Capitulo primero: ¡Bienvenida a Lesebuch!
La idea de volver no me hace mucha ilusión. Soy consciente de que todos en ese pueblo recuerdan porque me fui. Aunque realmente solo son suposiciones, ninguno tiene la certeza de porqué desaparecí.
El viaje en tren desde la capital es largo, así que me permito cerrar los ojos mientras intento no pensar en los posibles escenarios en los que seguro seré el centro de atención. La música que sale de mis auriculares logra apagar el ruido que estos pensamientos producen en mi cabeza. Pero no por mucho tiempo.
¡Mierda!
— ¿Podrías dejar de poner esa cara? Me da migraña solo intentar adivinar en que piensas. — Se quejó Elena — Aunque no debo esforzarme demasiado. — la miro molesta, rogando por que cierre la boca y me deje continuar con mi siesta. — No me mires así, estoy aburrida y sabes que odio estar callada. —se encoge de hombros restándole importancia mientras suelta un suspiro.
Decidida a ignorarla observo por la ventana todo lo que va quedando atrás mientras el tren avanza. Edificios, autos, tiendas, en fin toda una ciudad urbana dejada atrás para volver a un pueblucho en el que seré el centro de atención y no podré ni siquiera caminar tranquila. Abro los ojos asustada, observando en el vidrio como mi rostro palidecía.
¡Jesús, si no puedo ni caminar en paz me dará algo y moriré! Esto no es divertido.
—Y ya estas exagerando otra vez. — Esta puso los ojos en blanco. — Trata de ver el lado bueno.
— ¿Y cuál sería el lado bueno según tú? —Me acomodo en mi asiento para poder observarla mejor.
—No lo sé — Respondió. —.Por eso dije que trataras. —Suelto un bufido molesta, no estaba de ánimo para bromas lo único que rogaba es que me dejara tranquila. Pero obviamente ese no era el plan de Elena. —En serio, Nía. Trata de buscar ese lado bueno. Piensa en lo bien que le vendría esa atención a tu reputación. En vez de que dejar que te perjudique puedes usarla a tu favor para subir algunos escalones de popularidad en la escuela — Viéndolo de esa forma no sonaba tan trágico. Ese es el don de Elena, hacer que los dramas que parecen elefantes se conviertan en hormiga cambiando la perspectiva. Mi hermana continúo.
—.Además, te conozco y a ti jamás te ha importado lo que digan de ti ¿Por qué sería diferente ahora? —Tenía razón ¿Por qué tenía que importarme ahora lo que los demás dirán de mi cuando vuelva a ese pueblo maldito? Es decir pase por los peores años de mi vida, esto no se compara a estar encerrada en una maldita habitación llena de locos.
—Tienes razón, me vendría bien un poco de atención, además ya he lidiado con adolecentes groseros. Agregar más a la lista no me matara. —Sonreí triunfante, imaginándome como sería la grandiosa llegada de Epifanía Elle.
(…)
Vaya forma de recibirme. Siete años sin pisar este pueblo y apenas pongo un pie la gente comienza a volverse loca. Pensé que mi regreso sería más épico, ya saben, todos hablando del regreso de Epifanía Elle. Haciendo preguntas como “¿Por qué se fue? ¿No había muerto? ¿Seguirá igual de loca?” Esto no tiene un carajo de epicidad.
— ¿Crees que sea una coincidencia o una conspiración contra ti? — Se burló Elena. Me cruce de brazos observando al tumulto de gente que se agrupaba frente al bar del viejo Billy. Puse los ojos frustrada por el cansancio. No entendía por qué tanto escándalo. Bueno, si lo entendía. Esto no era común, no había pasado jamás en este pueblo. Pero ¿Cuál era la necesidad de quedarse a debatirlo en la calle a las tres de la mañana en pleno invierno? Vayan a dormir, señores.
— ¿Qué cosa? ¿El hecho de que haya desaparecido el hijo del alcalde o que su hermano, el amor platónico de mi infancia siga estando igual de bueno? —Susurro para que solo ella escuche.
Observo a Allen Alle consolar a su madre, mientras mira cada movimiento que su padre realiza mientras habla por teléfono. Él se ve tan diferente al niño que conocí, lo único que no ha cambiado de él son esos ojos azules característicos de los Alle y ese cabello negro que intenta ocultar con un gorro de lana.
De repente su mirada cambia de dirección y se cruza con la mía. Un escalofrió recorre mi columna. La frialdad de su mirada me desconcierta, me incomoda. Pero me es imposible apartar la mirada. Pierdo la noción del tiempo, quizás hayan pasado segundos o minutos o quizás horas. No lo sé, solo me quedo ahí, de pie solo observándolo. Me sorprende no encontrar preocupación o tristeza en su mirada.
Aleja su vista de mí bruscamente y comienza a hablar con su padre. Yo aún continuo mirándolo, parece algo molesto por su postura. Aprieta la mandíbula y arruga su nariz roja por el frio.
—Vaya. — Elena suelta un silbido. — Eso sí que fue intenso. Felicidades, los mejores cinco segundos de tu vida. — Vuelvo a poner los ojos en blanco y aparto la mirada caminando hacia mi madre. — ¿Qué? Tengo razón. — Suelta una risa y decido ignorarla. Elena a veces era insoportable. Toco el hombro de mi madre para llamar su atención.
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Editado: 16.10.2018