- 42 -
La Santísima Trinidad no aminoró su carrera hacia el norte en pos del Espectro. Su capitán, Lorenzo Carreras Domínguez, abrió un catalejo para no perderse instancia de la batalla en ciernes, que prometía ser breve. Otra victoria contundente de la Armada de Barlovento sobre los perros del mar. Sólo lamentaba que estuvieran demasiado lejos para llegar a tiempo de participar.
A su lado en el puente de mando de la fragata, sus dos compañeros de la Academia, que recogiera días atrás en Santo Domingo, se mostraban extrañamente pesimistas. Y cuando les preguntara a qué se debía su actitud, los dos habían respondido lo mismo:
—Es el Espectro.
Castillano llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo, y tuvo que apoyar su catalejo en el hombro de Alonso para poder mantenerlo alzado. Su amigo también apuntaba el anteojo hacia la inusitada escena de un barco pirata corriendo al encuentro de dos fragatas de guerra.
La fragata que navegaba por el lado de Poniente se adelantó a su compañera para atacar primero. Pero su palo mayor apenas había superado el bauprés de la segunda fragata cuando, desde la Santísima Trinidad, los tres jóvenes capitanes oyeron a la distancia los gritos de los piratas, que parecían contar. Entonces las velas recogidas del Espectro se desplegaron con una rapidez increíble. A través de sus catalejos, los sorprendidos españoles vieron que tres piratas se descolgaban de cada verga con cabos, arrastrando con ellos las relingas para extender las velas hasta la verga inferior, donde las mantenían sujetas mientras otros las aseguraban apresurados.
—Allá va —dijo Castillano—. Lope mordió el anzuelo y le va a costar su tercera nave.
—Ésa es la fragata recién botada, ¿verdad? —preguntó Alonso.
—Sí, la que reemplazará al León y al Coronado —asintió Lorenzo.
—¡Y se la dieron a Lope! —masculló Castillano—. Nunca llegará a reemplazar nada.
El barco pirata incrementó su velocidad con una rapidez que le quitó el aliento a los españoles. El velamen se reorientaba para cargar más viento al mismo tiempo que realizaba un escarpado viraje a babor. La banda de estribor del Espectro quedó enfrentada a la proa de la primera fragata, que intentó imitar la virada mas no fue lo bastante rápida. El Espectro cruzó frente a la fragata y sus diez cañones de estribor abrieron fuego, destrozando la proa de la fragata a la altura de la línea de flotación.
El daño fue tan grave y tan repentino que la fragata cabeceó bruscamente hacia adelante, embarcando una marejada de agua en la cubierta principal. El Espectro estaba a menos de cien metros, y la utilizaba de escudo para cubrirse de la segunda fragata, que intentaba maniobrar para eludir el obstáculo que le impedía hacer fuego contra los de Tortuga.
Fue entonces que desde la Santísima Trinidad oyeron detonaciones de armas menores. En las velas del trinquete y el mayor de la primera fragata aparecieron pequeños agujeros de bordes ennegrecidos, que se agrandaron al mismo tiempo que las primeras lenguas de fuego corrían por el velamen. Mientras tanto, el Espectro concluía su virada hacia el oeste y se alejaba con viento de popa.
Lorenzo Carreras bajó el catalejo, estupefacto. Castillano apartó la cara de su anteojo para alzar las cejas con una expresión que a las claras significaba: “te lo dije”.
Los piratas celebraron con gritos enardecidos la rápida victoria sobre la primera fragata, que no tuviera ocasión de disparar un solo cañonazo después del de advertencia. La voz firme de Marina los acalló.
—¡Todos listos para la doble pasada! ¡Artilleros, recargad!
—Ya vienen —dijo Morris tras ella, atento a las maniobras de la segunda fragata.
Marina lanzó una mirada breve hacia el sud. La tercera fragata aún se hallaba lejos. Mejor, ya se las entenderían con ella más tarde. Volvió la vista al frente, constatando que las baterías sobre cubierta se preparaban para la segunda parte de la batalla. Sin embargo, le resultaba imposible apartar su mente de esa tercera fragata. No porque temiera una intervención sorpresiva. La tripulación no abandonaría a los náufragos, y rescatarlos los mantendría ocupados un buen rato. Pero tenía la odiosa sensación de que a su bordo, los españoles observaban y analizaban cada uno de sus movimientos.
—Preparados —avisó Morris tras ella.
—¡Briand! —llamó Marina.
Un grito del contramaestre alertó a los hombres en las vergas y el cordamen.
—¡Ahora! —dijo Morris.
Marina y Briand repitieron esa única palabra y los piratas en el velamen se movieron al mismo tiempo. La muchacha cruzó una mirada con Maxó, la cabeza asomando por la escotilla, listo para transmitir sus órdenes bajo cubierta. El pirata asintió. Ella alzó una mano con el puño cerrado y se volvió a medias hacia popa.
Mantuvo el puño en alto mientras observaba con Morris cómo la segunda fragata se lanzaba a toda vela tras ellos, al parecer sin advertir que el Espectro aminoraba su carrera. La vieron abrirse por babor.