Lejos de reconocer

Capítulo 17: Incomodidad aceptable

El beso de anoche con Verónica fue magnífico, intento buscar otro término que pueda usar para describirlo, pero es imposible. Nuestros corazones estaban acelerados, mi piel se volvía sensible al igual que todos mis sentidos. La brisa soplando combinada con el sonido de la lluvia y la luz de la luna hizo el escenario perfecto en todo el sentido de lo que significa la palabra perfección.

Cada parte de nuestros labios dejó de tener contacto y se comenzaron a extrañar de forma inmediata, luego mis ojos y los suyos compartían una mirada con una conexión que no había experimentado antes. No hubo necesidad de que nuestras cuerdas vocales usaran el aire para emitir sonido, las palabras estaban de sobra en medio de un silencio que no resultaba incómodo. Una sonrisa con algo de picardía apareció y daba paso al abandono de la casa del árbol, lo que a su vez se convertía en una despedida en la que un abrazo sellaba el momento volviéndolo único y especial.

Fui a la cama con una sonrisa dibujada en el corazón y mi mente me invitaba con ideas para colarme en su habitación, sin embargo, al entrar al baño mojé mi cara para apagar la llama de mis impulsos porque no era prudente nada de lo que pensaba. Pensé que todo marchaba en orden hasta que esta mañana, mientras tomaba mi café, noté que los ojos de Vero se escondían de mí cuando manteníamos una conversación.

Intenté hablar de lo que había pasado, pero hábilmente esquivaba mis palabras. Sentí en ella incomodidad, una incomodidad aceptable.

Carlos, tú naciste para echar a perder las cosas…

Decido salir de la habitación donde estoy, es una que uso de oficina, solo que es espaciosa porque hay varias computadoras con las cámaras de vigilancias, unas impresoras y demás objetos apilados.

Camino por los pasillos mientras silbo una canción hasta que llego a la oficina de Vero, toco la puerta, pero no espero su autorización para entrar, aunque cuando lo hago solo soy capaz de asomar mi cabeza.

—¿Vero me acompañas a almorzar? —pongo mi voz lo más dulce que puedo y hago ojitos de perro regañado.

La laptop está encendida y tiene la gaveta de su escritorio abierta buscando algo —ahora no puedo.

Ni siquiera levanta la mirada al responder —ok —cierro la puerta con cuidado, así como lo hace ella.

Sigo mi camino hasta el comedor del orfanato y comienzo a formarme en la fila de adultos cuando Camilo, Tatiana y Erika se colocan detrás de mí. No tengo ganas de charlar, pero estando cerca es inevitable que me saluden, así que les respondo asintiendo y con una sonrisa de boca cerrada.

—Carlangas —Camilo se me acerca dando tres palmadas en mi hombro —¿Cómo estás? ¿Por qué esa cara larga?

—Sigo preocupado por el orfanato —en parte es verdad, pero siento un gran alivio al tener una excusa que oculte que también se debe a Verónica.

Tomamos nuestras bandejas y una de las cocineras nos sirve una porción de arroz —tranquilo hombre, estoy seguro de que algo se nos ocurrirá.

Yo solo asiento y no le respondo nada, mis ojos están concentrados en la ensalada y el trozo de carne que chorrea salsa y que colocan en la charola. Luego que terminan de servir me dirijo hacia la mesa de los adultos que se diferencia de la de los niños porque es de color rojo mientras que las demás son azules. Los chicos siguen mis pasos y se sientan haciéndome compañía.

Comienzo por cortar un trozo del bistec y mientras lo saboreo recuerdo que a esta hora los organizadores enviarían los correos electrónicos del concurso. Saco mi celular del bolsillo y por más que actualizo la bandeja de entrada no veo ningún mensaje nuevo.

Bufo y guardo el celular —¿Qué te pasa? —Camilo se mete una cucharada de ensalada a la boca.

—Aún no envían los resultados.

—Ah, eso, ya te avisarán, no te mortifiques.

—Es que el suspenso me está matando, por lo menos que me llegue el correo que diga gracias, pero no quedaron seleccionados, así me quedaría tranquilo —suelto el cubierto.

—Ok, pero no desquites tu enojo con el tenedor —expande los ojos.

Agito la cabeza —cambiando de tema, ¿Ya te curaste de…? —muevo los ojos repetidamente haciéndole una seña.

Su expresión es ¿De qué hablas? —ah si —sonríe y coloca la mano en su frente —no, aún estoy en tratamiento.

Bajo el tono de voz —¿Y quién te contagió? —él no responde con palabras, por el contrario, gira hacia el frente y alza las cejas señalando a Tatiana.

¡De lo que me salvé!

Tomo el vaso de jugo y comienzo a beber —de ahora en adelante cambiaré —las palabras de Camilo hacen que me ahogue y que el líquido me salga por la nariz.

Erika y Tatiana voltean a vernos, y yo con una servilleta me limpio la nariz y la barbilla —ahora dime algo que sea cierto.

—¿De qué están hablando? —Tatiana coloca los codos en la mesa, une las manos y apoya su mentón en ellas.

—Camilo dijo que iba a cambiar —Erika se ríe tanto como yo, en cambio, Tatiana lo observa entrecerrando los ojos.

Demasiada tensión en el ambiente.

—Carlos —Tatiana baja la voz —yo no fui la que lo contagió, él me contagió a mí.

—Ok —no era necesario tanta información, pero yo solo asiento con la cabeza y apreto los labios.

—Permíteme corregirte —Camilo sonríe y apoya las palmas en la mesa como si se fuera a levantar, pero no lo hace —yo siempre uso mi gorrito, con la única persona que he estado sin protección es contigo… —Alza las manos a la altura de los hombros —así que dos más dos es igual a cuatro y raíz cuadrada de ochenta y uno es nueve.

—¿El socialismo funciona? Por supuesto que no —comienzo a reírme, pero nadie me sigue con excepción de Camilo, entonces miro a Tatiana y borro mi sonrisa del rostro.

Ellos siguen discutiendo, sin embargo, me distraigo porque escucho el timbre de mi celular y además sentí la vibración en mi bolsillo.



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En el texto hay: romance, comedia y amor, romance drama comedia

Editado: 10.12.2023

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