Lejos de reconocer

Capítulo 36: Sin involucrarse

El segundo equipo ya participó y el tiempo que usó fue de doce minutos y cincuenta segundos, es decir que para pasar a la siguiente ronda no debemos excedernos de ese límite. Esperamos una señal de Irene para comenzar, pues, cada uno está en su estación, donde al llegar chocaremos la mano de nuestro compañero para que continúe la carrera de obstáculos.

Yo estoy de primero, luego Vero, Javier y en último lugar Estela. Aprovecho los minutos extras estirando mis piernas, brazos y tronando mi torso. Frente a mí hay un inflable en forma tubular donde las burbujas de jabón permanecen en la superficie y por los bordes chorrea agua jabonosa.

—Bien chicos —Irene levanta la mano derecha —el desafío comienza en tres, dos… ¡Uno!

Al correr, las finas hiervas mojadas me hacen cosquillas en los pies, además, a mitad de camino el músculo de mi pantorrilla izquierda se entumece y en cada paso me cuesta mover la pierna, de hecho, mi cojera mientras corro es muy notable.

Aprieto los dientes y me lanzo al inflable deslizándome por la jabonosa superficie. Siento el látex mientras me deslizo y se me llenan los ojos de jabón. Sin querer abro la boca y trago, espuma. Salgo al otro extremo escupiendo y moviendo la lengua, repudiando el sabor a detergente. Ante mí hay una red de cuerdas rústicas que dan acceso a un castillo inflable de gran tamaño.

Me aferro con las manos resbalosas a las cuerdas y pequeñas fibras de hilo se me pegan en las palmas. Estiro la pierna con la esperanza que la molestia en el músculo cese, pero no lo consigo. Termino de escalar y me lanzo como en un tobogán hasta el otro lado donde Vero está esperando. Toco su mano e inmediatamente me tiro a la grama jabonosa masajeando mi pantorrilla.

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Verónica

Después de que Carlos me pasó el turno noté que se tiró al piso sobándose la pantorrilla y apretando los ojos. Su mano estaba llena de jabón y me quedaron rastros en la mía.

Me detengo concentrándome en el primer obstáculo que debo enfrentar. Se trata de una tabla de plástico repleta de jabón y que tiene de largo unos siete metros, está posada sobre dos soportes que la mantienen a un metro de altura. Subo la pequeña escalera de madera al muro que da acceso a la cima, a los lados hay colchones de goma y quitándome los zapatos comienzo a avanzar.

Pongo el primer pie y me deslizo unos centímetros contra mi voluntad, luego coloco el otro y me tambaleo de la misma forma. Resuelvo avanzar como si estuviera patinando para no perder contacto con la superficie de plástico, alzar los pies y volver a pisar es un lujo que me puede salir caro. No quiero caerme y cargar con la culpa de que el equipo haya sido descalificado.

No quiero decepcionar a Javier y tampoco a Carlos, que por cierto el momento que escogió para decirme que se muere por mí fue el menos conveniente. Pestañeo y mantengo el equilibrio, me falta poco para llegar. Me agarro de las barandas que están al final del trayecto y bajo las escaleras con precaución.

Lo siguiente que sigue es que debo encestar un balón de básquet, sujeto la pelota y al lanzar gira por el arco dos veces e ingresa. Javier está a mi derecha, así que choco su mano y le paso el turno.

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Javier

Hubiera preferido hacer un reto físico antes que el que debo enfrentar. Es un circuito de alambre retorcido con curvas en todos lados y tengo que pasar una sortija por cada parte sin tocar el metal, porque si lo toco suena un pitido y tendría que comenzar de nuevo. Ahora que lo pienso tenía que dejarle este desafío a alguien con mejor pulso, pues, el mío tiembla demasiado.

Tenía que decirle a Carlos que hiciera la tercera estación porque así, si perdíamos sería su culpa y no la mía. Aguanto la respiración y muevo el aro procurando que no roce ningún borde. Después de tres intentos lo logro.

Corro a gran velocidad para hacer otros dos retos que me resultan sencillos. Pero el último que debo realizar para pasarle el turno a Estela es atravesar un terreno con lodo igual que un soldado. Me lanzo en el suelo y comienzo a arrastrarme moviendo brazo a brazo. Un alambre se enreda en mi pelo y me arranca varios cabellos.

Además, por lo apretado que me queda este traje, siento que arrastro todos mis genitales en el lodo al rozar con pequeñas piedras que me lastiman. Estoy seguro de que mantengo una expresión jocosa en estos momentos.

Después de esto no voy a poder tener hijos con mi Verónica.

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Estela

Javier chocó su mano llena de lodo con la mía y tuve que pasarla por mi ropa para limpiarla, me asquea y extresa el barro. Mi primer reto consiste en meter unas pequeñas pelotas transparentes en unos vasos. Tengo que hacerlo después de un rebote en una mesa de madera y así introducirlas en los recipientes.

Debo meter cinco pelotas y quiero hacerlo en poco tiempo. Lanzo la primera y entra en el primer intento al igual que la segunda. Pero la tercera es otro cuento, repito con desesperación el rebote y no logro conseguirlo.

Grito como una loca y halo los mechones de mi cabello, respiro agitada y lanzo la pelota volviendo a fallar.

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Carlos

Y si, perdimos.

No pudimos completar el desafío, pues, excedimos el tiempo del último equipo.

Javier, Vero y yo nos acercamos a Estela —acéptalo, no podrás meter esa pelota, ha pasado casi media hora y aún no lo has logrado.

Su cabello está desordenado y tiene una expresión de loca —¡no!, ¡yo puedo hacerlo! —los músculos de su cuello se tensan —¡me extresa que la pelota no entre!, ¡aaahhh! —grita y golpea la mesa.

—Estela cálmate —me coloco al otro extremo de la mesa —te puede dar algo, es solo una tonta competencia.



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Editado: 10.12.2023

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