Lejos de reconocer

Capítulo 08: Inútil insistencia

—¡Entiende de una vez que no soy igual a ti! ¡no soy perfecto, no soy como tú! ¡déjame en paz!

No tengo ni la menor idea en qué se basa para decir que soy perfecto —Víctor —muevo las manos —¿Qué esperas de la vida?

—Espero que me dejes en paz —sus ojos agrietados en líneas rojas me observan.

—Hermano yo solo quiero ayudarte —mi voz desciende a un tono apacible.

—¡Pues deja de ayudarme, no me lleves arrastras a esos centros! —forma el número cinco abriendo la palma de la mano —¡esta es la quinta vez que paso por esas prisiones de rehabilitación y no funcionan!

Deslizo la mano por mi rostro estrujando mi nariz y raspándola al respirar —¡es que tienes que esforzarte y poner de tu parte!

—¡No quiero esforzarme! ¡estoy cansado de hacerlo! —se tira al colchón haciendo que rechinen los resortes y salgan nubes de polvo al aire.

—¿Entonces prefieres quedarte en esta pocilga drogándote todo el día acostado en ese mugriento colchón? —tuerzo los labios y alzo las cejas.

—Un momento Carlitos, recuerda que esta “pocilga” como tú la llamas también fue tu hogar —Fabio coloca la mano en su pecho y se inclina un poco hacia adelante.

—Yo arreglo esto —Víctor interviene haciéndole una seña con la mano —no voy a volver a ese centro, así que mejor no insistas —alza la muñeca y señala con el dedo índice —porque si me internas nuevamente contra mi voluntad te juro que soy capaz de lo peor.

Bufo —estoy seguro que si tú te lo propones podrás salir de este hueco.

—¡Es que no quiero salir de este hueco! —las venas del cuello se le tensan —¡entiéndelo de una vez!

—¿Y qué vas hacer en este lugar? —señalo con ambas manos hacia atrás en dirección de la ciudad —porque si no quieres volver al centro de rehabilitación bien puedes venir a mi casa —rodeo un momento mi nariz con la camiseta porque el olor que emana del río en verdad apesta.

—No gracias —ríe y une las manos sobre su abdomen —no quiero ir a un sitio donde las personas se creen mejor de lo que son y pasan el tiempo hablando estupideces.

—Claro —asiento liberando mi nariz de la tela —porque de seguro aquí conversan todo el día sobre los grandes filósofos.

—Al menos en este lugar no se creen mejor que yo —la pupila de sus ojos me recorre de pies a cabeza —es que solo mírate, afeitado, bien vestido, con las uñas recortadas y ya ni siquiera soportas el olor debajo de este puente.

—¿Y eso que tiene que ver?

—Que tú en este momento te crees mejor que nosotros —hace una pausa —el inconveniente querido hermano es que tu asumes que internándome a la fuerza en un centro de rehabilitación yo voy a cambiar, no te has dado cuenta que el problema soy yo —muerde la uña de su dedo gordo.

Las uñas rozan mi cuero cabelludo atrapando suciedad y alzo la vista notando las grietas en el concreto debajo del puente que desprenden polvillo cada vez que un coche cruza. Mis manos sacuden mi cabello y la camiseta pues estoy lleno de esas partículas de polvo, observo por última vez a Víctor mientras me despido moviendo la mano y comenzando a caminar.

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Verónica

En el escritorio de una de las oficinas del orfanato tomo algunos recibos, facturas y demás papeles apilados en carpetas. Debo chequear todo lo relacionado con la contabilidad y el inventario de este lugar porque estamos muy cortos de recursos.

¿Cómo la estará pasando Carlos?

Gran parte de la mañana he pensado en él debido a la llamada que recibió, sé personalmente que la situación con Víctor es difícil, por lo que espero que no haya sucedido nada grave. Ruego porque llegue a tiempo a la reunión de esta tarde pues quiero ponerlo al día y que así me ayude a explicar todas estas cuentas y papeles.

Los músculos de mi cuello palpitan al girarlo y siento una molestia que se manifiesta en un dolor punzante, de seguro ha de ser por la posición en la que dormí anoche. Sin embargo, el alivio que recorre mi cuerpo es suficiente recompensa al saber que él está mejor. Aunque si supiera la razón por la cual Amanda lo abandonó volvería a recaer, me enteré de ello por casualidad al escuchar una conversación por celular que Tatiana mantenía con su querida amiga en los baños.

Dejo de divagar en mis pensamientos y pongo toda la concentración en buscar una factura que falta por reflejar en los gastos del orfanato. Tomo una carpeta y hojeo los papeles sujetando los que voy revisando y manteniéndolos en mis dedos hasta que encuentro el que buscaba.

El ruido de mi estómago resuena como un ronquido interrumpiendo el silencio de la habitación y entonces veo la hora dándome cuenta que son las doce del mediodía. Hago todas las facturas a un lado y solo dejo a la vista la que necesito. Me levanto de la silla caminando hasta la puerta girando el pomo con sumo cuidado y después la cierro evitando azotarla contra el marco.

En el comedor me formo en la fila de los adultos y espero que las cocineras sirvan el almuerzo en una bandeja de metal. Luego de tenerlo en mis manos observo una de las mesas y Camilo está allí haciéndome señas.

¿Me siento con él o sola? Igual ya me vio así que no me puedo esconder…

—Buenas tardes —mantengo una sonrisa en la que apenas muestro los dientes.

—¡Pero que hermosura de mujer ven mis ojos! —lleva las manos a la boca y me lanza besos con sus dedos.

Pongo los ojos en blanco y suelto un quejido —si empiezas con tus piropos baratos me voy a otra mesa.

Alza un poco los brazos y extiende la palma de las manos —ok, ok, no es para que me hables así.

La expresión que hizo me resulta graciosa y lo observo mientras cojo un brócoli y lo llevo a mi boca. —¿Cuándo me vas a aceptar la propuesta? —guiña un ojo.

Mastico, trago y frunzo el ceño —¿Cuál propuesta?

—Pues la de casarte conmigo.



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En el texto hay: romance, comedia y amor, romance drama comedia

Editado: 10.12.2023

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