Leonora H

CAPITULO 2

Después de varios meses de cortar telas, hacer mandados y ayudar a limpiar la tienda, Alicia cociendo y bordando vestidos sin parar, madre e hija ya no sufrían tanto por la comida, podían pagar el alquiler a tiempo, y les sobraba un poco de dinero, Alicia ya se estaba acostumbrando a vivir sin su marido, y Leonora ya no sentía tanto temor al vivir sola con su madre.  Alicia en la tienda era indispensable, las aristócratas pedían que ella les diseñara sus vestidos, algo que a la señora Catalina le convenía por que le pagaba a Alicia el mínimo, mientras que sus vestidos los vendía en cantidades estratosféricas. 

Otra de las clientas asiduas era la condesa Margarita Tankerville, casada con el conde Felipe Tankerville, un noble millonario que trabajaba en el parlamento, madre de dos niños Felipe y Margarita por tradición, habían sido nombrados igual que sus padres, pero a la niña le llamaban Maggie. Los Tankerville al ser nobles, recibían constantes invitaciones al palacio de Buckingham, a bailes, cenas, y reuniones.  Margarita le daba un trato especial a Alicia, le agradaba esa sencilla mujer con tanto talento, le llamaba la atención que Alicia era pobre pero sus modales ponían al descubierto que era una mujer educada.

-Dime Alicia ¿eres casada? – Le preguntó en una ocasión cuando Alicia le tomaba unas medidas.

-Soy viuda, señora – Margarita pensó en la pobre mujer, viuda con una hija que mantener – mi esposo fue un buen hombre, murió muy joven de un problema pulmonar.

- ¿Cuál era su nombre?

-Henry – Alicia se detuvo un poco, recordaba su amado esposo, le siguió contando que trabajaba en el periódico, y de los buenos momentos que paso al lado de su esposo.  Mientras las adultas platicaban Leonora miraba por la ventana unos jardines llenos de flores, con caminos de arena alrededor, vio unos columpios enseguida de un kiosco de madera blanco con enredaderas, Leonora no pensaba en otra cosa más en ir a columpiarse.

-Madre, ¿puedo ir afuera? – Preguntó interrumpiendo a las dos mujeres, Alicia solo se llevó un dedo a los labios en señal de silencio y la niña no insistió más, Margarita al ver a la niña, comprendió al instante que quería ir afuera a jugar al jardín.

-Puedes ir encanto – Le dijo, - ve y paséate en los columpios, tu madre y yo estaremos otro rato aquí ocupadas. – Leonora volteó a ver a su madre.

-Ve y no toques nada, solo los columpios. – Leonora salió de la habitación.  Ya en el jardín y columpiándose, miraba todos las rosas y las flores cada vez que el columpio iba para arriba, había de todas las tonalidades, muchas raras que en su vida había visto y de pronto una vocecita.

- Si quieres te puedo empujar. – Leonora se dio la vuelta y vio una niña más o menos de su edad, era pálida, de cabellos rubios lacios, con unos tristes ojos verdes, de figura menuda, llevaba puesto un vestido color salmón con zapatillas blancas con moños, traía un sombrero muy ancho con flores, para protegerse del sol, y sin decir nada más comenzó a empujar a Leonora por la espalda para que tomara más impulso, las dos niñas rieron cuando el columpio tomó velocidad, después Leonora se bajó y la otra niña tomó su lugar y comenzó a empujarla, era divertido, después de un rato la niña le dijo…

- Mi nombre es Margarita, pero todos me llaman Maggie.

- Yo soy Leonora.

- Ven, - le dijo tomándola de la mano, la llevó al kiosco, dentro estaba una carriola de juguete con una muñeca, Leonora nunca había visto una muñeca tan hermosa, la tomó en sus manos era una muñeca rubia con un vestido de holanes blanco, se parecía tanto a su dueña.

- ¿Paseamos a la muñeca? – le dijo Maggie, ella tomó la carriola, las dos niñas caminaban por el jardín, Leonora con la muñeca en sus brazos, no podía creer en la generosidad de la niña que la veía como una amiga, alguien con quien compartir juegos y platicas, aún recordaba aquella vez que Clara se le quedó viendo de pies a cabeza, como si fuera un animal desagradable y ni siquiera le dedicó una sonrisa, mucho menos una palabra, ¿acaso Maggie no veía su vestido andrajoso y lo diferente que era de ella? Parecía que no importaba nada de eso, era muy extraño, pero Leonora siguió jugando.

Margarita le pidió a Alicia un vestido muy especial, fue y sacó un cofre de plata y lo abrió delante de ella, sacó un saquito de terciopelo azul que contenía cintos de perlas pequeñas, Alicia estaba maravillada.

-Estamos invitados a la cena de su majestad la reina y quiero que me hagas un vestido y le agregues estas perlas – Alicia tragó saliva, nunca le habían hecho un encargo semejante – lo quiero con encaje, en donde irían bordadas la perlas, por supuesto que pagaré bien por el vestido.

- Pero necesito hablar con la señora Catalina. – Dijo Alicia algo nerviosa.

-No Alicia, quiero que este vestido me lo hagas tú, quiero que sea un diseño completamente tuyo.

- Señora es mucha responsabilidad yo no creo… - Margarita la interrumpió.

- Tú puedes hacerlo, vamos te voy a pagar un muy buen dinero. – Margarita le dijo la cantidad que pagaría por el vestido, era mucho, Alicia pensó que Leonora podría regresar a la escuela y que no se preocuparía por dinero durante algunos meses, Alicia aceptó el encargo, muy nerviosa y no muy segura de lo que hacía, tomó el morralito de terciopelo azul que contenía quinientas perlas, y se fue por Leonora, la encontró sentada en una mesa de jardín, una joven del servicio le había dado una taza de té y un pedazo de tarta.



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En el texto hay: romance, desierto, piramides

Editado: 14.06.2022

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