El clima es soleado.
Donde a pesar de correr un ligero viento de septiembre, no es necesario abrigarse demasiado para confrontarlo. Las hojas de los árboles se mueven, en una danza. Calmada y encantadora. Que abstrae, a cualquier que mire directamente como aquellas copas verdes y amarillas ondean. La luz de media tarde se cuela por entre las ramas.
El césped seco de aquel pequeño parque comienza a morir en algunas zonas. En el estanque apenas hay tres patos nadando. Y tiene musgo. Señal de que no le han dado mantenimiento en mucho tiempo. También los animales se ven más delgados de lo que serían si estuvieran en el parque central de la ciudad.
Los autos pasan, algunas llantas se deslizan mal por el asfalto. Ese sonido chirriante molesta un poco. El tráfico vive sonando la bocina porque a nadie le interesa conducir bien en ese lugar. Se escuchan insultos a lo lejos, pero ya es normal. No es necesario voltear a ver, sin embargo, lo hace.
Aquel hombre joven mira. Sus ojos son grandes, azules. Como las señales de discapacitados que están vandalizadas en cada esquina de las banquetas. También se acomoda un poco el cabello corto, que originalmente era castaño claro y se convirtió en rubio con tinte barato. Cosa que hizo que ahora su cabello no luciera tan sedoso como fue en un inicio. Su piel es clara, más rozada en los labios, con los cuales llevaba una lucha desde hace varios días al encontrarlos agrietados, especialmente en el arco de cupido.
De nombre Roger May, recargado en las losas del muro que separa el camino del estanque. Aquel omega que observa a la distancia como ahora ambos hombres de los automóviles que casi se estrellan, habían bajado de su vehículo para discutir. Varios más se acercan, curiosos por el alboroto. La mayoría solo observa y únicamente una persona intenta mediar aquella discusión. Golpes. Uno se aventó al otro y entonces ya es momento de llamar a la policía.
— ¿Qué sucedió? —Una voz suena a sus espaldas.
Su rostro se voltea al instante, observando a quien acaba de aparecer. Un hombre alto. Mira a los ojos intrigados de color avellana, como la tierra al juntarse con el barro, que ahora ven el desastre de la pequeña multitud al final de la calle.
No pasan más de siete segundos, cuando quita su visión del lugar. Lleva una mano para acomodar el gorro que tiene encima del cabello corto y suspira. Brian May lleva cargando una bolsa de papel, en la cual mete una mano, buscando algo.
—Estaba pensando, quizás... —habla Roger, observando los dos autos a lo lejos. Recorre sus ojos por ellos, imaginando lo lindo que sería conducir. Aunque deja silencio mientras ve cómo su esposo escarba hasta el final de la bolsa, aún no encontrando nada. Al final se arrepiente, y cambia el objetivo de sus palabras—. ¿Tienes pan para los patos?
Brian levanta la cara. Al final saca un pequeño tubo de la bolsa y se lo extiende—. Es bálsamo.
Lo toma, sonriendo un poco—. Gracias.
—Y no, no nos sobra —responde la anterior pregunta. Al mismo tiempo, toma la bolsa con cosas y lleva la mochila que tiene en la espalda hacia delante para meterla ahí, segura.
—Tienen hambre.
—Nosotros también.
Roger baja las manos que sostienen el tubo de bálsamo y a su vez, también el rostro. Las roza con el vientre crecido, y suspira. Brian tiene razón, ¿cómo pudo ser tan tonto con eso?
Siente una mano en su mentón, que lo levanta. Le da un ligero beso en los labios, después en la frente y al final lo enreda entre sus brazos, con cuidado. Roger también corresponde el acto, dejándose hundir entre la chaqueta abierta de Brian, acurrucándose un poco y oliendo el aroma reconfortante y característico de él. Siempre es café recién molido con un toque de chocolate.
— ¿Cómo te has sentido? —pregunta en su oído, con voz baja.
—Bien —dice sin más, Roger.
A pesar de lo escueto de la afirmación, Brian no insiste. Simplemente baja a dejarle un beso más en la corona del cabello y se separa, sonriéndole al otro. Responde, aunque últimamente los rostros de ambos casi no conservan la luz. Han sido malos días, y el último vestigio de esperanza es lo único que mantiene a ambos en la línea de la cordura.
Van a casa.