Let my cry

capítulo 2

La muñeca

El olor a moho y humedad inundaba el aire de esa alcoba, hacia frio, pero ese era el menor de sus problemas, el dolor en su cuerpo después de una golpiza recibida hace unas hora o el hambre, pero no esa necesidad de la que te sacias con cualquier alimento, si no hambre de libertad, todo se sentía pequeño en ese momento, ella se sentía diminuta.

— ¡levante de una maldita vez!                                    

Su verdugo hacia presencia una noche más, con la poca fuerza que tenía se levantó del suelo y camino cojeando hasta el pequeño baño de la habitación, apretó el interruptor de la luz y luego se dirigió directamente a la regadera, se quitó las pocas prendas con las que contaba y abrió la llave del agua, helada era poco para lo que estaba, las heridas le provocaban escozor cada vez que pasaba sus manos con el jaboncillo, fue rápita al momento de terminar el recorrido en todo su cuerpo, se sentía sucia, pero sabía que por más que estrujase una y otra vez hasta dejarse la piel roja, no se iría ese sentimiento. Tomo la toalla y empezó a pasarla por su cuerpo, apenas terminada aquella acción, se acercó al pequeños espejo y vio como tenia un enorme moretón en la mejilla derecha, dolía y estaba hinchada, pero debía cubrirlo lo mejor posible, treinta minutos fue lo que tardo en tratar de verse presentable.

— ¡vete de una puta vez!

Cada paso era una tortura, sus órganos internos batallaban por cumplir con su única función, se sentía mareada, pero un poco de polvo Mágico solucionaría las cosas, busco en su sostén una bolsita traslucida, al encontrarla la abrió y con uno de sus dedos se ayudó para poner un poco en sus fosas nasales, no tardó mucho en hacer efecto. Espero en el mismo lugar de siempre, iban y median los coches, ella seguía allí, las horas pasaban, sentía pánico a que llegue un nuevo día.

Pero las horas pasaban, muchos se acercaban hasta donde estaba ella, pero cuando observaban el estado en el que se encontraba, preferían pasar de largo o ir por cualquier otra chica que estaba cerca, le estaba yendo fatal, ella no era dueña del tiempo como para poder detenerlo, tenía bastante frio, el cielo se empezaba a aclarar cada vez más, estaba cansada, creyó que su noche terminaría así. Decidió caminar hasta un parque que estaba a unas cuantas calles de donde se encontraba, cada paso es una tortura total, decidió sacarse los zapatos, el pavimento estaba helado, pero se sentía mejor, se abrazaba a si  misma tratando de conseguir un poco de calor, pero no ayudo de mucho su intento, su estómago gruñía, busco en los bolsillos de su chaqueta y solo pillo dos cigarrillos y un encendedor, sostuvo uno de ellos y lo prendió, la primera calada fue bastante relajante, siguió caminando. Habían en las calles ya varias personas, algunas molestas, otras preocupadas corriendo por que quizás estaban llegando tarde a trabajar, tal vez ella también debería correr o huir de todo ¿pero que haría después de eso? En ese momento de su vida las cosas no iban color de rosa, pero al menos tenía un lugar donde quedarse.

Faltaba poco para llegar, camino un poco rápido y busco una banca lo más alejada. Debajo de un árbol se encontraba la banca perfecta, sus pies estaban completamente sucios, su vestido y chaqueta apenas cubrían su piel, logro llegar, su cigarrillo ya se había acabado, decidió solo sentarse allí y mirar a la nada, que le diría a Don, le pediría como muchas otras veces que tuviera piedad de ella, que la perdonara, que por su aspecto no había obtenido ningún cliente, claro estaba parecía enferma y lo estaba. Muchas madres con sus hijos empezaron a llegar, algunas se ponían a charlar de diversos temas entre ellas, otras no disimulaban su disgusto de verla allí, ella prefería ignorarlas.

— ¿señorita porque esta triste?

No llego a notar cuando la pequeña se acercó a ella, pero la inocencia de los niños podía a veces llegar a ser infinita y molesta.

—porque piensas que estoy triste

—Tiene cara de estar pasándola mal —con sus manos toco sus mejillas e intento copiar el gesto —por eso pienso que estas triste

—y porque no debería estarlo, no tengo alguna razón para estar feliz

—Si la hay —la niña replico

— ¿Cuál sería una razón, de estar feliz entonces?

—estas viva y puedes hacer lo que quieras mientras lo estés

¿Hacer lo que ella quiera? Jamás había pensado en eso, ella siempre se la pasaba quejándose de lo mal que le iba y del temor que tenía a ser libre, pero aquella niña dejo todo tan claro como el agua, podía volver a equivocarse en un intento por comenzar de nuevo, pero ella no lo sabía, a menos que se atreva a hacerlo.

—Toma, parece que tuvieras hambre y mi papá me prepara mucha merienda —le acercó un sándwich que parecía ser de pollo, junto con una cajita de jugo —espero te guste, mi papá es el mejor cocinando.

Después de eso, de la misma manera se fue, callada sin decir nada más, ella se sentía totalmente feliz y triste, desenvolvió el sándwich de su envoltorio y empezó a comerlo, con cada mordida derramaba muchas más lágrimas, sentía un nudo en su garganta crecer, trato de disfrutar lo mejor posible cada bocado. Esa misma mañana tomo una decisión, nadie la salvaría, ella sola debía hacerlo y debía empezar por hacerlo hoy, no mañana u otro día, si no en ese mismo momento, se levantó de la banca y empezó a caminar, conocía muy bien una clínica para adictos financiada por el gobierno. El camino a pie seria largo, pero era muy buen comienzo.




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