Leones del Mar - La Herencia I

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Morris aceptó la invitación a cenar y la extendió a Maxó y De Neill. Laventry y Harry atracaron durante la tarde, y confirmaron asistencia tan pronto pudieran ponerse decentes. De modo que Wan Claup envió mensaje también a Charron. Su segundo no pertenecía realmente a su círculo íntimo, integrado por quienes se conocieran navegando a las órdenes del padre de Marina, pero el hombre lo consideraría una ofensa mortal si no lo incluían en la mesa donde sus subalternos se sentaban con su capitán.

Cecilia celebró la idea e hizo preparar el comedor principal para recibirlos.

Marina ayudaba en el comedor a Tomasa, el ama de llaves negra, cuando oyó el vozarrón de Laventry saludando a su madre. La pobre mujer tuvo que atajar los platos que la niña soltó casi en el aire para correr al encuentro del recién llegado. El hombrón abrió los brazos cuando la vio venir a su encuentro. La estrechó riendo y giró con ella, los pies de la niña agitándose en el aire.

—¡Diablos, pequeña perla! ¡Cuánto has crecido!

—¡Laventry!

Él enfrentó a Cecilia con aire contrito. —Lo siento. Prometo no volver a jurar.

Marina tironeó de su mano para que la siguiera. —Ven, ven. Mi tío está en la biblioteca con ese Monsieur Charron y se alegrará de que lo rescates.

Cecilia asintió riendo por lo bajo y Laventry siguió a la niña, bromeando con ella.

Fue una velada amena y entretenida. Todos alabaron las finas prendas que Cecilia le obsequió a Morris, y el comedor se llenó de exclamaciones al ver la espada que Marina le entregó en una funda de cuero reforzado.

—No es acero de Toledo porque aún no eres capitán —dijo la niña muy seria, mientras la espada pasaba de mano en mano y los hombres admiraban su temple y su balance.

—Yo soy capitán y no tengo una Toledo —terció Harry.

—Será que no eres muy buen capitán —replicó Marina, haciendo reír a todos.

Los hombres se esmeraban por cuidar su lenguaje. No sólo para evitar maldecir como solían, sino también para conversar sobre sus actividades en alta mar utilizando eufemismos como negocios, transacciones y reuniones. Todos sabían que Wan Claup le cortaría la lengua a cualquiera que dejara escapar la menor alusión sobre la verdadera naturaleza de la profesión que todos compartían.

En vano le repetían sus amigos que era un veto inútil, porque era imposible que Marina aún ignorara a qué se dedicaban realmente. Wan Claup se obstinaba en que no se mencionara la piratería delante de “su pequeña perla”.

Esa noche, Marina obedeció con docilidad cuando su madre sugirió que era hora de que se retirara. La propia Cecilia la siguió pronto, dejando a Tomasa a cargo de atender a los hombres.

Morris, Maxó y De Neill no tardaron en despedirse, alegando asuntos importantísimos que no admitían más dilación.

—Buena suerte con los dados —los saludó Laventry—. Intentad no perder esta noche cuanto habéis ganado en los últimos meses.

—Haremos lo posible por complacer a su Excelencia —respondió Maxó con una reverencia exagerada que hizo reír a todos.

Laventry y Harry se demoraron con Wan Claup, y Charron aprovechó para quedarse un poco más. No todos los días tenía la oportunidad de participar de una conversación privada con tres de los corsarios más importantes de Tortuga. Wan Claup despidió a Tomasa y sirvió él mismo licor para todos.

Ya solos, las bromas quedaron de lado y abordaron el tema que los preocupaba a los tres por igual: la Armada de Barlovento. En respuesta al brutal ataque del Olonés contra Maracaibo y Gibraltar el año anterior, y las escaramuzas de Mansvelt en Costa Rica, España estaba reagrupando la flotilla para volver a patrullar el Mar Caribe.

—Se están reuniendo en el Paso de la Mona, frente a Aguada —comentó Wan Claup.

—Y dicen que han recibido nuevas naves y oficiales —dijo Harry—. Al parecer cuentan con una camada de muchachos recién salidos de la Academia de Cádiz.

—Sí, un puñado de orgullosos capitanes de mar y guerra —gruñó Laventry—. Todos jóvenes y sedientos de gloria, pero que no saben absolutamente nada de nuestro mar y nuestras guerras.

—¿Van a relevar de su mando a todos los antiguos oficiales? —inquirió Charron sin detenerse a pensarlo.

Los tres corsarios le dirigieron una breve mirada, sin molestarse por responderle.

—La sangre nueva aprende rápido —terció Wan Claup pensativo—. Se esforzarán por trepar en el escalafón.

—Si no dejan la vida en el intento. No es por nada que la Armada ha resultado siempre tan ineficaz —dijo Harry—. A menos que los de Cádiz traigan trucos nuevos bajo la manga, seguiremos derrotándolos como lo hemos hecho desde que Manuel nos enseñó sus puntos débiles.

Un breve silencio se impuso, como siempre que uno de ellos nombraba al capitán y amigo, muerto hacía ya siete años, aquella fatídica noche de tempestad en Campeche.




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