Han pasado seis días desde que audicionamos para la competencia de baile y no dejo de chequear el Instagram de los organizadores del concurso para saber si clasificamos, se ha vuelto una adicción para mí ir a su perfil cada cinco minutos. La última publicación que leí informaba que mañana les llegaría un correo a los concursantes donde les darían la noticia, el suspenso que crean en verdad es una tortura. Sé que dije que descartaría por completo esta opción, pero no puedo.
¿Valdrá la pena el esfuerzo que hicimos? Y en caso de que clasifiquemos me hago la misma pregunta, es decir las horas invertidas, el sudor, el cansancio y demás sacrificios, ¿Tendrán su recompensa?
Me frustro demasiado cuando quiero lograr algo y aunque pongo todo mi empeño termino fracasando, aún no han dado los anuncios, pero a mi mente le gusta sacar conclusiones prematuras.
Suelto un suspiro formando una nube en el aire que se dispersa al salir por la ventana de la casa del árbol del orfanato. Estoy tomando una taza de chocolate caliente y me encuentro cubierto de pies a cabezas con una manta suave. Me gusta venir a este lugar cuando las cosas van mal.
Que es casi siempre…
Por lo menos ver las hojas de los árboles danzar al ritmo de la brisa fría y la pequeña llovizna que desciende del cielo hacen que me relaje. Amo los días así porque el clima está en un punto intermedio perfecto.
Estiro los labios y recorren los bordes de la taza para beber un sorbo de chocolate mientras recojo mis piernas a la altura de los hombros porque me senté en el piso, ya que, los pequeños muebles de juguete que hay aquí no soportan el peso de un adulto.
—Sabía que estabas aquí —Verónica entra a la casa del árbol luego de subir una escalera que da a un pasillo del orfanato. Está envuelta en un abrigo de color negro con una capucha que deja salir algunos mechones de su cabello y trae en su mano una tasa humeante que deduzco que también es chocolate caliente.
La observo y doy una sonrisa de boca cerrada, después giro mi cuello para continuar con mis ojos perdidos en el paisaje —sí, tú me conoces bien y sabes que estar aquí ayuda a relajarme.
Ella se sienta enfrente y cruza sus piernas —no te atormentes tanto —volteo a verla y sus ojos están clavados en mí —no te hace bien.
Suspiro —lo sé, pero no puedo evitarlo —la brisa entra por la ventana soplando con suavidad.
—Clasificar en esa competencia no significa que la ganaríamos —ella toma un sorbo de chocolate —fuimos muy ingenuos y nos pusimos metas demasiado altas.
—Igual deseaba clasificar y también ganar, pero no se trataba de mí, sino de este lugar —hago una pausa —la vida me lo debe después de tanta porquería que me ha lanzado.
—¿Por qué lo dices? —ella se quita la capucha y acomoda su cabello.
Imágenes que no deseo recordar llegan a mi mente como una película de terror, aprieto los párpados y respiro profundo —por muchas cosas, parece que sin importar lo que haga estoy destinado al fracaso.
—No eres un fracasado y lo sabes —la observo y acomodo la posición de mis piernas cruzándolas igual que ella, es interesante el efecto que tiene Vero en mí, es tan intenso que con sus palabras disipa mis miedos.
—Gracias —sonrío.
—Y estoy segura de que encontraremos la manera de salvar este lugar —me da una sonrisa de boca cerrada.
Me enderezo recostándome a la pared de madera que hay detrás—eso espero.
—¿Te vas a quedar hoy? —ella saca su celular y parece que ve la hora.
—Sí, no quiero ir a mi departamento.
—Yo tampoco quiero ir a mi casa —bufa.
Noto que su semblante cambió con esa última frase —¿Por qué?
—Mi madre está allá —toma un sorbo de chocolate —y sabes cómo son las cosas con ella.
Recuerdo la historia de Vero y su mamá —entiendo, ¿Las cosas no mejoran con ella?
—No —aprieta los músculos de la mandíbula —y no entiendo ese interés repentino en formar parte de mi vida cuando nunca le importó.
Asiento y tuerzo los labios —¿Y no has intentado hablar con ella?
Suelta una pequeña risa de fastidio —muchas veces, pero cansa hablarlas y que ella siga comportándose de la misma forma.
—Te comprendo —coloco mi mano sobre la suya.
—Gracias.
—A veces estoy tan enfocado en mis problemas que olvido que tú también tienes los tuyos —quito mi mano porque siento que ya pasó el tiempo prudente.
—No te preocupes —juega con la tasa en sus manos —gracias por escucharme.
Las gotas de agua han dejado de ser una llovizna convirtiéndose en un diluvio y se puede escuchar el impacto de cada gota contra el techo. Yo saco mi mano derecha por la ventana tocando la lluvia —¿Sabes que es lo que podemos hacer?
Frunce el ceño —¿Qué?
Formo un pozo con mi mano —reírnos —lanzo el agua que recogí sobre ella.
—¡No, Carlos, está helada! —rio mientras seco mi mano con la manta.
Entrecierra los ojos —tienes razón —antes que pudiera darme cuenta me lanza agua en el rostro, no me fijé en que momento sacó la mano por la ventana.
Continúo riéndome —bien jugado, bien jugado —limpio mi cara mojada.
Hago la tasa de cerámica a un lado, trueno mis dedos y me le voy encima haciéndole cosquillas, ella empieza a gritar y me da golpes para que pare.
Pero no, se ha declarado oficialmente la guerra de cosquillas.
—¡No, ya basta! —sus manos persiguen a las mías, pero no puede detenerme.
Después de un rato de agonía para Vero me cansé y terminé de hacerle cosquillas. Ella ahora está sentada a mi lado con su cabeza sobre mi hombro.
—Carlos
—¿Sí?
—¿Una persona que nace el 29 de febrero cumple años cada año o cada cuatro años?
Me rio —pues creo que puede celebrarlo cada año el 28 febrero o 1 marzo porque igual el tiempo sigue pasando. ¿A qué viene esa pregunta?
—No sé, solo llegó a mi mente.