Leones del Mar - La Herencia I

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Avistaron el Soberano en medio del mar apenas sobrepasaron el extremo oriental de Tortuga. Su borda estaba contra la del León, proa al oeste el barco corsario, proa al este el español, ambas embarcaciones inmóviles. Los piratas habían ganado la iniciativa para el abordaje y se combatía a bordo del guerrero.

Laventry ordenó sofrenar la marcha para que los barcos más pequeños alcanzaran al Águila Real y les dio indicaciones a sus capitanes, luego ordenó desplegar todo el paño.

Las dos embarcaciones estaban a unos diez kilómetros de la costa, y el Águila Real bordeó hacia el sudeste con el velamen orientado para aprovechar todo el viento de flanco. Apenas estuvieron a tiro, Laventry ordenó abrir fuego con la batería de proa, que destrozó el espejo del León, inutilizando sus cañones de popa. Mientras los artilleros recargaban sus piezas, la tripulación del Águila Real se repartió a lo largo de la borda de babor.

Laventry mantenía los ojos fijos en el guerrero español, el ceño fruncido. El Águila Real se acercaba a toda velocidad en un curso sesgado, que lo llevaría a pasar a pocos metros del bauprés del Soberano y la popa del León. Marina vio que los otros barcos se adelantaban por estribor hacia el sud, desplegándose para interponerse entre ellos y el segundo guerrero español, que se acercaba a toda vela.

—Sujétate, perla —advirtió el corsario, aferrando la barandilla del puente—. ¡Preparados! —ordenó con voz tonante. Aguardó a que buena parte de sus hombres se agruparan en la amura de babor y gritó a todo pulmón: —¡Ahora!

Los pilotos hicieron girar la rueda a toda velocidad. Los hombres en las amuras lanzaron dos jarcias de amarre con garfios enormes en sus extremos, que se fijaron en la borda de estribor del León. Una veintena de piratas aferró cada cabo y jalaron todos juntos hacia atrás, acentuando el escarpado viraje del Águila Real.

La arriesgada maniobra los colocó paralelos al guerrero español. Los piratas a cargo del velamen dejaron el Águila Real al pairo y el piloto hizo que el barco corsario se detuviera por completo contra el guerrero, cuya borda se alzaba al menos un metro por encima de la del barco de Laventry. A estribor, hacia el sud, las otras embarcaciones piratas abrieron fuego contra el segundo guerrero. La tripulación del Águila Real descargó sus mosquetes contra los españoles que se asomaban desde su barco.

—Tú aquí, perla —dijo Laventry—. Yo iré por Wan. —El corsario bajó del puente en dos saltos para ponerse al frente de sus hombres, espada y pistola en mano—. ¡TORTUGA! —gritó, trepando con ellos al abordaje.

Aún desde su posición elevada en el puente de mando, Marina no lograba ver lo que ocurría sobre cubierta del guerrero. Tan pronto Laventry y los suyos saltaron por encima de la borda del León, ella corrió en dirección opuesta, hacia la jarcia de estribor del palo mayor, por donde se hizo hasta la cruceta. La halló desierta, pues ahora que la lucha era cuerpo a cuerpo, los tiradores habían abandonado sus posiciones para sumarse al abordaje.

Desde allí, Marina vio a la tripulación del Soberano acorralada al otro lado del León, luchando con brío renovado al ver llegar a Laventry. El corsario guió a los suyos como una cuña imparable, que se introdujo entre los españoles hacia los hombres de Wan Claup.

Marina comprendió que se proponían forzar un corredor entre las filas enemigas para permitir que Wan Claup y los suyos alcanzaran el Águila Real. Advirtió el cosquilleo de excitación que la recorría mientras seguía el desarrollo del combate. La sangre bullía en sus venas, el olor a pólvora llenaba sus pulmones; en sus oídos reverberaban los gritos, los disparos ocasionales, el entrechocar de los aceros.

Entonces distinguió a su tío. Luchaba flanqueado por Maxó y De Neill a la cabeza de su tripulación, peleando a brazo partido por reunirse con Laventry al pie del trinquete. Lo observó fascinada y orgullosa, porque se batía con bravura, certero, irreductible. Hasta que lo vio detenerse bruscamente y el horror la paralizó. En la camisa de su tío apareció una mancha de sangre que se expandió con rapidez por su pecho. Wan Claup miró hacia atrás, el rostro desencajado, y se tambaleó.

¡No! —gritó Marina desesperada.

Maxó sostuvo a Wan Claup para que no cayera, clamando a voz en cuello por ayuda mientras De Neill los cubría como podía.

Marina se sujetó a la jarcia y se asomó para mirar en la dirección que mirara su tío al ser herido por la espalda. En el caos de la lucha cuerpo a cuerpo, vio a un oficial rubio que arrojaba una pistola humeante para empuñar su puñal de misericordia.

La furia se sobrepuso al horror en el corazón de Marina. Mientras Maxó y De Neill cargaban a Wan Claup hacia el Águila Real, rodeados por hombres de Laventry, ella empuñó su espada, cortó un cabo y lo utilizó para saltar de la cruceta al barco enemigo.

Su mente se vació cuando aterrizó de pie en el puente León. Aferró la barandilla y saltó por encima para caer frente a la entrada de la cabina. Entonces sacó también el puñal y se abrió paso hacia la borda de babor en el combés, donde combatía el oficial rubio. Las largas horas de práctica con Monsieur Etienne le permitieron abatir a dos soldados que le salieron al paso, sin perder de vista al oficial.




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