—¿No me invitas a pasar?
Sus ojos se ocultan de mí, pues, mantiene la mirada hacia abajo mientras mueve sus pupilas de un lado a otro. La carne de sus labios está agrietada, además los muerde esperando escuchar mi respuesta. En su hombro izquierdo trae un bolso de esos que usan las madres para llevar las cosas del bebé, en este preciso instante no recuerdo cómo se les llama.
Trueno mis pulgares y estiro los labios —claro, adelante —me hago a un lado extendiendo el brazo para que ingrese, luego cierro la puerta, no sin antes escuchar el rechinido de la puerta de mi vecina. Lo siento doña Telma, esta vez llegó tarde al chisme.
Amanda se quita el bolso colocándolo en el sofá al mismo tiempo que acomoda al niño en sus brazos. Expande la mirada observando todo a su alrededor, casi parece que nunca hubiera entrado a este departamento. Ante esta situación no sé qué decir, qué pensar ni qué hacer.
Dando unos pasos me detengo frente a ella y rasco mi cabeza —¿Se te ofrece algo? —alza su mentón y veo su mirada, está cristalizada por lágrimas que no terminan de salir, es como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo por contener el llanto —¿Agua, jugo o cualquier cosa?
Las comisuras de sus mejillas se marcan al dar una sonrisa de boca cerrada —un vaso de agua estaría bien.
Asiento —está bien —voy a la cocina, tomo un vaso de la alacena y sirvo el agua.
Mientras el agua desciende en el vaso me doy cuenta de lo que está pasando, es decir, de todas las personas que pude pensar que tocaban el timbre, nunca imaginé que se tratara de Amanda. Lo sé, después de cómo me trató debí tirarle la puerta en la cara, admito que ganas no me faltaron. Pero, al verla con su cabello desordenado y con ese niño en brazos, no tuve corazón para hacerlo. Si otorgaran premios por reacciones amables cuando tu ex te visita luego de dejarte con el anillo en la mano, estoy seguro de que ganaría.
—Aquí tienes —le doy el vaso con agua, ella lo toma y lo bebe todo de inmediato mientras yo me siento a la derecha del sofá.
—Gracias —coloca el vaso en la mesa de vidrio que está en medio de los muebles.
—¿Y qué haces aquí? —apoyo los codos sobre mis muslos y froto mis manos —lo último que supe de ti era que te habías ido a Nueva York.
Asiente —sí, es una larga historia —suspira.
Me muerdo ambos labios y asiento —bueno, creo que merezco escucharla.
—No quiero hablar de eso —baja la mirada y luego me observa directamente a los ojos.
Me dejaste hace más de un año sin ningún tipo de explicación, luego apareces con un bebé en brazos aquí en mi apartamento a altas horas de la noche, yo soy un tonto y te dejo pasar como si nada, soy amable contigo y aun así dices que no quieres hablar del tema. Lo siento, pero esta vez no me vas a envolver.
—Tendrás que hacerlo porque la verdad es muy tarde y quiero dormir ya —señalo la puerta con la cabeza —las visitas tienen que irse.
—¿No me vas a dejar quedarme aquí? —expande los ojos.
Frunzo el ceño —¿Bebiste cloro antes de venir? —hago una pausa —¿Estás usando drogas o sufres de amnesia? —la observo esperando su respuesta, pero solo recibo silencio —te apareces así de la nada y ni siquiera tienes la decencia de contarme ¿Qué te pasó? ¿O decirme por qué me abandonaste?
Las lágrimas que frenaba con tantas fuerzas salen y pasa su mano limpiándolas —lo siento, pero por favor solo deja que me quede aquí.
Rasco mi cabeza —no creas que vas a manipularme con tus “lágrimas” —respiro profundo —así que mejor me explicas las cosas o te vas de mi apartamento —frunzo el ceño.
Alza las cejas y abre los ojos —¿Por qué me tratas así?
Estampo la mano sobre mi rostro y respiro profundo —las preguntas las hago yo, así que —muevo las manos —explícame ¿Qué significa todo esto?
Recoge el cabello detrás de sus orejas —ok, te voy a explicar —respira profundo—no era mi intención dejarte sin explicación alguna, créeme que traté de hablar contigo.
Menos mal, trataste, imagina si no hubieras tratado.
—El caso es que —toma aire —tu propuesta de matrimonio me tomó por sorpresa y sentí miedo, por eso salí huyendo —su mirada la mantiene enfocada en el vaso sobre la mesa de cristal —pero lo que tú no sabías es que desde hace mucho tiempo estaba solicitando empleo como fotógrafa en el extranjero, y un mes antes me habían llamado de Estados Unidos para trabajar en una agencia de modelaje ubicada en Nueva York —coloca la mano en su pecho —yo estaba atravesando un momento muy difícil y me vi obligada a tomar una decisión acerca de que era más importante —hace una pausa y el bebé que descansa sobre sus piernas mueve ligeramente los bracitos —si mi sueño de ser fotógrafa profesional o mi relación contigo.
Aprieto con tanta fuerza mi puño que la sangre se acumula en mi mano haciendo que se enrojezca.
—Entonces —continúa hablando y esta vez llora aún más —tuve que poner en una balanza ambas cosas para saber que era más importante —extiende sus brazos y abre las palmas de las manos formando una balanza —si mi novio o mi sueño —mira el vaso sobre la mesa otra vez —y mis sueños pesaron más —las lágrimas recorren sus mejillas.
Mi nariz se enrojece, tuerzo los labios, respiro profundo y mis ojos se tornan llorosos —puedo entenderte, al fin y al cabo, ser fotógrafa siempre fue tu mayor anhelo —la miro a los ojos —pero ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Pensaste que yo te iba a impedir que te fueras o qué? —muevo las manos.
Alza el hombro derecho e inclina la cabeza en la misma dirección —creí que no lo entenderías y cuando me armé de valor para decírtelo, fue el día que me propusiste matrimonio.
—Digamos que comprendo tus motivos —hago una pausa —pero pudiste romper conmigo como una persona normal —me encojo de hombros —y no simplemente ignorarme, desaparecerte así de repente y cuando intento dar con tu paradero resulta que me entero de que te fuiste a otro país.