Capítulo 01: La propuesta

El aire acondicionado está encendido en los grados más bajos y la brisa fría choca con los mechones de mi cabello, a pesar de eso no puedo evitar que me suden las manos así que las paso una y otra vez por mi pantalón casual de color negro en un intento por secarlas.

Observo el calendario, es catorce de febrero y he decidido reservar citas en mi restaurante solo en horas de la noche. Este día se ha vuelto muy comercial y las personas lo toman de manera superficial. Ese no es mi caso, por lo general lo percibo como un nuevo amanecer que te brinda la oportunidad de demostrar el amor a aquellos que queremos, esos con quienes compartimos un vínculo.

Aunque admito que como otros empresarios me beneficio mucho en esta fecha pues las reservaciones en el restaurante se van al alza. Pero también disfruto viendo a las parejas en esa cita donde el hombre le recorre la silla a la dama para que se siente y luego comienzan a conversar entre risas disfrutando de la compañía que se ofrecen el uno al otro.

Mi pie brinca al estar sentado y el vibrar del celular sacude el bolsillo del pantalón seguido por el tono de llamada. Deslizo la mano, lo tomo y atiendo.

—Hola Vero, —los empleados y otros invitados presentes me observan —¿Amanda ya viene en camino?

—Hola, precisamente por eso te llamo, salió hace un par de minutos.

Escucho esas palabras y de forma automática cuelgo la llamada, pero me doy cuenta que fui un grosero porque no me despedí de Verónica. Lo medito un segundo y estoy seguro que no se molestará pues ella sabe lo estresado que me siento en este momento y es que ha sido testigo en primera fila de todo el plan que he armado los últimos meses, incluso me acompañó a escoger el anillo con el que le propondré matrimonio a Amanda, mi novia.

Apago el celular equivocándome de botón pues presiono el de volumen, llevo más de un año con este teléfono y siempre cometo el mismo error, incluso mi galería está inundada de capturas de pantalla debido a la torpeza de mis dedos.

Guardo el celular y toco ambos bolsillos palpando la cajetilla donde está el anillo de compromiso.

¡Oh espera, aquí está!

Hablo en mi mente luego de sentir la forma cuadrada por encima de la tela del pantalón, lleno de aire mis pulmones y exhalo sintiendo como mi pulso vuelve a la normalidad. Es que cada cinco minutos me cercioro de llevarlo conmigo pues puedo extraviarlo.

¡Y conociendo mi suerte no me extrañaría!

Faltan pocos minutos para que Amanda llegue y hago puños con mis manos apretándolas con fuerza. Recorro con la mirada la decoración del restaurante viendo las mesas cubiertas con manteles de color blanco que tienen estampados de corazones rojos, sobre ellas reposan floreros de vidrios adornados con rosas cuyo aroma me transporta al pasado cuando de camino al trabajo le compraba flores a un joven que se paraba en una esquina ofreciéndoselas a cada persona que transitaba, gracias a él adquirí el hábito de obsequiarle una todas las semanas a mi hermosa novia.

Sin embargo, lo que más me gusta de toda la decoración es la pared ubicada a mi derecha pues es la estrella de los adornos, ya que, es un mosaico hecho con fotos de Amanda y mías que juntas forman un gran corazón.

Una sonrisa de oreja a oreja invade mis labios al ver las fotografías donde están plasmados tantos momentos compartidos. He invertido mucho tiempo organizando esta sorpresa, por eso todo tiene que salir perfecto. No podría haberlo hecho sin la ayuda de mis empleados y de Vero porque ellos han cuidado cada detalle de esta propuesta.

Respiro con satisfacción porque a la mujer a la que hoy le pediré matrimonio es la más hermosa que puede existir, es rubia y su cabello desciende hasta su espalda baja. Posee unas caderas que te llevan al cielo y unos ojos azules capaz de hipnotizarte haciendo que caigas rendido a sus pies, sus labios son carnosos y me encanta morderlos cada vez que la beso.

Nos conocimos en el orfanato Sonrisa, un lugar donde soy voluntario desde hace ya mucho tiempo. Me gusta ayudar a los niños y no puedo imaginar mi vida sin dedicarme a ellos porque es algo que me apasiona. A Amanda le sucede lo mismo, pero su verdadera vocación es la fotografía y es que no exagero cuando digo que es la mejor con una cámara, sin embargo, no ha tenido la oportunidad de despegar como fotógrafa.

El reloj clásico colgado en la pared emite el típico tictac y veo la manecilla marcando la una de la tarde justo la hora en la que cité a Amanda. Hago una seña con la mano a uno de mis empleados y cuando se acerca le digo que dé un vistazo afuera para que me informe si logra verla.

Mientras tanto registro de nuevo los bolsillos en busca del anillo y sacando la cajetilla toco con ligereza la suave tela de color azul con la que está forrada. La abro y con mis temblorosos dedos tomo la sortija de oro que tiene un pequeño diamante incrustado en el centro además de un grabado en el borde que dice: “para ti porque te amo”.

—¡Jefe! —cierra la puerta —¡su novia acaba de doblar en la esquina!

Mis manos tropiezan entre sí y el anillo cae al suelo, lo único que logro percibir es el sonido del metal al chocar con la cerámica. El corazón se me va a salir del pecho si no lo encuentro.

Expando ambos brazos hacia los lados —¡ayúdenme a buscarlo!

Ahora sí que metí la pata.

—¡Jefe aquí esta! —una empleada lo recoge debajo de una mesa y lo sostiene entre sus dedos acercándomelo mientras mantiene una sonrisa.

—¡Qué bueno que tengo personas tan eficientes! —sonrío —mereces un aumento.

—¿De verdad? —alza las cejas.

—No, solo era la emoción del momento, a trabajar.

Cada uno se coloca en su respectiva posición. Una chica en una esquina está cruzada de brazos y con un mal gesto dibujado en la cara, se trata de Tatiana, ella la verdad no me cae bien, pero también es voluntaria en el orfanato y solo la invité porque es amiga de Amanda.