Lesalia.

VIII

 

La joven princesa buscaba a su hermano por cada rincón del castillo. Los tacones comenzaron a molestarle, se los sacó y los dejo en un costado del pasillo sabiendo que alguna sirvienta lo cogería luego. 

El castillo es inmenso y su hermano demasiado curioso, no puede quedarse quieto mucho tiempo con los años que han pasado encontraban más pasadizos secretos pero hace tiempo no encontraban ninguno. Inspeccionó todo el lugar y llevo su mano al pecho angustiada, algo no cuadraba para ella. 

La princesa tenía razón al estar preocupada, el pobre príncipe fue engañado y en el inmenso castillo ya no estaba. 

Bajo las escaleras, por cada escalón que bajaba intentaban recordar donde lo había visto la última vez. Él salió a montar a caballo pero de eso ya ha pasado un buen rato, siguió caminando hasta llegar al comedor,  Aranesa estaba tomando el té y comiendo galletas, la princesa se acercó y vió que su madrastra entablaba conversación con una sirvienta. 

—Aranesa —Dijo ella llamando su atención,  la reina la miró unos segundos y le hizo un gesto de manos a la sirvienta para que se marchara. 

—Dime linda Hope ¿En qué puedo ayudarte? 

—Mi hermano… ¿Lo has visto? —Preguntó ella preocupada—. Debo elegir mi vestido para la coronación de Maximiliano y él prometió ayudarme. 

Aranesa bebió un sorbo de su té para esconder su sonrisa. Pobre Hope, su hermano estaba muy lejos de casa. 

—No tengo idea linda —Bajo la pequeña taza en la mesa—, debe andar por allí como siempre. 

—Lo busque por todas partes, siento que algo no está bien. 

Aranesa cansada por tener que ser gentil suspiró.  

—Hope, tu hermano debe estar deambulando por allí. Seguro olvidó que tenía que ayudarte ¿No necesitas mi ayuda? 

La princesa dudó unos segundos ¿Su hermano se olvidó de ella como su padre? Tenía un nudo en la garganta, colocó un mechón de su cabello rubio tras su oreja y asintió. Aranesa se levantó de su asiento de forma elegante y siguió a la princesa con una gran sonrisa en sus labios carmesí.  

Deseaba ver el rostro de aquella escuincla cuando le digan que su hermano estaba muerto. 

Mientras tanto el pobre príncipe sentía un escozor en la mejilla derecha y una fuerte punzada en la nuca. Parpadeo unas cuantas veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz, pensó que estaba delirando cuando vio la cueva frente a sus ojos ¿Dónde estoy? Fue lo primero que pensó. 

Su vista se deslizo a una dama, su cabello dorado le caía en ondas y le llegaban por debajo del pecho, su rostro estaba manchado de arena al igual que su vestido pero eso no fue lo que le llamó la atención… la espada que lo estaba apuntando fue lo que captaron sus ojos verdes. 

—¿Quién eres? —Preguntó sin titubeos el frunció el ceño y se llevo una mano hasta la mejilla y al sentir el corte hizo una mueca. 

—Ella te hizo una pregunta —Levantó su cabeza al oír una voz masculina. Un joven que parecía rondar su edad lo miraba sin expresión alguna en el rostro, sus ojos azules parecían cautelosos. 

¿No sabían que era el príncipe? 

Al igual que ella tenía el rostro sucio, parecía que a ambos le hacia falta un baño. Trae puesta una camisa azul desteñida y unos pantalones negros rotos en las rodillas ¿Quiénes son? 

—Soy el príncipe Maximiliano Castell —Dijo levantando la barbilla—. Creo que ustedes deben darme una explicación.  

Jughead dio un paso al frente para mirarlo con detenimiento. Monserrath no creía en su palabra pero cuando sintió la mano de Jughead en su hombro su espada bajo. 

—Dice la verdad, vi su rostro impreso en un periódico.  

Monserrath no lo había visto jamás, solo cuando era una niña y estaba completamente enamorada de Anabelle y su corona, quería ser una Reina como ella pero era solo un deseo de niña pequeña. Ahora por el contrario quería matar a la Reina, a Aranesa. 

—No tengo porque mentir, la reina me envió aquí para que no pueda reclamar mi trono —Ambos miran al príncipe con el ceño fruncido—, es una arpía, una víbora venenosa sedienta de poder. 

—Coincidimos. Esa maldita bruja mató a mi madre y juré vengar su muerte. 

Maximiliano la miró con curiosidad. 

—Lamento escuchar eso pero ahora necesito salir de aquí. 

—No —Dijo Monserrath—. No irás a ningún lado. 

Jughead no dijo nada, analizaba lo que sucedía. Tienen al príncipe frente a ellos ¿Él podría servir de algo? 

—De acuerdo, entonces ayúdenme a regresar al castillo. En dos semanas es mi coronación, debo volver antes de que Aranesa le haga daño a mi hermana. 

—No —Dijo Jughead con rotundidad—. Nosotros tenemos un asunto pendiente. 

Monserrath lo miró y suspiró asintiendo de acuerdo. Lo que pasaba con ella se estaba escapando de sus manos. 

—No lo entienden, Aranesa cada día está peor ¡Quiso dejarme morir en el bosque de hambre! O que tal vez algún animal salvaje me matase. Debo volver y advertir al reino de su traición.  

Ella acomodó su espada contra la pared de la cueva para luego cruzarse de brazos y mirar al chico con incredulidad. ¿Decía la verdad? 

—Parece que no soy la única que odia a la Reina ¿Eh? 

Él la miró sin comprender como una muchacha tan bella, con un toque de inocencia pudiese tenerlo de prisionero en este horrible calabozo. Él necesitaba salir, Hope, su padre y Karina corrían peligro. 

—Ya te lo he dicho señorita —Dijo con un tono de cansancio—. Ella fue la que ordeno que me trajeran hasta aquí. Como le dije antes, necesito su ayuda. 

Ladeó la cabeza divertida. 
¿Debía ayudarlo? ¿Cómo podía confiar en que esto no era una trampa? 

No sabía qué hacer y eso le desesperaba. Miró a Jughead pidiéndole con la mirada que se acercará,  el joven se posicionó a su lado. 

—¿Y que gano yo con todo esto? 

El príncipe sonrío. 

—Matar a la Reina. 

Los ojos verdes de Monserrath brillaron. Una oferta demasiado tentadora, pero el joven a su lado no pensaba igual. 

—No hay trato, ella no va a correr ninguna clase de peligro —Dijo con tono sobreprotector. 

Monserrath sintió un revoltijo en el estómago al sentir la preocupación de Jughead pero lo ignoró sabiendo que ella debía cumplir su promesa y jamás una oportunidad como aquella ofrecida del mismísimo príncipe volvería a pasar. 

—Espera Jug, sé que quieres mantenerme a salvo —Agarro su mano y le dio un apretón—. Pero no se trata solo de mí, un reino entero seguirá sufriendo —Su vista fue hacia el príncipe—. Te ayudaremos pero tengo condiciones. 

Maximiliano asintió, escucharía las condiciones con cuidado. 

—Soy todo oídos. 

—Tenemos dos semanas para llegar al castillo a pie, pero antes que nada nosotros vinimos en busca de alguien y hasta encontrar a esas personas no podemos partir hacia el Castillo. 

—Necesito llegar cuanto antes… 

—Y yo necesito ayuda, eso no puede esperar. Lo segundo, La zona necesita ayuda. Aranesa dejo de mandar suministros, echó a varias personas de sus casas, los guardias tratan a todos como sus juguetes eso debe terminar. 

—¿Cómo que no llegan los suministros? 

De eso él no estaba enterado, su madre era alguien que se preocupaba por dicha zona que seguía dentro del reino de Lesalia. Aranesa debía seguir mandando provisiones y seguridad no del tipo que habla ella. 

—Desde que Aranesa fue la Reina el lugar se vino abajo y tu padre no hace nada para remediarlo. 

—Mi padre no lo sabe, hace mucho dejo de interesarle el Reino, Aranesa se encarga de todo… 

—Cuando seas rey eso debe cambiar —Dijo Jughead—. Hay familias que deben dormir en el refugio ya que las casas que tenían fueron quemadas o demolidas para crear cosas que la Reina quería hacer. 

Sintió su pecho arder de rabia,  sabía que ella era malvada y que había engañado a su familia con el papel de Reina preocupada pero con él siempre había mostrado su verdadera parte cruel. 

—Lo prometo ¿Algo más? 

Ella lo pensó unos segundos y luego miró a Jughead, sintió algo de vergüenza y bajo la mirada. Ambos la miraron con curiosidad hasta que habló. 

—Quiero una enorme casa cerca del Castillo ya no quiero que nosotros debamos vivir en el bosque —Los ojos azules del chico se enternecieron, ella quiere vivir con él—, prométenos un hogar para Jughead y para mí. 

El joven uso todo de sí para no voltearla en su dirección y besarla, no deberían montar un espectáculo de brillos dorados y mariposas frente al príncipe.  

—Les prometo que cumpliré con esas dos cosas pero la primera no. Les doy tres días para buscar a esa persona, más tiempo que eso no puedo perder. 

Jughead miró al príncipe sabiendo que tenía razón. Monserrath asintió.  

—Tenemos un trato, principito.  
 




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