—¿Puedo pasar? —sus ojos están hinchados y trae puesta la misma ropa que cuando salimos de la mansión hace unas horas, además de que carga su maleta.
Asiento —si claro, pasa —me hago a un lado y extiendo el brazo.
Las ruedas de la maleta producen ruido al arrastrarse sobre la cerámica, y se suena su nariz en un pañuelo que lleva en su mano —disculpa que haya venido sin avisar —cierro la puerta —es solo que no quería ir al orfanato y no tengo otro sitio cercano a donde ir.
—¿Y qué fue lo que te pasó? —frunzo el ceño e inclino mi cabeza a la izquierda.
—¿Recuerdas que mis padres se iban a reconciliar? —se sienta en el sofá y suspira —bueno lo hicieron y no me quedó más remedio que irme —mientras dice esas últimas palabras, unas lágrimas escapan de sus ojos.
Aprieto los labios —ya comprendo —me siento a su lado —no te preocupes, me alegro de que hayas recurrido a mí.
Da una sonrisa de boca cerrada —gracias, hubiese preferido ir donde Susana para no incomodarte —me observa —sé que estás molesto conmigo.
Rasco la parte de atrás de mi oreja y arrugo la cara —eso no tiene importancia ahora, sin tomar en cuenta lo que haya pasado, sabes que siempre puedes contar conmigo —sonrío y le extiendo mis brazos.
Se acerca a mí con lentitud y la recibo apoyando su cabeza en mi pecho. Escucho el quejido de su llanto mientras acaricio su cabello y la aprieto con fuerza, doy un beso en su cabeza y en mis labios se pegan algunos cabellos. Allí permanecemos un buen rato.
—¿Tienes hambre? —pregunto luego de que separamos nuestros cuerpos.
Unos mechones de cabello permanecen en su frente llenos de sudor y lágrimas, ella los acomoda —no, no te preocupes —pasa la mano por su nariz —solo quiero descansar.
Me inclino hacia adelante apoyando los codos en las rodillas mientras los dedos de mis manos se entrelazan unos con otros —puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, sabes que me sobra una habitación y no me molesta tu presencia en lo absoluto.
Asiente —lo sé, pero solo será por esta noche. Mañana iré a donde mi hermana y me quedaré con ella hasta que consiga un departamento.
Suspiro —está bien, pero no olvides que siempre estaré para ti cuando me necesites.
Continuamos sentados en el sofá mientras escucho con más detalle la historia que me cuenta acerca de los problemas con sus padres y aunque parte de mí recuerda a cada instante el beso que se dio con Javier. No puedo enojarme con ella ni hacerle reclamos después de haberla visto tan vulnerable.
El resto de la noche y parte de la madrugada estuvimos conversando de todo lo que pudimos, entre risas y momentos serios, nos terminamos dos botellas de licor. Cuando las acabamos ella se fue a la habitación desocupada y yo me dirigí a mi cuarto aguantándome las ganas de besarla. Incluso se me pasó por la mente ir a dormir juntos, pero estábamos ebrios y con los sentimientos a flor de piel, así que no era nada conveniente. Si algo pasaba entre nosotros en ese estado, terminaríamos fracturando aún más nuestra amistad.
Nos despertamos casi al medio día. Una jaqueca retumbaba en mi cabeza y me dolía el cuerpo, quizás por todo el tiempo que estuvimos bailando en la semana. Cuando estiré los músculos en la cama tuve un fuerte calambre en la nalga, no entiendo por qué no puedo estirar mis extremidades como una persona normal, siempre que lo hago, algo me pasa.
Cuando salí de la habitación, Vero estaba sentada en la mesa del balcón tomando un café y aunque le insistí para que desayu-almorzaramos me dijo que no, pues quería irse lo más rápido posible a casa de Susana.
Estando en el pasillo cierro la puerta de mi departamento y saco las llaves para ponerle seguro. El sonido de las bisagras de la puerta del apartamento de doña Telma resuenan, creo que de tanto asomarse tiene los tornillos que la sostienen al marco desgastados.
Sale al corredor vestido con una bata blanca y su cabello desordenado, unas sandalias de plástico y sosteniendo una escoba —el pasillo está repleto de polvo, esas empleadas de limpieza no hacen bien su trabajo.
Sonrío y asiento —sí, muy sucio —digo al ver que barre y la escoba no atrapa ni una pequeña partícula de polvo. Sigo mi camino hasta el elevador, presiono con mi dedo el botón para ir al sótano y observo a Vero por el espejo mientras descendemos. La sensación de vacío al bajar es más intensa, no sé si será porque no he comido nada.
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Ya en el sótano caminamos hasta el auto e ingresamos a él. Llevo a Verónica a casa de Susana, un lugar retirado del centro de la ciudad, por lo que me tomó un buen tiempo.
De regreso vuelvo a la triste realidad y no sé qué hacer, no hay una idea que me convenza de poder salvar el orfanato. Haber perdido el concurso hizo que las esperanzas fueran aplastadas, si tan solo tuviera la mitad de ese dinero disponible, podría invertir en algún negocio que le generara ingresos de forma constante al orfanato.
Parado frente a la entrada del orfanato veo a Felipe en su puesto y sale para abrirme el portón, parqueo el auto y bajo mirando todo a mi alrededor. En verdad amo este lugar, es una de esas cosas que le da sentido a mi vida, debe de haber algo en lo que no haya pensado que pueda ayudarnos a salir de esta crisis.
Isabela está jugando en el césped con otros niños y al verme sale corriendo a recibirme, su sonrisa ilumina mi día. La tomo con mis brazos y la alzo, ella me da un beso en la mejilla, luego la bajo y comienzo a hablarle en señas.
—Me gustó como bailaste en la televisión —sus pequeñas manos se mueven.
Sonrío —¿y dónde me viste?
—En el televisor del comedor —responde —todos los viernes nos reuníamos a verlos.
Pellizco su mejilla —entiendo, sigue jugando —hago las señas con mi mano y ella sale corriendo hacia los otros niños.