Les PasÓ Por Chorros

El que mal anda mal acaba.

Adela y Alma eran dos hermanas que vivían juntas desde siempre. De hecho, nada más acertado al decir esto, ya que eran gemelas, de manera que sus existencias comenzaron a gestarse al mismo tiempo, en el mismo instante en que la vida decide crear dos seres a la vez dentro del mismo útero.

El parecido era realmente asombroso, al punto que a su propia madre le costaba distinguirlas. Hasta que crecieron y el cabello fue lo que les dio algo de identidad individual, porque Adela era rubia y Alma pelirroja. Por lo demás, sus experiencias fueron paralelas, un complemento una de la otra.

Desde niñas ambas estuvieron unidas por un invisible cordón y sus decisiones siempre fueron en la misma línea: juntas aprendieron a leer y escribir, luego vino el secundario y posteriormente los estudios terciarios: Adela estudió corte y confección y Alma peluquería. Ya en la juventud, ambas se dedicaron con pasión a sus profesiones y dejaron de lado la vida social, y las opciones de familia e hijos. El tiempo fue pasando y las gemelas envejeciendo en su departamento perfecto, típico de mujeres que no tuvieron que compartir la vida con hombres, hijos, sobrinos o amistades, ya que su carácter estuvo marcado por el perfil bajo y la timidez.

Ambas eran parte de un mismo mundo, la vida las había unido desde su comienzo y así había transcurrido, sin discordias ni sobresaltos, en la comodidad de los días iguales en donde ellas encontraron su propia fórmula de la felicidad.

El departamento lucía siempre impecable, las plantas de interior verdes y brillantes, nada parecía alterar el orden y la perfección que acompañaron a la pulcritud.

Pero como muchas personas solteras de por vida, las hermanas tuvieron una mascota que criaron desde pequeña: una perra pekinés, fea y arisca, solo congeniaba con sus dueñas. Todas las tardes, las gemelas sacaban a pasear al animal por los alrededores de su departamento, con correa y bozal, la perra caminaba junto a sus amas, sin mostrar mayor empatía por nadie, ni siquiera por los niños, que no eran de su agrado. No obstante, la Peki, como la llamaron, fue la hija que nunca tuvieron las raras hermanas, en quien depositaron el cariño contenido en sus cerrados corazones. La alimentaron y atendieron desde chiquitita, le dieron la mejor comida y las visitas al veterinario fueron frecuentes, de modo que la perra vivió y envejeció a la par de sus dueñas.

Pero como todo ser viviente, llegó el momento de partir. Es así como una mañana de diciembre, Peki ya no amaneció, sus ojos no volvieron abrirse a la vida, como ya se los había advertido el veterinario.

Con un profundo dolor pero con mansa resignación Adela y Alma se enfrentaron al problema de darle sepultura a la compañera de toda la vida. Nunca hubieran tirado esos restos a un contenedor de basura!

Luego de consultar por varios días entre su estrecho círculo de conocidos sobre dónde depositar dignamente el cuerpo de su mascota amada, se dirigieron hacia un camposanto de animales, un emprendimiento privado donde poner a reposar los restos de su querido animal y recordar su memoria con ofrendas florales y fotos, de idéntica forma que se rinde homenaje a las personas.

Pero los días habían pasado, cuatro en total, hasta dar con el dato que resolvió su problema. El calor y la espera comenzaron a hacer estragos en el cadáver de la perra, que ya comenzaba a despedir olor putrefacto producto de la descomposición, otra forma de vida que impone la naturaleza.

La siesta sanjuanina, bajo el rigor de los cuarenta grados y un sol impiadoso fueron testigos de la marcha de ambas ancianas hacia el cementerio de mascotas. Ya no podían esperar ni un minuto más.

Por las brillantes y solitarias veredas, ambas mujeres caminaron hacia el cementerio, una de ellas llevaba en sus manos algunas flores compradas y la otra, la del lado de la calle, cargaba resignadamente y en silencio un bolso tejido al crochet con el cuerpo del animal prolijamente envuelto en papel de diario primero y luego dentro de un pañuelo de seda, formando un gran bulto que bien podría haber sido mercadería comprada por las mujeres.

La soledad de la tarde fue el momento oportuno para los dueños de lo ajeno, quienes transitaban las calles de a dos en sus motos para sorprender a mujeres mayores o adolescentes y arrebatar lo que pudieran: carteras, mochilas, bolsos.... Y bolsas.

Sin siquiera advertirlo las gemelas y en un segundo, los motochorros arrebataron violentamente la bolsa de las hermanas, en la presunción de toparse con una jugosa compra de mercadería, carne o verduras y quizás, si la suerte los acompañaba, algún monedero, que las viejas acostumbran a echar en el mismo bolso.

Con una sonrisa socarrona, crueles y malvados, los ladrones se dieron vuelta desde su moto y se burlaron de las viejas hermanas, saludándolas socarronamente, mientras ellas les gritaban "Noooo, mhijos, vengan, eso no les va a servir!!!!".

Nos queda el consuelo de imaginar la sorpresa de los malnacidos al abrir el supuesto botín. Seguramente imaginaron sacar de ese paquete un suculento asado, la ensalada, el pan, a lo que agregarían alguna bebida alcohólica para completar el festín. Nunca imaginaron encontrarse con un perro podrido. Una por tantas. Les pasó por chorros.

 



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En el texto hay: animales, ancianas

Editado: 15.02.2021

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