Han pasado cinco días desde que rompí el lavamanos del baño y todos mis compañeros (incluyendo a Vero) continúan hablando del tema y haciendo chistes al respecto. Yo quisiera que lo olvidaran, que pasara algo más que desviara la atención de ese incidente, pero hasta el momento es el único acontecimiento y aún sigue vigente.
El nuevo lavamanos ya fue instalado en mi baño y gracias al cielo no salió nada de mi bolsillo. Aunque ahora cada vez que salgo de la ducha, lo hago con sumo cuidado porque si vuelvo a dañarlo me daría demasiada vergüenza.
Vivir con 39 personas sin contar los cocineros y el resto del equipo de producción es de locos, llegué aquí el viernes por la tarde y mis niveles de socialización se están agotando. Además, estoy cansado, los ensayos para las coreografías son más exigentes de lo que pude imaginar y cada músculo de mi cuerpo duele y tiembla.
El coreógrafo que nos asignaron se llama Evandro, es muy perfeccionista, exigente y algunas veces hasta despiadado a la hora de enseñar. Ahora aprovecho de tomar un respiro porque salió de la habitación donde estamos ensayando, así que no perdí mi tiempo y me acosté en el suelo, no me importó el polvo que había, ni las huellas de zapatos, solo quería descansar cinco minutos.
La ropa deportiva con la que ensayo está empapada de sudor, mi pecho sube y baja y mi pulso está acelerado.
—Carlos —Vero está sentada en el suelo, recostada a la pared con las piernas estiradas.
—¿Dime? —estoy distraído viendo el techo de madera que se une en largas tablas una al lado de la otra.
Ella suspira —no quiero que mis músculos se enfríen.
—¿Y qué propones?
Se levanta —bailemos algo mientras Evandro regresa.
Arrugo las cejas, tuerzo los labios y bufo —no puedo con mi alma en estos momentos.
Pone las manos en su cadera —no seas tan holgazán —se acerca y me extiende la mano.
La halo con fuerza y la tumbo, sus rodillas se doblan ante mí mientras levanto el torso de a poco y rio. De nuevo quedamos cara a cara y mi mirada va directamente a sus labios carnosos y perfectamente definidos, en pequeños lapsos de tiempo nuestros ojos se encuentran y permanecen compartiendo la mirada por unos segundos.
Parte de su cabello posa sobre su frente mezclándose con las gotas de sudor, aun así, puedo jurar que luce preciosa. Estiro mis labios y cierro los ojos mientras me muevo hacia adelante.
Se levanta y me quedo ahí con los labios estirados —¿Qué canción bailamos? —abro los ojos y me pongo de pie sacudiendo el polvo de mi calentador.
Mi cara de friendzone es muy evidente cuando me miro en el espejo. Entrelazo mis dedos y estiro mis brazos hacia arriba, luego giro mi torso a los lados y puedo oír como truenan algunos huesos de mi columna.
—La que sea, tú escoge.
Ella está inclinada sobre la mesa donde está la laptop moviendo el mouse y cliqueando algunas carpetas. En la habitación hay cuatro parlantes, uno en cada esquina de las paredes casi tocando el techo.
—No consigo nada de música que valga la pena en esta computadora —dice —aunque esta me gusta.
La música comienza a sonar y yo frunzo el ceño y sonrío porque me trae buenos recuerdos de cuando solíamos bailarla en las fiestas de la universidad.
El ambiente se llena de una fragancia e incluso da la impresión de que las luces bajaran un poco su iluminación. Nos acercamos y yo pongo ambas manos en sus caderas, ella me rodea por el cuello con sus brazos y nuestros rostros chocan frente a frente.
¿A qué juegas?
Hace un segundo intenté besarte y me dejaste con los labios estirados, pero ahora te atreves a acercarte a mí con tanta tranquilidad que casi pareciera que me estás tentando a perder la cabeza.
Los pies se mueven danzando en cada paso y nuestros ojos permanecen conectados como descifrando aquellas cosas ocultas en la mente del otro. No me importa nada en estos momentos más que disfrutar este baile.
Puedo sentir como las gotas de sudor recorren mis sienes al mismo tiempo que nuestras respiraciones se sincronizan. Cada músculo, tendón, y fibra de nuestro cuerpo sigue el ritmo de la música igual que una corriente eléctrica que pretende acelerarnos el corazón.
Mi piel se eriza con cada paso y los versos actúan como poesía. Mis instintos naturales comienzan a despertar en medio de esta danza.
Carlos.
Carlos.
Respira profundo.
Piensa en otra cosa.
Contrólate.
Me siento totalmente indefenso ante ella, el solo roce con su piel me desarma por completo y basta con una mirada suya para que mi mundo entero esté en perfecto equilibrio.
Quisiera saber qué piensa o siente ella, pero la química que hay entre nosotros es como la de dos galaxias que colisionan dando paso a nuevos mundos. Desafortunadamente, la música llegó a su fin y no sé si agradecer o enojarme porque terminó.
Nos separamos y mis manos abandonan su cintura con tristeza, mi cuello se siente desnudo al despedirse de sus brazos y doy gracias al universo por el mejor baile en toda mi ordinaria vida.
—Vero yo…
Se aleja un paso de mí —ya calentamos, será mejor que vaya a buscar a Evandro porque se ha tardado mucho.
Sí, ya calentamos.
Y ya me calentaste también.
Y ahora huirás.
¿Por qué huyes de mí?
Antes que pueda irse la tomo de la mano y la halo hacia mí. Sin embargo, mis pies pierden el equilibrio y me caigo al suelo arrastrándola conmigo.
Al caer ella queda sobre mí haciendo que nuestros cuerpos mantengan contacto desde los pies hasta la cabeza.
Instintos.
Contrólense.
Sonríe —¿Qué querías decirme? —su sonrisa me cautiva y el contacto de nuestra piel, aunque sea sobre la ropa, me causa alucinaciones.
Aprieto los ojos —no te vayas —respiro y siento su latido en mi pecho, está acelerado igual que el mío —quédate conmigo a esperar al dictador de Evandro.