Una mañana en la escuela Leonora y Julia sentadas en una banca bajo la sombra de un gran árbol, Leonora miraba a Julia, la notaba más pálida que nunca, y tan flaca con los ojos hundidos.
-Te noto muy flaca amiga ¿qué no estas comiendo bien? – Su amiga agachó la cabeza como si le diera vergüenza.
-Aun que quiera comer bien amiga, en este orfanato las raciones de comida son escasas y las niñas más grandes nos quitan la mitad a las más pequeñas. – Leonora se indignó, sintió mucha impotencia por lo que le pasaba a su amiga, pero tomo una decisión, y al siguiente día le llevó de su casa un pan, una manzana y un pedazo de queso, sin que se diera cuanta su madre, una gran sonrisa se formó en el rostro de Julia cuando le entregó una servilleta con el contenido.
-Gracias, los voy a poner en mi bolso, ahí no lo encontraran y podré comerlos más tarde. - Leonora se despidió sabiendo que su amiga tendría que cenar esa tarde. Un poco más allá se encontraba Braulie Button con un par de sus amigos, Leonora trató de no topárselos caminando por la acera de enfrente, pero Braulie en cuanto la vio fue hacia ella.
- ¡Leonora has de tener mucho dinero si en tu casa hay perlas! – La alcanzó y la tomó por el brazo - ¡Dame todo tu dinero!
- ¡Yo no tengo dinero!
- ¡No te creo! – Trató de golpearla, pero Leonora era una niña de los barrios bajos de Londres, sabía defenderse, rápido sin que Braulie lo esperar le acertó una tremenda patada bajo las rodillas y salió corriendo, el niño se quedó sobándose su pierna.
- ¡Me las pagaras Leonora! – Le gritó mientras la niña se alejaba corriendo.
Leonora no le dijo nada del encuentro con Braulie a su madre, ella ya bastantes problemas tenía como para darle uno más, además ella sabía defenderse del tonto Braulie Button.
Esa tarde la señora Catalina mandó a Alicia a la mansión de los Ferguson, llevaba los vestidos terminados que el señor Ferguson había mandado pedir para su esposa. Clara entró a la habitación donde estaba su madre probándose los vestidos y se le quedó viendo a Leonora como siempre, con desprecio por su aspecto, “es bonita” pensó Clara “pero hay mucha diferencia entre ella y yo, ese vestido que seguramente alguna vez fue azul rey y ahora en gris pálido de lo viejo que esta, sus zapatos gastados y llenos de lodo, nada que ver con mis zapatillas, y sus medias con dos remiendos en cada pierna, huy seguro que huele mal, lo mejor será que este lejos de ella seguro tiene piojos” y así permanecía a mucha distancia, la madre de Clara sentía lo mismo por Alicia que era una réplica de Leonora solo que más grande, pero la toleraba porque sabía muy bien que Alicia era un prodigio haciendo vestidos. A Leonora no le gustaba ir a la mansión de los Ferguson se daba cuenta que a la señorita Clara le disgustaba su presencia y que la señora Ferguson se incomodaba, se ponía de malas y era lo que se podía decir apenas tolerable con ellas, pensaba en Maggie y en la señora Margarita que diferencia de señoras, ella estaba contenta se reía y hacia platica, y Maggie se le notaba que la estimaba, que deseaba que tuviera más tiempo para poder jugar con ella.
De repente alguien entró a la habitación, era el señor Ferguson.
-Querido regresaste temprano – le dijo Gloria – mira son los vestidos que me mandaste hacer ¿no son hermosos?
-Ciertamente lo son, - dijo Carlos, pero el miraba a la joven señora que estaba ahí y su hija “ellas son” pensó “son mi prima política y mi sobrina” al ver el estado tan deplorable en el que se encontraban vestidas, pensó que realmente necesitaban ayuda y lo tenía que hacer rápido. Alicia y Leonora terminaron y salieron de la habitación, Gloria notó algo extraño en su marido.
- ¿Qué te pasa? –Preguntó Gloria.
-No, nada – contestó el marido, pero las mujeres tienen un sexto sentido y supo que algo le pasaba a su marido, pero no sabía que era, y menos se imaginaba que tenía que ver con las dos mujeres que acaban de salir.
Un mes después Alicia comenzó a darse cuenta que la comida se terminaba más rápido, que los panes desaparecían, una tarde que Leonora regresó de la escuela la interrogó.
-Leonora hoy en la mañana había cuatro panes para cenar y ahora hay solo tres, ¿te comiste uno sabiendo que era nuestra cena? – La niña solo agachó la cabeza – sabes que no tenemos dinero para comprar comida, y hace algún tiempo que desaparece, ¿acaso las raciones de comida que te doy no son suficientes? ¿Te quedas con hambre?
- No madre. – Contestó algo afligida.
-Entonces tienes que comprender que hay que cuidar la comida. – La niña escuchaba seria lo que le decía su madre, pero tampoco podía dejar que su amiga sufriera hambre.
-Entonces ¿estás de acuerdo conmigo que hay que racionar?
-No puedo. –Dijo Leonora en un murmullo, su madre se enfureció.
- ¿Cómo que no puedes? Somos pobres debemos de cuidar la comida y todo en esta casa, además, si comes lo suficiente no veo para qué quieres más.
-Los panes se los doy a mi amiga Julia – la madre se quedó callada no comprendía bien lo que le decía su hija, Leonora continuó – las niñas más grandes del orfanato les quitan la comida a las más chicas y mi amiga estaba sufriendo hambre, cuando me di cuenta mi amiga estaba en los huesos. – Alicia no dijo nada más, esa noche se fue a la cama pensado que muy apenas podía comprar la comida para ella y Leonora como para tener que alimentar una boca más, pero por la mañana cuando Leonora terminó su desayuno que constó de un huevo duro y un pedazo de pan su madre le dio un morralito con una porción igual para Julia, una sonrisa le iluminó el rostro de su hija.