—Pero mira quien viene bajando las escaleras. La bella Amorim—dice Roy levantándose del gigantesco sofá de piel al igual que Kristen—. Ven aquí, Nana.
—Le pido respeto cuando se refiera a la Kuningatar, señor—se adelanta Cristian para bloquearlo con su cuerpo—. Los códigos especifican que…
—No hacen falta las formalidades con ninguno de ellos, Leyenda negra. Son familia—bajo el último escalón disparándole una mirada reprobatoria—. No vuelvas a hacerlo.
—Entendido, mi señora—baja la cabeza saliendo de mi camino—. Le pido me perdone.
—No tienes que pedir nada—agrega Roy dándole una ligera palmada en la espalda—. Has cuidado muy bien de la señora Kinnunen. Te estamos muy agradecidos.
—Es mi deber—deja aparecer una ligera media sonrisa y abre la puerta principal—. Si me disculpan, iré a verificar que todo esté en orden para la llegada de nuestra mediadora. Kuningattareni (Mi reina)—se inclina con sumo respeto y sale al frío de la mañana.
—No deberías ser tan ruda con el hombre islandés, Nana—detiene su mirada en la puerta—. Podrías herir sus sentimientos.
—No hablas en serio—río—. Es un teniente retirado de las fuerzas armadas de Islandia. Está acostumbrado a toda clase de rudeza—trato de justificar mi estrés posguerra—. Las cicatrices en sus brazos me lo confirman.
—Quién hubiera imaginado que tendrías a tantos hombres bajo tu mando—suelta un suave silbido—. ¿Qué se siente imponer tanta autoridad?
—Nada, no se siente nada—miento dando un paso hacia él—. ¿Podrías dejar de hablar y darme mi abrazo?
—A la orden, reina—responde cuadrándose frente a mí para después jalarme del brazo con fuerza—. Usted manda.
Puede que un estrujón de Roy Quintero no solucione ni aleje los problemas que me acechan, pero desde que tengo uso de razón han dispuesto de una magia que siempre recompuso y alivió mis tristezas profundas. Sin embargo, ¿qué hay de ahora? Bueno, ahora mismo solo me transmite paz y aleja la ansiedad tan agobiante en mí.
Durante este corto periodo de tiempo, he aprendido lo mal acostumbrados que somos a veces como seres humanos en cuanto a ignorar la importancia y simpleza de un abrazo. Nada material ni espectacular se compara con la calidez de dos extremidades que te acogen y te brindan calor. Mi madre solía decir que abrazar era amar en toda regla, se trataba de acariciar el alma de la otra persona y de encontrar el refugio ideal. Pero, por sobre todas las cosas, era el gesto que curaba y recomponía las emociones.
En mi propia conclusión, cada abrazo alberga diferentes intenciones, pero también lleva consigo un lenguaje simbólico, aquel que todo el mundo percibe, pero que solo las almas conectadas entienden y hablan. Algunos le llaman el lenguaje secreto del corazón, no obstante, yo le llamo lenguaje de amor, ese que anhelo volver a entablar con él, con mi grandulón, con mi amor.
¿Cuándo? ¿Cuando será el anhelado y bendito día en el que se me permita reposar sobre sus brazos, en los que pueda volver a ser feliz, en los que logre sentir una vez más esa libertad para ser yo, para ser solo Elaine, solo su estrella?
—Estoy al tanto de la carga que debes llevar desde la última batalla, pero no te olvides que estamos contigo—susurra en mi oído borrando mis pensamientos de un ligero apretón—. Siempre.
—Roy…—suelto un pesado suspiro.
—Podrás ser la reina de todos estos hombres, pero mientras tus padres no aparezcan y Aatu no se levante de la cama, yo me haré cargo de ti—se separa—. Todos lo haremos.
—Agradezco tus palabras sinceras. Así y todo, bien sabes que no deberías estar aquí. Tu equipo te necesita en Portland—digo con la culpa volando por mi cabeza—. Los partidos de la NFL inician dentro de dos días y los Seahawks no podrán salir victoriosos sin su líder. Además, ¿qué pensará la liga deportiva cuando no te presentes?
—Equipos hay muchos, familia hay una sola.
—No puedo hacerme de la vista gorda, Quintero—resoplo—. Tú y yo sabemos cuantos años te costó ganar un puesto en ese equipo como para venir a desperdiciarlo justo ahora—me animo a contestarle, aunque sé que me refutará cada cosa que me atreva a lanzar.
—Este tema ha quedado zanjado, bajo candado y a tres metros bajo tierra—sonríe de lado—. Podrás ser la reina de Helsinki, pero no doblegarás mis decisiones. Punto final.
—Eres más indomable que un zorro—revoleo los ojos y dirijo mi atención a Kristen que se ha quedado conversando con Charlie frente a la chimenea—. ¿Cómo va manejando todo esto?
—Con una calma nunca antes presenciada—suspira—. Sigue creyendo que deberías mudarte para la cabaña.
—Y yo sigo considerando que ya te has tardado en pedirle matrimonio—disimulo para no revelar el dolor que ataca a mi pecho—. No estoy lista para pisar ese sitio.
—Amorim—dice acariciando mi hombro—, es la casa que tu esposo construyó para ti. ¿No tienes ni un poco de curiosidad por conocerla? Te llevarías una sorpresa, créeme.
—¿Cómo podría vivir en esa cabaña sabiendo que él no la disfrutará conmigo?—respondo retrocediendo—Podré ser tu Nana, pero no doblegarás mis decisiones. Punto final—alzo una ceja sintiéndome victoriosa por haber usado sus propias palabras para callarlo—. Mira, entre menos hablemos del tema, mejor. Hay cosas más importantes que tratar ahora.