Leones del Mar - La Herencia I

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Marina condujo a Castillano al puente de mando y lo hizo pararse frente al coronamiento, donde pudieran verlo desde la fragata, manteniendo la pistola apuntada a su cabeza.

Por cierto que había sido toda una sorpresa encontrárselo no sólo vivo, sino también lo bastante recuperado para participar del combate. Un golpe de suerte inesperado.

Castillano permaneció de espaldas a ella, inmóvil, hasta que el Espectro estuvo a dos centenares de metros de la Santísima Trinidad. Entonces se inclinó un poco hacia adelante, llevando la mano derecha a su herida.

—Sentaos —le dijo ella—. Allí, en esas sogas.

El español obedeció con movimientos lentos y dejó escapar un suspiro dolorido. Marina se situó frente a él, sin bajar el arma, y miró hacia cubierta. Los carpinteros encendían más luces que de ordinario para poder evaluar los daños y decidir por dónde comenzarían las reparaciones.

—¿Adónde nos llevas, De Neill? —preguntó.

—Sólo podemos ir hacia el sud, perla —respondió el pirata—. Ir de bolina no es seguro, al menos hasta que reforcemos los palos.

Castillano mantuvo la cabeza gacha, el rostro vuelto hacia la borda, para disimular que comprendía lo que decían y que prestaba atención a cada palabra.

—De acuerdo. ¿Tú estás bien?

—Sí, perla, no te preocupes.

—¿Dónde están Morris y Briand?

—Abajo, ya te los llamo.

—No es necesario, gracias.

Maxó subió al puente con un candil para encender el fanal.

—Deberías ir a cambiarte, que cogerás frío así de mojada —la regañó.

Castillano se atrevió a volver su cara hacia ellos, pero mantuvo los ojos bajos. El mentón de Maxó lo señaló.

—¿Hoy tampoco vas a matarlo?

—Eso dependerá de sus amigos.

—¡Hum!

Morris se les unió en ese momento y meneó la cabeza con una mueca, anticipándose a la pregunta de Marina.

—Veinte muertos, treinta heridos —dijo con voz opaca.

Castillano oyó la interjección ahogada de la muchacha y contuvo el impulso de alzar la vista. Habían ido al abordaje de una maldita fragata, ¿qué esperaba?

—¿Y cómo está mi barco?

—Con balcones en lugar de troneras —masculló Maxó—. Y sólo cinco cañones útiles a estribor.

—El trinquete está dañado —agregó Morris—. Mañana intentarán reforzarlo. El mayor debería aguantar hasta que podamos reemplazarlo.

—Ya veo. No podemos colgar mucho paño —murmuró Marina. Asintió y respiró hondo—. Pues desplegad cuanto podamos. Olvídate de apostar guardias. Los heridos y el Espectro son prioridad. Quien no esté ayudando a los carpinteros, que ayude a Bones. Que quienes necesiten descansar se tomen una hora por turnos, no es momento de flojeras.

—Marina, si seguimos este rumbo… —Morris dejó la frase inconclusa con una mirada desconfiada a Castillano.

—Pues lo siento por mi amigo Charron —replicó ella, huraña.

Maxó soltó una risa áspera. —La perla tiene razón.

—Ve a cambiarte. Lo único que nos falta es que te nos enfermes. Yo vigilaré a Castillano.

—Tienes cosas más importantes qué hacer, Morris.

—Aire, los dos. Ya lo cuido yo.

Cuidar, viejo lobo —repitió Marina, dándole la pistola.

—Ya, ya, no le tocaré un cabello a tu nuevo amigo. ¿Quieres que le sirva té, también?

—Regresaré tan pronto pueda.

Castillano miró de reojo a Marina y Morris, que bajaban juntos del puente a paso rápido.

—¿Y tú, maldito bastardo? ¿Entiendes algo de lo que digo, Castillano?

El español alzó la vista sólo cuando el pirata dijo su nombre, y frunció el ceño como si preguntara qué había dicho. El pirata le obsequió una sonrisa burlona y él volvió a mirarse las botas con un suspiro que esperaba sonara a desaliento. El pirata fue a descansar contra la barandilla del puente y él se entretuvo pensando en la extraña relación que Marina parecía tener con sus hombres. No había dudas de que era ella quien mandaba, aunque había notado su preocupación por ellos. Y los piratas la trataban con una mezcla de afecto y obediencia que lo confundía. Aquello sólo alimentaba su curiosidad por ver más del barco y sus tripulantes.

Marina pasó bajo cubierta con Morris antes de ir a su cabina. Ordenó que arrojaran al mar los cañones dañados que no pudieran repararse en alta mar.

—Buena idea. Eso nos alivianará un poco —terció Morris—. Para compensar el paño que no podemos utilizar.




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