—¿Está bien si coloco un árbol de Navidad en la sala?
Nicole dejó de cortar los vegetales, se secó las manos en el delantal y lo miró con una ceja arqueada, esa expresión que siempre conseguía hacerlo sonreír.
—¿Qué soy, el Grinch?
Evans rio mientras luchaba por meter el voluminoso pino que había cortado en el bosque. Cada año le hacía la misma pregunta, y cada año ella respondía igual, pero a él nunca le cansaba. Era parte del ritual, como la nieve que caía suavemente sobre el pueblo o las luces que titilaban en las ventanas de las casas. A pesar de vivir en Los Ángeles, siempre regresaban a Wonersh para Navidad. Para Evans, no había mejor lugar para celebrar, y, para Nicole, no había mejor persona con quien hacerlo.
—Obviamente lo decorarás, ¿verdad? —preguntó ella, volviendo a los vegetales con un gesto de fingida indiferencia.
—Claro que sí, pero tú colocarás la estrella —replicó Evans con una sonrisa que prometía problemas.
Nicole sonrió para sí misma, sacudiendo la cabeza. Conocía esa sonrisa demasiado bien, pero no podía evitar amarla.
Mientras trabajaba en la cocina, sus ojos se desviaban una y otra vez hacia él. Había algo profundamente reconfortante en observarlo moverse, colgando las luces y los adornos con esa mezcla de torpeza y entusiasmo que lo hacía único, aún no había hecho las paces con la Navidad, pero cada año ella cedía un poquito más por Evans.
Después de todo, que eran una luces navideñas y un par de villancicos.
El árbol terminó siendo un poco más torcido de lo que ella habría permitido, pero, como siempre, Evans lo compensaba con su absoluta dedicación.
—¿Sigues espiándome? —preguntó él de repente, sin volverse, mientras colgaba un adorno especialmente brillante.
—¿Espiarte? No sé de qué hablas —respondió Nicole, fingiendo indignación, aunque la risa en su voz la delataba.
Evans giró la cabeza y le lanzó una mirada acusadora que no tenía ni un ápice de seriedad.
—Admítelo, te encanta verme en acción.
—Oh, claro. El chico pintor de Los Ángeles convertido en decorador profesional de árboles de pino. Todo un espectáculo —bromeó ella, colocando los últimos vegetales en el horno.
—Sabes que sí —dijo él, dándole la espalda para volver a su tarea, pero su sonrisa se ensanchó.
Cuando por fin terminaron, Evans la tomó de la mano y la llevó al árbol.
—Es tu turno —dijo, extendiéndole la estrella dorada.
Nicole dudó un momento, no porque no quisiera hacerlo, sino porque en momentos como ese todavía le costaba creer lo afortunada que era. No era el árbol perfecto ni la decoración más impecable, pero todo era exactamente como debía ser. Porque estaba con él.
Se subió a la pequeña escalera que Evans le había preparado y colocó la estrella en la punta del árbol. Cuando bajó, él la rodeó con sus brazos, sosteniéndola contra su pecho mientras ambos contemplaban el resultado.
—Feliz Navidad, Nicole —murmuró Evans, su voz cálida como una manta en pleno invierno.
—Feliz Navidad, Evans —respondió ella, apoyando la cabeza en su hombro.
Mientras las luces del árbol parpadeaban suavemente, Nicole se permitió un momento para cerrar los ojos y agradecer. Agradecer por el árbol torcido, por el caos que siempre traía Evans, y, sobre todo, por la certeza de que habían encontrado su hogar en el corazón del otro.