El frio golpeaba fuertemente su cuerpo, haciéndolo estremecer con cada ráfaga helada que se colaba entre su ropa. Dio unos cuantos pasos al frente, intentando alejarse de los resbaladizos escalones que parecían querer retenerlo, mientras presionaba sus brazos contra el pecho en un intento de protegerse de la implacable intemperie. Dedicó una última mirada a la puerta, como si estuviera esperando que su padre volviera aparecer tras ella, y al mirar a un lado...
¡¿Qué?! –exclamó, mientras abría sus ojos como dos enormes platos.
A unos cuantos metros de distancia, la tenue luz que emergía por las ventanas de una de las casas dejó al descubierto la figura de un hombre alto y de aspecto extraño. Su rostro, ensombrecido y casi oculto por un enorme sombrero, parecía absorber la luz misma, devolviendo una mirada intensa y penetrante que helaba la sangre. Las frías corrientes rozaban la piel, trayendo consigo un olor a tierra húmeda y descomposición que se mezclaba con el sudor del miedo. Se encontraba inmóvil y silencioso, como una sombra en la penumbra. Paciente y asechador, aguardando el momento indicado para atacar. La atmósfera se tornaba densa y opresiva, como si el aire mismo temiera su presencia.
Se estremeció incontrolablemente, pero esta vez, no a causa del frío, sino por aquella desagradable sensación que había recorrido toda su espalda, como un insecto arrastrándose entre su piel. Un escalofrío helado le erizó todo el bello de la nuca, como si una presencia lo estuviera asechando desde las sombras, la oscuridad a su alrededor parecía cobrar vida, susurrando secretos inquietantes que retumbaban en su mente. Su respiración se volvió entre cortada, y cada latido de su corazón resonaba como un tambor en la soledad. Giró sobre su propio eje y se alejó de aquellas casas, obligándose a mirar atrás en algunas oportunidades para conseguirse solo con la vacuidad de la noche, dejando un eco de terror que se instaló en su pecho para mantenerlo alerta, como un animal que es asechado desde la distancia.
Leo continuó alejándose de aquel lugar con pasos lentos y silenciosos, casi inaudibles, sintiéndose cada vez más intimidado por aquella mirada que lo observaba desde la distancia. Era una mirada que parecía desnudarse de cualquier tipo de emoción, como si quisiera absorber su alma con los ojos. Nunca antes se había topado con alguien de tal aspecto. Su piel pálida como la niebla de la mañana y, sus ojos, dos abismos oscuros llenos de secretos inquietantes. Pero la sensación de ser observado lo envolvía, como una telaraña pegajosa, de la cual nunca podría escapar.
¿Quién será? –pensó, mientras cubría su pecho con los brazos para protegerse del frío. Estaba tan sumergido en sus propios pensamientos que no se percató de la oscuridad que acababa de poseer la zona- ¿Y por qué viste de esa forma? Además, hoy en día quién usa un sombrero como ese. Que ridículo.
Una vez más la sensación se apoderó de todo su cuerpo, paralizándolo por completo. Al mismo tiempo, su rostro adoptó una expresión de asco cuando un putrefacto hedor rozó su nariz, como si el aire estuviera impregnado de carne en descomposición y moho. Las débiles corrientes de aire llevaban consigo ese olor nauseabundo, llenando sus pulmones con cada respiración. Casi de inmediato, se dejaron escuchar una serie de terroríficos gorgoteos. Un sonido viscoso y repulsivo que reverberaba a su alrededor, como si algo se moviera en las sombras. Llevó su mirada a ambos lados de la calle mientras aceleraba su marcha, cada paso resonando en aquel silencio opresivo. El miedo crecía en su interior, una presión helada que le oprimía el pecho, seguido de una respiración entrecortada que parecía ser el eco de su propia desesperación. Y cuando estuvo a punto de correr...
¡Maldición! –Exclamó al sentir la vibración de su teléfono en el interior de su bolsillo, el cual extrajo con manos temblorosas- ¡Mamá! –Leyó- ¡Hola!
¡¿Dónde demonios estás?! –la voz de su madre se escuchó a través del auricular.
Ya voy en camino, mamá.
Se supone que tenías que haber llegado hace quince minutos –gritó- tú y tu padre saben perfectamente cuál es la hora acordada.
Lo sé –respondió con fastidio.
¡Lo sé! –Gritó con más fuerza- ¡Demonios! Es la misma respuesta que me das cada semana después de ver a tu padre. Estoy harta de repetir lo mismo cada jueves.
Pero...
¡Nada de peros! –soltó con furia- ¡Te quiero en casa de inmediato!
¡Pero mamá!
Su madre cortó la llamada de repente, dejando un silencio pesado en el aire. El chico cerró sus ojos y respiró profundamente, intentando calmar el torbellino de emociones que se agolpaban en su pecho. La conversación había tomado un giro inesperado y, aunque no quería admitirlo, sentía que había cosas no dichas que pesaban como rocas en su mente. En ese instante, el mundo que lo rodeaba se desvaneció por unos cuantos segundos, y solo quedó él y la confusión que lo envolvía.