Leo

Capítulo 1

Era una noche tranquila y silenciosa, la luna se ocultaba tras un manto de nubes suaves, proyectando pequeños destellos plateados sobre las hojas inmóviles de los altos árboles que se alzaban como guardianes del silencio. El aire fresco, impregnado de un aroma a tierra húmeda y flores nocturnas, envolvía todo a su paso, creando una sensación de calma profunda. De vez en cuando, el canto de una lechuza resonaba en la oscuridad, cambiando la quietud con su melodía melancólica.

Sin embargo, el intenso frío se extendía por la zona, empañando las ventanas de las casas a lo largo de la calle y creando un velo de cristal que distorsionaba la vista del mundo exterior. Las heladas ráfagas se colaban por las rendijas, mientras los habitantes se refugiaban en el interior de las antiguas y coloniales estructuras, donde el calor de las chimeneas luchaba contra el gélido aire.

Las luces parpadeantes iluminaban la oscuridad, proyectando sombras danzantes en las paredes, mientras el aroma a madera quemada y especias calientes llenaba el ambiente, convirtiendo la fría noche en un acogedor refugio.

Pero la desolada calle del sector "El Mamón" estaba poseída por un espeluznante y siniestro silencio que alertaba a sus habitantes de que algo estaba por suceder. Era un silencio tan penetrante que se apoderaba hasta del más mínimo rincón, desvaneciéndose lentamente cuando varios pasos resonaron con fuerza en el interior de una de las casas, dejando al descubierto una serie de suaves y profundos ecos que se desvanecieron hasta convertirse en un sutil susurro. Seguidamente, una cortina se deslizó con rapidez, revelando tras el empañado y cristalino vidrio el distorsionado rostro de un hombre que, con la mirada fija en el exterior, intentaba asegurarse de que todo marchaba bien.

¡Es mejor que te vayas! –Dijo el hombre, mientras se alejaba unos cuantos pasos de la ventana- ¡Se está haciendo tarde!

¿Estás seguro? –cuestionó un chico desde la mesa del comedor.

No, pero tu madre debe estar preocupada. Ya sabes como es.

Me gustaría quedarme sólo está noche, papá –el chico no mostró interés en las palabras de su padre.

No es una buena idea, Leo -el hombre comprendía que la situación era demasiado dura para su hijo. Se sentía impotente ya que había aspectos que se escapaban de su control, especialmente con las leyes involucradas.

¿Por qué?

Sabes muy bien cómo funciona todo esto. Además...

¡No es justo, papá! –Gruñó el chico, mientras golpeaba unas cuantas veces la mesa- No es justo para ti... Mi para mí... no es justo que mamá nos haga esto. Tu solo...

Lo sé. No me mal intérpretes. No estoy diciendo que esté de acuerdo con todo esto, pero... - se detuvo en seco al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir. Respiró profundo y continuó- solo te pido que no lo compliques, y no lo hagas más difícil para mí. Ya verás cómo las cosas se van arreglando. Solo... solo debemos ser pacientes. No hagas o digas cosas que puedan usar en nuestra contra. No quiero que te alejen de mí ¿De acuerdo?

¡De acuerdo! –susurró el chico con voz temblorosa, mientras miraba en dirección a sus zapatos.

¡Oye... oye! –Exclamó el hombre- no te pongas así. Alégrate ya que al menos nos podemos ver cada semana. Antes no podíamos hacerlo, y ahora que tenemos la oportunidad, no debemos permitir que este tipo de cosas lo arruinen todo.

Leo guardó silencio por unos cuantos segundos.

¡Tienes razón! –contestó el chico, dándose por vencido.

¡Bien! –Murmuró el hombre, mientras observaba el reloj- ya casi es la hora acordada. Es mejor que regreses a casa.

¡Sí!.

Leo se levantó de la mesa para caminar en dirección a la puerta. Su mirada, fija en el suelo, revelaba una profunda melancolía que lo envolvía. Cada paso que daba parecía cargar con un peso invisible, y sus manos escondidas en los bolsillos, eran testigos mudos de la tristeza que lo consumía. Era como si el mundo a su alrededor se desvaneciera, y él parecía estar atrapado en su propio océano de desánimo, caminando sin rumbo fijo entre sombras de recuerdos que no podía ignorar.

¡Oye! –Lo llamó su padre, mientras abría la puerta- ¿Nos veremos la próxima semana, verdad?

¡Sí! –contestó sin mirarlo, mientras cruzaba la puerta en dirección al exterior.

¡Cuídate!

¡Tú también!

Su padre le dedicó una última sonrisa. Una expresión que, aunque parecía amable, estaba cargada de una profunda tristeza. Sus ojos, antes llenos de orgullo y alegría, ahora reflejaban el dolor al ver a su hijo en ese estado. Era como si esa sonrisa fuera un intento de enmascarar la angustia que le oprimía el corazón. Un gesto de amor de intentaba brindar consuelo en medio de la tormenta emocional. En ese instante, el silencio entre ellos se volvió palpable, sintiendo el peso de lo que no se decía, mientras la tristeza se entrelazaba con recuerdos felices que durante años habían compartido.

¡Te amo, campeón!

¡Y yo a ti, bendición!

¡Dios te bendiga!

Su padre le sostuvo la mirada por unos cuantos segundos antes de cerrar la puerta tras él. Estuvo a punto de desahogar todo lo que guardaba en su interior. Deseaba contar como cada día se sentía más afectado por la ausencia de su padre. Como el hecho de verlo una vez por semana le dejaba un profundo vacío. Y el resentimiento que crecía en su pecho hacia su madre por no tener en consideración lo que el necesitaba. Sin embargo, al cruzar mirada con el hombre, se dio cuenta de la fragilidad del momento y del dolor oculto detrás de su expresión. Decidió entonces permanecer en silencio, reprimiendo sus palabras y emociones, eligiendo no empeorar las cosas tal y como él le había pedido. Y entendió que el callar era una forma de proteger lo poco que en ese momento había entre ellos.




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