Let my cry

capítulo 5

El príncipe

Dorian Haider, desde su nacimiento había sido colmado con toda clase de bendiciones. Estatus social alto, inteligencia y belleza, carisma y galanura, todo un joven prodigio diría cualquiera. Pero el ser humano es todo un caso, mientras más tiene, más infeliz es. Sus días uno tras otros, parecían una copia exacta del día anterior. De nada le servía tanta popularidad, si se sentía completamente absurdo en la burbuja social en la que vivía.

Los años pasaban, todo continuaba igual, sin ninguna diferencia. Dorian, comprendió que las cosas continuarían así si el mismo no llegaba a hacer nada, total es su vida, quien lo detiene de hacer lo que se le venga en gana, se decía. Una mañana, tan rutinaria como muchas otras, camina junto con Danny Evans, un amigo de infancia, tan pintoresco y ruidoso para su gusto, pero era inevitable que no fueran amigos. Desde muy temprana edad, fue el primer niño con el que le toco convivir, su primer amigo, el único que creyó comprenderlo, pero lo cierto era que las cosas eran muy distintas para ambos. Danny, amaba la fuerte con la que nació, se la pasaba estrujándoselo en la cara a cualquiera con el que se cruzara. Dorian, anhelaba solo por un día, ser normal, tal como lo eran las personas que caminaban por las calles.

No es bueno ser malagradecido, ni envidiar la fortuna de otros. Se enamoró, loca y ciegamente, de la persona menos esperada, tantas veces Danny, se burló de él, haciendo comentarios grotescos de su relación con su actual novia. Tres meses pasaron, él estaba completamente hechizado, anotado con Violet, ella le trajo y dio color a sus días tan monótonos. Pero su felicidad se vio empañada, ella le dijo estar en cinta, mientras que el, al solo ser un puerto, sintió miedo, su cabeza se llenó de toda clase de ideas y posibles futuros catastróficos. Su padre siempre le dijo, que los hombres no huyen de sus temores, los enfrentan con la cara pelada y con valentía. Lo hizo, les dijo la verdad a sus padres, su madre molesta, se derrumbó en llanto, mientras que su padre, le grita tantas palabras, que jamás creyó que escucharía salir de los labios de su padre, dolió, los decepciono.

Un futuro brillante te espera, ambos padres gritaban, dudando de la paternidad de Dorian. Molesto, grito miles de vulgaridades y bajezas,  sujeto del brazo a Violet y la subió a un taxi, dejándola irse devuelta a su casa. Volvió a enfrentar reiteradas veces a sus padres, pidiéndoles que recapacitaran y aceptaran su decisión. Los hijos son el vivo retrato de los padres, por algo es que muchos lo dicen. Soberbios rechazaron cualquier intento de persuasión, mientras que Dorian, totalmente orgulloso y negándose a retroceder, metió todas las cosas que pudiera necesitar en unas maletas. Bajo la escalera y el camino directamente a la entrada principal de la casa, ignoro completamente los gritos desesperados de su madre, pidiendo porque no se fuera. No se detuvo, ni vio atrás por ninguna razón, pero él sabía que había roto el corazón de su madre.

Una dosis de realidad no le hace daño a nadie, Dorian, imagino que todo saldría de acuerdo a su plan. Pero no, muy equivocado estaba. Llevar el pan a la mesa, cada día, no era nada fácil y mucho más al ser solo un muchacho de 17 años, sin experiencia en nada, pero debía arreglárselas, él no estaba solo. Tan pronto como entran las deudas el amor se acaba, solía decirle muchas veces su abuela, el en su infinita inocencia no comprendía lo que quería decir, pero ahora lo sabía muy bien. Violet, ya no era la jovencita de la que se enamoró, parecía una completa extraña, la desconocía totalmente. Se escondía en el cuarto del aseo a llorar, se lamentaba muchas veces por no ser más fuerte, más suficiente.

Deseaba reencontrar con Danny su fiel amigo, con el cual tantas veces compartió tantos momentos. Pero ahora no estaba, desapareció una semana antes, de enterarse del embarazo de Violet. Los señores Evans, solo dijeron que estaba en un internado en Francia. Incomunicado, sin poder localizarlo siquiera, lo necesitaba. Violet, también desapareció, sin dejar rastro de su paradero, dejándolo a cargo de Alice. No sabía qué hacer, no podía solo volver a casa como si nada hubiera sucedido, debía afrontar su realidad.

El nació colmado de bendiciones, por algo se decía. Andrew Voronin, debía ser un ángel, él debía armarle un altar, le debía bastante.

— ¡papá! ¡Despierta, vamos a llegar tarde!

Aquella pequeña, pateaba y daba pequeños golpes, aun bulto de mantas, donde estaba totalmente envuelto su padre. No sentía pena, ni tenía un poco de delicadeza, por quien estaba durmiendo, solo deseaba despertarlo. Las sabanas cayeron al suelo, Alice, fue abrazada con fuerza, mientras Dorian, le daba pequeños besitos por todo su rostro. La niña indignada por la reacción de su padre, lo empujaba entre risas que no pudo evitar que se le escaparan. Amaba y a veces odiaba, la personalidad de su progenitor.

—que deseas de desayuno, pequeña mocosa ruidosa

—papá, no soy una mocosa, ya soy toda una señorita, no deberías llamarme así —trato de peinarse el cabello desarreglado, con sus dedos

—como usted, diga señorita

Los años no pasan en vano, Dorian, ahora era todo un hombre, hecho y derecho. A sus tan solo veinticinco años, aprendiendo a salir adelante, con un pequeño empujoncito llamado “Andrew”. Su mejor amigo y jefe, siempre le estaría agradecido. Alice, creció siendo toda una mimada y mandona. Varias veces se preguntaba de quien lo había sacado y luego recordaba, cuando era pequeño y su madre, reprendía o mandaba a su padre, dirigiendo cualquier asunto que tuviera, con mano dura. Esperaba que Alice, fuera ese tipo de mujer, fuerte e independiente. A veces cuando sonreía o se enojaba, podía ver los rasgos de su madre en ella, la extrañaba, añoraba ser abrazado una vez más por sus padres. Deseo volver con ellos, presentarles a su nieta ¿se sentirían orgulloso del hombre en el que se había convertido? Se preguntaba, se sentía avergonzado, de solo recordar todas las crueles palabras que les grito, antes de marcharse de casa. Quizás en un futuro, el esperaba no muy lejano, presentarles a su retoño.




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