afuera de la habitación la pusieron alerta, alejándose de la puerta y tomando un jarrón como medida de protección, Nicole esperó. Su aliento se quedó atascado en sus pulmones cuando un hombre de casi dos metros a travesó la puerta.
—Ah veo que despertó—Su voz encajaba totalmente con su físico, Nicole tembló cuando sus ojos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, parecía una montaña humana, un brazo suyo bien podría fácilmente ser un muslo de ella. Nicole retrocedió cuando él se acercó, su barba, aunque bien recortada, tapaban gran parte de su cara dejando únicamente ver un par de ojos verdes, su cabello era un rubio sucio que necesitaba un buen corte y llevaba y una camisa de cuadros rojos junto con unos tejanos gruesos.
—¿Cómo se siente?
Nicole tragó en seco, eso era todo, se dijo, aquel gigante la mataría y la enterraría en aquella montaña blanca, sin testigos y sin nadie a kilómetros de la redonda que pudiera salvarla. Casi se sonrió ante la ironía, ella siendo una famosa novelista de misterios, nunca se ponía en esta tipo de situaciones.