Lejos de las rejas

CAPÍTULO 10 - Si te tocó, le parto la cara

Keith observó al extraño con desdén desde su sitio, me apartó del camino poniéndome tras su espalda.

Escuché su grave voz hablarme sin despejar la vista del individuo, claramente no lo dejaría salir.                                                                                 

—Vi a este hombre observarla desde su asiento con demasiado interés, y no del bueno. Cuando se paró de la mesa observé que siguió la misma dirección que usted, así que me tomé la libertad de seguirla hasta aquí; mis sospechas fueron ciertas.

El pervertido miró a Keith temeroso, aparentaba tener al menos unos cuarenta y cinco años… aún con todo eso, Keith le sobrepasaba en altura.

Metió sus manos en los bolsillos, fingió que se equivocó de baño para salir ileso… pero él no le permitió salir, su largo brazo obstaculizó la entrada.

—Será mejor que me entregue el teléfono sino quiere una paliza ahora — ordenó.

El hombre levantó las manos fingiendo rendirse, segundos más tarde echó a correr. No permití que escapara, le puse el pie y cayó de cara al suelo. Keith por su parte se agachó a su altura, le noqueó con un derechazo y sacó el teléfono de su bolsillo, el hombre no alcanzó a bloquearlo, por lo que pudo ingresar a la galería; estaba repleta en fotos de jovencitas en baños públicos, algunas se mostraban orinando y otras mostrando sus partes íntimas, en imágenes recientes se encontraron dos fotos mías subiéndome las bragas de fresas que me costaron cuarenta y nueve centavos en el Costo, por suerte mi zona íntima estaba cubierta por el vestido.

Keith estaba muy enojado, por un momento creí que se burlaría de lo ridículas que son mis bragas, pero no fue así… en cambio borró todas las imágenes, revisó la copia de seguridad para luego borrarla también. Una vez el trabajo hecho se guardó el teléfono al bolsillo, claramente no planeaba devolvérselo, su vista me recorrió de pies a cabeza entonces su expresión se suavizo.

—¿Está bien? ¿No la tocó?

—No.

Me quedé de pie mirándole sin saber que más decir, mis nervios se apaciguaron gracias a su ayuda, y ahora no tenía como agradecerle. Keith se acercó a mí, lo suficiente para sentir su aliento en mi rostro, el corazón me palpitó frenético, sus largos dedos tocaron mi frente… una sonrisa iluminó su rostro como un faro en la costa, el grano de arroz se quedó pegado a su dedo índice, susurró aun más cerca:

—La próxima vez asegúrese de que no le quede ningún grano de arroz pegado a su bello rostro — la gravedad de su voz aturdió mis sentidos dejándome ilesa ante cualquier otro movimiento de su parte.

¿Enserio estaba siendo encantada por este tipo? ¿Por qué olvidé como respirar?

Cielos Marisol, respira mujer… ¡Respira o te ahogaras!

—¡Ya respiro! — balbuceé en voz alta con el corazón desbocado.

Keith soltó una sonora carcajada.

Cielos…

Grité

Y en voz alta.

—Usted respire tranquila que por el momento no me la voy a comer.

—¿Qué?

—Por el momento no haré nada más que observarla y deleitarme con eso — respondió dejando salir una sonrisa sensual. Sabía que estaba nerviosa y se aprovechaba de eso.

El pervertido se levantó desorientado, estuvimos hablando todo este tiempo con él tirado en el suelo. Aquello me hizo volver a mis casillas, no podía creer que estaba siendo engatusada solo por su acto heroíco, quería darme un palazo en la cabeza por tonta.

El desconocido una vez que estuvo de pie intentó hacer un movimiento en contra de Keith, pero se arrepintió a medio camino, estaba muy adolorido e intimidado por la masa muscular de su contrincante; al final escapó como un cobarde de la escena.

Ambos nos miramos y por primera vez me pareció gracioso, reí sin poder evitarlo. Estaba enojada por el desconocido, pero ver su cara de terror me dio cierta satisfacción personal.

—¿Cómo sabía que me tomó fotos? — pregunté una vez que mi risa se calmó.

—Porque su primer gesto fue revisarse los bolsillos.

—Oh.

—Se ve bonita cuando ríe — comentó de lo más casual.

—¿Y cuando no sonrío no lo soy?

—No quise decir eso, le gusta mucho torcer mis palabras

—Eso me da cierta satisfacción personal, el que no pueda encontrar las palabras correctas — enarqué una ceja divertida.

—¿Y cuáles son esas palabras correctas?

—Tendrá que descubrirlo usted mismo.

Se cruzó de brazos meditativo.

—Mujeriego…

—¿Qué?

—Mujeriego, traidor —  respondí, luego me volví a reír.

No tuvo tiempo de responder a mi repentina acusación, cuando ambos escuchamos gritos de quien parecía ser mi abuela. Lo del pervertido me distrajo y olvidé por completo que estaba sola en la mesa. Aceleré mis pasos ya muy preocupada por lo que le pudiese estar sucediendo.

En cuanto llegué al comedor seguido de Keith, me la encontré discutiendo con el mesero envuelta en pánico.

—¿¡Me puede explicar que hago aquí!? ¿Dónde está mi nieta? — reclamó.

Me agarré de la cabeza estresada por la situación, intervine en medio de mi abuela y el mesero cuando vi que estuvo por darle un zarpazo en la cabeza al pobre hombre.

—¡Abuela! — grité llamando su atención. — Viniste a almorzar conmigo y Keith, ¿recuerdas?

La tomé de las manos esperando que pudiera rememorar lo de hoy, por suerte así fue… sus ojos se vieron más tranquilos al recordarlo, rió nerviosa al vernos a todos, se desprendió de mi agarre entonces tomó asiento tocándose la cabeza algo ida, se notaba tan avergonzada que no tuve otra opción que abrazarla.

—Lo siento Mery, no sé que me pasó. No entiendo como pude olvidarlo — habló entre desorientada y preocupada por ella misma.

—No tienes que preocuparte abuela, a veces yo también olvido cosas importantes. Es solo que estás estresada por estar tanto tiempo encerrada en el asilo.



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En el texto hay: comedia, chicossexys, picante

Editado: 27.11.2021

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