Lenna Kuningatar

Prólogo

Parque Nacional Nuuksio

25 kilómetros de Helsinki

2:17am

—Nos encontramos una vez más, querido bosque. Gracias por recibirme—musito cubriendo mi cabeza con la pesada capucha de mi chaqueta invernal—. Dios del cielo, Dios de la tierra y de todo lo que en él habita, protege nuestros pasos y alinea mis palabras esta noche, pero, sobre todo, permite que la encuentre.

—This way, my lady (Es por aquí, mi señora)—dice Alvar señalando las estrellas—. Norte.

—Are you sure Cristian saw her here? (¿Estás seguro de que Cristian la vio por aquí?)

— Kristján er orðinn einn með náttúrunni, drottningin mín—sonríe levantando la vista hacia la copa de los árboles repletos de nieve.

—Dice que Cristian se ha hecho uno con la naturaleza y le doy la razón—responde Demyan iluminando nuestros pasos con su linterna—. Conoce y recorre cada rincón de los bosques y valles, siempre pidiendo permiso a cada divinidad sagrada que lo habite, por supuesto.

—¿Tú también crees eso de que los bosques son sacros porque las divinidades ancestrales eligieron habitarlos?

—Si en algo son reconocidos los bosques, es en el aura de misterio y magia que durante siglos nuestros antepasados nos han ido transmitiendo—toma mi mano para ayudarme a bajar por las rocas escondidas en la nieve—. Con cuidado.

—Mi padre siempre afirmó que la naturaleza es el arte de Dios, por eso es por lo que nuestro espíritu encaja a la perfección con él. Llevamos los mismos colores muy adentro de nuestro ser.

—Tu padre fue un hombre sabio. Deberías seguir sus palabras.

—No digas ‘fue’—refuto sintiendo la angustia en mi pecho—. A pesar de lo que Kalle haya dicho antes de morir, mi madre y mi padre todavía siguen vivos. Lo sé, lo presiento. Ya aparecerán.

—En este mundo oscuro existen muchas trampas, querida kuningatar (reina). Recuerda siempre mantener bien abierto los ojos y tener el corazón bajo llave. No dejes que tus sentimientos te dominen.

—Si, tienes razón—asiento aferrándome a su brazo—. Gracias por estar aquí.

Byron Pulsifer solía decir que, si uno necesitaba sentir paz y relajación, debíamos adentrarnos en el bosque, a la naturaleza pura. ¿Cómo es que ahora no logro percibir ni siquiera una pizca de amor por el que alguna vez consideré mi hogar? ¿Será porque mientras el amor de mi vida lanzaba su último suspiro al aire en aquel valle de la decisión, estos montones de árboles espesos no hicieron nada más que observar su agonía desde lejos? ¿A dónde se encontraban las deidades de las que tanto hablan y veneran? ¿Porqué no ayudaron a mi Celestito siendo que pertenecen a la misma línea ancestral? ¿Prefirieron contemplar en silencio el dolor del gran Leónidas a tenderle una mano? No. La naturaleza no es un lujo, mucho menos un lugar santo, es una simple necesidad vital del ser humano. En ella no hay recompensas ni castigos, solo existen las consecuencias. No, no hay magia ni tampoco hay dioses en este sitio. No obstante, a pesar de mi opinión, respeto la cultura y cada palabra que sale de la boca de mis hombres de valor.

Mi corazón fue tomado con fuerza aquella noche en la que Kalle nos enfrentó. Arrasó con el amor, con la paz, con la alegría que sentía al lado del hombre que la vida y el Rakkaus ilman sanoja me habían otorgado. Mi gusto por la naturaleza, por los bosques y lo misterioso quedaron también a un lado, como si todo se hubiese petrificado, incluso hasta mis propios pensamientos.

Aun cuando nada tiene sentido sin él, hay algo que aún permanece conmigo y que me incita a seguir luchando: La esperanza que me brinda el Cupiditatem.

Canto a la tumultuosa Ártemis, la de áureas saetas, la augusta virgen cazadora de venados, lanzadora de dardos y hermana de Apolo—recita Demyan llamando mi atención—. Canto a la que por montes sombríos y cumbres batidas por los vientos tensa su áureo arco deleitándose en la caza y lanzando dardos que arrancan gemidos. Retiemblan los picos de los elevados montes y retumba el bosque umbrío con el rugido de las fieras

—Eso fue hermoso, Demyan.

—Es un himno Homérico hacia Artemis, diosa de la caza, los animales y el bosque—sonríe—. Herencia de los Caballeros del Norte y fanatismo de la familia Kovalenko.

—Alto—susurra Alvar haciéndonos callar—. Eitthvað færist á milli trjánna (Algo se mueve entre esos árboles)—saca la pistola del pesado abrigo que lleva y apunta hacia lo que sea que haya escuchado—. Vamos, aparece.

—Guarda esa arma, Leyenda negra—una suave, pero firme voz de mujer rompe el silencio del bosque—. Ég er sá sem þú ert að leita að (Soy lo que estás buscando).

—She’s here (Está aquí)—responde guardando su arma—. Henna.

—El león vuelve a la montaña…

—Y la mujer del norte sale a recibirlo—concluyo buscándola entre medio de los pinos frente a nosotros—. Henna. Al fin.

—Mi querida Kuningatar—camina despacio— No sé cómo me encontró, pero gracias por su visita—se quita la capucha y se pone de rodillas frente a mí.

—De pie, mediadora—respondo levantándola por ambos brazos—. Nunca te olvides que eres mi mano derecha, pero sobre todo mi hermana—uno mi frente con la suya—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te trata el bosque?




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