Lejos de las rejas

CAPÍTULO 3 - Eres una piedra en el zapato

Maggi y yo después de nuestra extraña conversación sobre el vecino nos fuimos a dormir, apagué mi teléfono porque no pensaba regresar a casa hasta el viernes, hoy apenas era martes. 

El resto de la noche solo me la pasé dando vueltas sobre la cama recordando al extraño hombre de ojos grises, todo pasó tan rápido con él, que en el ajetreo no me percaté que su mascarilla también se cayó, permitiéndome ver más de su esculpido rostro de trapecio, pobladas cejas negras color carbón y esa mística sonrisa que me decía que me llevaba muchos años por delante, había algo peculiar en él que gritaba extranjero por todas partes, pues su piel parecía ser la combinación perfecta entre una piel blanca y una morena bronceada por el sol. Me debatía en mi mente porque los hombres más hermosos resultaban tener personalidades muy irritantes para mi gusto, es decir… se comportó como un idiota conmigo, ni siquiera me preguntó en que si estaba de acuerdo en subirme al auto con él y tampoco tuvo consideración con mi cabello. A parte estaba el otro hombre misterioso de gran estatura del elevador, ¿qué yo le caí bien? Por favor, claramente nuestro peculiar encuentro nos hizo odiarnos a muerte.

 

 

Cuando amaneció me di cuenta que tan solo pude dormir cuatro horas de las ocho que son recomendadas para el ser humano. Mi plan inicial era borrar todo lo del día anterior, pero en cambio solo fui capaz de recordarlo más y más.

Salí a la sala de estar, la decoración del apartamento siempre me pareció fantástica, mucho blanco combinado con un estilo vintage. Me senté en el sillón color blanco peluche, observando el sol en todo lo alto colarse por las ventanas del balcón, mi vista se desvió a la mesita de madera que se encontraba a un lado del sofá, la computadora color gris con su característica manzana resaltaba sobre todo lo demás.  Estaba decorada con un gran listón azul, hasta se preocupó de los pequeños detalles, como que adoro ese vivido color. Quise llorar en cuanto la vi, era una de las pocas cosas que me pertenecía, trabajar en el negocio familiar me hizo olvidarme por completo de mis necesidades, siempre terminaba dándole mi paga a mi madre o para los estudios de mi hermana menor Alex.

Creía que con las cosas básicas podría vivir cómodamente, y ese fue mi primer error, llegué al extremo de posponer cada cosa debido al trabajo, incluso la universidad. Con veintitrés años mi único mayor logro fue publicar mi primer libro, pero eso, a mi familia no le importó en lo más mínimo, a cambio de tomar esa única decisión en mi vida solo provocó que mis padres me odiaran, por descuidar el trabajo y centrarme en algo que no daba dinero, no tenía futuro. Sin embargo, ahora tenía esto, me pertenecía, era solo mío. Yo solo quería terminar lo que nunca empecé, cada vez que las ganas me llenaban la mente al mismo tiempo se disminuían por mi constante negativismo. Extraño mi yo anterior, la chica que era capaz de hacer cualquier cosa y siempre pensaba positivamente, ¿por qué ahora que al fin hacía lo que quería solo me sentía más y más desanimada?

— ¿Sol? — me llamó una recién levantada Maggi.

— ¿Sí?

— ¿Qué haces despierta tan temprano? Son la seis.

— Lo mismo digo de ti — arquee una ceja.

— Yo solo fui al baño y…—bostezó. — Te vi aquí, sola.

— Solo estaba viendo el regalo que preparaste para mí.

— Te recuerdo que el regalo fue con tu dinero, es mi auto regalo, lo compré para que escribas sobre mi Ander querido.

— ¿Tu auto regalo? Jajaja. Vete a dormir, estás diciendo incoherencias.

— ¿Estarás bien aquí sola? ¿No quieres compañía?

— No, estoy bien no te preocupes. Saldré un rato al parque que está frente al edificio y veré si te tengo noticias sobre “Ander”.

— Esta bien, te veo en la mañana.

Ander era el protagonista de una novela que dejé a medias, que quizás con algo de auto-presión terminaría; ella estaba tan dormida que no se había dado cuenta que ya era de mañana. Una vez que se retiró a su habitación, yo me dispuse en hacer algo por mi pelo, dejé la pequeña computadora en su sitio y en seguida fui en busca de una tijera que mas tarde encontré en unos de los cajones del cuarto en donde me estaba quedando, fui al baño donde me esperaba un espejo lo suficientemente grande para ver el próximo desastre que harían mis torpes manos guiadas por un tutorial de Youtube.

Solo esperaba que este desastre quedara bien.

En cuanto terminé de mutilar mi largo cabello, quedó en un bello pero un poco disparejo corte de varias capas que caían en cascada sobre el resto de mi espalda, el verdadero resultado se vería en cuanto mis rizos tuvieran forma, así que me di una larga ducha de media hora, luego definí mis rizos con el acondicionador pues no tenía una crema a la mano.

Tomé ropa prestada del armario de Maggi, entré sigilosamente a su cuarto para no despertarla. Al terminar de arreglarme salí del apartamento, el día estaba despejado después de un fin de semana nublado. Cuando llegué al parque me senté en uno de los columpios, me traje mi reproductor de música conmigo, y me coloqué los audífonos, I just died  in your arms de Cutting Crew empezó a sonar en mi cabeza y sangre como un virus, cerré los ojos y me dejé llevar por la música. Siempre sentí que podía volar cuando me mecía en los columpios, quería mecerme y llegar tan alto como se pudiera, alcanzar el cielo para quedarme entre las nubes por siempre, para mi esto era lo más cercano a la libertad. Eché mi cabeza hacia atrás dejándome ir completamente por el sonido de la guitarra, y justo cuando creí llegar al clímax de la canción mis pies se estamparon con algo firme, del susto frené frenéticamente con el miedo de haber golpeado a un niño pequeño jugando por los lares, pero en cambio mis ojos se encontraron con una camiseta blanca manchada por la tierra de mis zapatos y esos característicos ojos grises.

— Empiezo a creer que usted nunca deja de golpearse con todo lo que pase por su camino —habló embozando una amplia sonrisa.



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En el texto hay: comedia, chicossexys, picante

Editado: 27.11.2021

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