La niña cansada de tanto caminar jaló el vestido de su madre.
—Mami ¿Falta mucho para llegar?
Su madre se agachó y acomodó un mechón de su hermoso cabello rubio.
—Falta poco mi princesa.
Asintió y volvió a tomar la mano de su madre para seguir caminando. Todo lo que veía a su alrededor la asustaba, personas durmiendo en el suelo y peleando por un pedazo de pan que parecía podrido. ¿Eso le esperaba a ella y a su madre?
Trago saliva de manera sonora. Tenía ganas de llorar, esto no era justo.
Esas personas que peleaban se veían desesperados por ese pedazo de pan, deseo con toda su alma que ese pedazo rancio se multiplicara, para así poder alcanzarles a cada uno de ellos y que no hubiera problema.
—Ven aquí cariño.
La niña parpadeó en dirección de su madre y volvió a caminar.
Llegaron a una casa pequeña hecha de ladrillos y con un techo de tejas, era una de las más decentes de la zona y ahí vive una amiga de su madre. Elizabeth golpeó la puerta, rezaba internamente para que su amiga la ayudara.
La puerta hace un sonido chirriante cuando es abierta.
Una mujer obesa de cabello rojizo asoma su cabeza, la mirada confusa que les manda a las dos es notable.
¿Qué hacía aquí ella? ¿Y cómo era capaz de sacar a su hija de su casa con los peligros que rondaban?
— ¿Elizabeth? —Dice ella todavía sin poder creérselo—, se puede saber ¿Por qué has salido de tu casa?
La nombrada quería llorar en los brazos de su amiga pero se contuvo, tenía que ser fuerte por su hija.
—Aranesa nos hecho, no tengo donde pasar la noche…
Becca dejó que ambas entraran a su casa, el lugar no era tan grande como aparentaba por fuera. Monserrath vio a una niña que parecía de su edad, con pasos cautelosos camino hasta ella y se sentó en frente. Ambas estaban en el suelo.
La niña pelirroja miró a la pequeña rubia y sonrió.
— ¿Quieres jugar con mis muñecas?
—Sería un honor jugar con tus muñecas.
Ambas sonrieron.
Mientras que las madres veían con ternura a sus hijas ninguna sabía qué hacer. Elizabeth no tenía un lugar en donde dormir y su amiga acaba de decirle que en su casa no puede quedarse, a su marido no le gustaría nada eso.
— ¿Cómo pudo ella encontrarte?
Elizabeth miró ambos lados luego miró a su amiga y susurró por lo bajo.
—Yo creo que ella no lo sabía, solo vinieron a echarnos porque querían los salones… tal vez ella no sepa que sigo viva.
—Dios te oiga amiga —Dice la pelirroja suspirando.
—Celine, ve junto a Monserrath al baño a lavarse las manos, cenaremos en unos minutos —Dijo Becca y ambas niñas asintieron.
—No quiero molestar Becca…
—No digas más Eli, quiero ayudarte con lo que pueda —Dice suspirando—. No pueden quedarse aquí… pero las espero en el desayuno y en la cena, aquí podrán comer y usar el baño en ese horario. No puedo hacer más.
Lágrimas asomaban los ojos de Elizabeth.
—Gracias, muchas gracias.
Luego de la cena madre e hija salieron a buscar un sitio en el cual dormir, la muy amable de Becca les dio unas mantas y almohadas para no acostarse en el sucio suelo.
En la pequeña cabecita de Monserrath todo estaba fuera de control, en ese pequeño e inocente cuerpo estaba naciendo un sentimiento que en una niña de siete años no debería existir.
El odio.
Porque lo que sentía hacia la Reina Aranesa era odio.
Miró hacia las personas que recientemente estaban peleando por el pan, pero nadie estaba ahí.
Llegaron hasta un puente y luego bajaron y se refugiaron allí, ellos no eran los únicos.
Un niño de unos diez años también estaba allí, Elizabeth miró preocupada al niño al notar que tenía una cortada en la mejilla.
— ¿Niño que te ha pasado?
Él se puso en guardia al escucharla pero al voltear y ver que eran personas sin hogar como él su cuerpo se relajó.
—Tengan cuidado —Dijo él mirándolas—. Hay muchos guardias por esta área.
—No tenemos donde dormir…
—Pero no les recomiendo quedarse aquí.
Monserrath miró con admiración al niño, hablaba como un adulto y no sé hecho a llorar por la cortada que tenía en el rostro. Además de que el niño era muy apuesto.
Sus mejillas adquirieron un tono carmesí.
El niño bajo la mirada hasta la pequeña rubia, tan chiquita y hermosa… negó con la cabeza y fijó la vista en la señora.
—Pueden venir conmigo —Dijo él haciendo un movimiento de cabeza—. Hay un pequeño lugar cerca del bosque donde nos escondemos, no tenemos techo ni comida pero por lo menos no estarán solas.
Elizabeth no quería tener nada que ver con el bosque. Pero el niño de cabello oscuro como el carbón dijo que era cerca del bosque. No dentro del bosque, así que asintió.
—Me llamo Jughead.
—Yo soy Elizabeth y ella es mi hija Monserrath.
La pequeña levantó su mano en gesto reflejo para saludarlo, pero él la miró arqueando una ceja. La pequeña se sintió torpe y bajo la mano sintiendo de nuevo sus mejillas arder.
—Es muy linda.
Su madre miró a los dos con una mirada recelosa, acaso su niña… no.
Todavía son muy pequeños para pensar en esas cosas.
—Síganme.
Elizabeth sin otra opción, sigue al niño a su supuesto refugió… tal vez eso sea más seguro que ellas dos solas debajo de un puente.
Caminaron por un largo tiempo, en el cual la pequeña no paraba de mirar a Jughead, el niño se dio cuenta de esa mirada pero fingió no notarlo aunque esa sonrisita era suficiente.
—Por aquí –Dijo entrando al bosque.
—Espera —Dijo Elizabeth asustada— Dijiste que era cerca del bosque…
— ¿Tiene miedo del famoso bosque de las brujas? —El niño sin duda alguna era valiente.
—No quiero meter a mi niña en ese lugar.
—Les prometo que no corren peligro conmigo —Dice con voz calmada—. Les recomiendo seguirme no querrán que algún guardias las vea, se los digo por experiencia.