Leo sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando, en la penumbra, vio como el hombre que se dirigía hacia él aumentaba de tamaño. Sus ojos, casi saliéndose de sus órbitas, reflejaban un terror indescriptible al observar como su cuerpo se retorcía y crujía con sonidos desagradables, como si sus huesos se estuvieran rompiendo para dar paso a algo más. Las extremidades se alargaban de manera antinatural. El torso se desfiguraba y el cuello giraba en ángulos imposibles, convirtiéndolo en un espeluznante espectro de la noche. Leo quedó paralizado, atrapado entre la fascinación y el horror, mientras la criatura desafiaba toda lógica y razón.
¡Dios mío! –exclamó, mientras retrocedía unos cuantos pasos.
Observaba los cuerpos con terror mientras evitaba cualquier contacto con ellos. Su mente atrapada en un torbellino de pánico y desesperación. La atmósfera estaba impregnada de un silencio opresivo, Solo roto por el eco de su respiración agitada y el latido frenético de su corazón. Cada paso que daba parecía retumbar en la penumbra, amplificando su miedo. Estaba tan sumergido en la idea del escape que no se percató de lo que estaba sucediendo. Los cuerpos, antes inertes y olvidados, habían comenzado a obstruir su camino, como sombras al asecho que le susurraban al oído. Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, intentó actuar pero ya era demasiado tarde, un golpe brutal lo arrojó al suelo, donde el frío del pavimento contrastaba con la calidez que comenzaba a brotar de su frente. Se reincorporó tambaleándose, sintiendo como la adrenalina inundaba sus venas. Cada movimiento era una lucha contra el dolor y el terror.
Mientras una mezcla de pánico y angustia lo invadía, cálidas gotas teñían parte de su rostro de un rojo carmesí, formando un macabro camino en dirección a la salvación. Dobló por la siguiente esquina, en un intento desesperado de perder al hombre que lo perseguía y no seguir observando los asquerosos cuerpos que tanto le producían nauseas. Pero al descender por esa calle estrecha y oscura, vio como esos últimos desaparecían sin dejar rastro alguno, como si nunca hubieran existido. La escena le erizó la piel, era como si el horror se burlara de él, llevándose consigo la última pisca de cordura. Con cada paso que daba, sentía que el umbral entre la realidad y la locura se desdibujaba más, sumergiéndolo en un abismo del cual temía no poder escapar.
El espectro daba la impresión de no tocar el suelo sino de flotar a toda velocidad, como una brisa helada que se deslizaba entre las sombras haciendo su huida más difícil de lo que él pensaba. Era como si una fuerza invisible lo empujara hacia adelante, pero a la vez atrapándolo en una red de terror. Miró a los lados con la esperanza de encontrar una puerta abierta o cualquier espacio donde resguardarse. Pero todo estaba completamente cerrado y desolado. Las ventanas eran ojos vacíos que lo observaban con indiferencia y, las puertas, selladas por el tiempo y el abandono, parecían reírse de su desesperación mientras su corazón latía con fuerza.
A medida que avanzaba la atmósfera se volvía cada vez más opresiva. Las calles estaban bañadas en un silencio inquietante. Roto solo por el eco de sus pasos apresurados y el susurro del espectro que lo perseguía. A lo lejos pudo visualizar aquel enorme monumento que se alzaba como una gigantesca sombra sobre los techos de las casas, imponiéndose en aquel paisaje desolado como un guardián siniestro. A medida que se acercaba, la figura se tornaba más clara, transformándose en una blanca y reluciente cruz que brillaba con un fulgor inquietante. Era un contraste perturbador. La luz pura emanando de algo tan ominoso
Sentía como su pecho se oprimía bajo el peso del miedo. Comenzó a bajar las escaleras sin prestar atención a los baches que poseían algunos de los peldaños. Cada tropiezo enviaba un escalofrío por su columna vertebral y le hacía perder un valioso segundo de su frenética carrera.
¡Ayúdenme... por favor! –gritó con desesperación cuando las luces de una casa se encendieron. Se detuvo y golpeó fuertemente la puerta principal- ¡Por favor... alguien que me ayude... por favor... ayúdenme!
Pero nadie salió o respondió a su petición. Se alejó de la casa para continuar su camino. Los peldaños resonaban bajo sus pies, como si fueran lamentos lejanos en la penumbra. Su respiración se vio afectada por el espesor del aire mientras el frío lo envolvía en un gélido abrazo. Al mismo tiempo, el murmullo del espectro crecía en intensidad, un canto sibilante que parecía entrelazarse con sus pensamientos más oscuros.
Su mente luchaba por mantenerse centrada, pero cada palabra susurrada por esa entidad etérea le recordaba que no estaba solo. La cruz se erguía frente a él como un faro de desesperación. Sin embargo, a medida que se acercaba, sentía que ese resplandor no era una promesa de salvación, sino una trampa mortal.
Con cada peldaño descendido, el tiempo parecía distorsionarse, y los segundos parecían alargarse y encogerse en una danza macabra. El brillo del monumento era aún más intenso, y él, consciente de su situación sabía que debía llegar hasta él antes que el espectro lo atrapara por completo. La luz parecía acortarse y al mismo tiempo expandirse en una paradoja aterradora. Y sin darse cuenta, tropezó con uno de los peldaños, haciéndolo impactar contra la baranda que lo separaba de la calle principal.
Respiró profundo mientras un dolor intenso recorría su pecho. Con los ojos llorosos miró a alrededor y descubrió que aquella endemoniada figura había desaparecido. Limpió un poco su rostro sudoroso y ensangrentado mientras bajaba lentamente los últimos escalones, dándose la oportunidad de recuperarse por completo.
Miró detalladamente la zona en la que ahora se encontraba, y sí, sin duda el espectro había desaparecido. Le dedicó una fugaz mirada al resplandeciente monumento para luego alejarse de él, mientras extraía el celular para comunicarse con su padre y contarle todo lo sucedido.