Let my cry

capítulo 7

La bestia egocéntrica y el príncipe pelusa

 

El ser humano por naturaleza, es un ser egocéntrico, lo cual es bueno a veces, demuestra el amor propio que se tiene una persona a sí misma. Mientras que Aidan, rayaba en lo que era la locura, su alter ego era tan alto, que se llamaba a sí mismo la perfección encarnada. Claro estaba que en parte no era su culpa ser así, desde su nacimiento fue colmado de todo tipo de halagos, siempre siendo mimado, sin alguna vez llegado a negar nada, era el niño de los ojos de Mairim Stewart. El único de sus hijos, del cual no renegaba por su sola existencia. 

Cierta mañana, toda la servidumbre de aquella casona, caminaban sin parar, de un lugar a otro. Desesperados por cumplir al pie de la letra, cada orden dada por sus señores. Los gritos de la señora de la casa, rebotaban entre las paredes, haciendo vibrar algunas ventanas y parte de la cristalería. Algunas de las jóvenes que pasaban cerca de la habitación donde estaban el resto de los habitantes de esa casa, juraría que en cualquier momento Mairim, se prendería en llamas en ese mismo momento y lugar. Hastiada, solo porque las cosas no estaban saliendo tal como ella las había pedido. 

—no puedo creer cuan ineptos son, que no pueden cumplir simples y vanas órdenes —refunfuñaba entre dientes, molesta, mientras cepillaba su cabello, con demasiada brusquedad, dejando caer algunos cabellos al suelo

—madre, trata de calmarte —dijo Aidan

Desde hace varias horas estaban allí, tanto Aidan, como James, sentados en un diván cercano a uno de los ventanales de la habitación. Ambos muchachos se encontraban fastidiados por la actitud de su madre, aburridos por ver en reiteradas ocasiones el mismo escenario. Pero cuál era el motivo de porque todos estaban tan locos ese día, la razón, su típico almuerzo mensual, en el que invitada a toda la crema y nada de la sociedad, una oportunidad más, para pavonearse en público como todo una solterona viuda y rica, en busca de nuevo esposo.

Pero por lo visto, sus intentos no estaban saliendo tal como ella lo había planeado. Se preguntaba algunas veces ¿Qué estaba mal con ella? Según su subconsciente nada. Mairim Stewart, vivía el sueño de cualquier mundano, siendo una mujer joven y hermosa, de alcurnia, siempre preguntaba una y otra vez a sus hijos, si existía algún motivo por el cual les pudiera resultar atractiva a los caballeros que invitaba. James, tan neutral prefería ignorarla e irse, mientras que Aidan, sólo repetía las palabras exactas que ella deseaba escuchar, para ella la opinión de Adrián, no valía nada, debido a que era un simple mocoso bueno para nada. 

Aidan, cansado de escuchar el parloteo de su madre, se retiró de la habitación, siendo imitado por James, quien lo seguía tal como una sombra a todas partes. Algunas de las mucamas inocentes, tomaban aquel acto como algo tierno o como un símbolo de una buena amistad. Muy equivocadas, tal como siempre. 

Salieron al patio trasero, donde todo estaba cubierto por un manto blanco. James, mantuvo distancia, sentándose en los escalones, manteniéndose en silencio, mientras Aidan, con las manos desnudas trataba de atrapar algunos copos de nieve. Indignado por sus intentos fallidos, se quedó observando a James, quien para ese momento estaba jugando con una ramita, moviendo la nieve, hasta formar una pequeña loma.

—Vamos —ordenó Aidan

James, solo se levantó y caminó a su lado, hasta la entrada del laberinto. El frío lo golpeaba directamente en el rostro, enrojeciendo sus mejillas, sus labios estaban secos, apunto de partirse. Juntos estaban por entrar al laberinto, cuando Adrián, les gritó desde sus espaldas.

— ¡espérenme! ¡Yo igual quiero ir con ustedes! —cansado, llego esta donde están ambos muchachos, observándose neutrales

—no puedes, vuelve a dentro de la casa —dijo, irritado por la sola presencia del menor de los Stewart 

 ¡porque no! quiero ir a donde ustedes vayan, estoy aburrido de estar en la casa solo y más aún, con los gritos de mamá

No es no, más bien en este momento deberías estar practicando con tu violín, sabes muy bien como a madre le encanta que toquemos en sus fiestas —respondió Aidan, poniendo a prueba su paciencia con Adrián —además, creo que te estas olvidando de algo

dime

eres una persona muy propensa a enfermarse fácilmente y tan poco deseo que vengas con nosotros ¡vete de una vez! —ordeno 

Adrián, ya estaba acostumbrado al rechazo, observó por unos segundos a James, esperando que él convenciera a Aidan, pero solo negó con un movimiento leve con la cabeza. De sus bolsillos, sacó una bolsa de papel y se la dio, estaba llena de chocolates con almendras, resignado y con un premio de consolación camino de vuelta a la casa. Fue directamente a su habitación y cerró la puerta con llave, se acostó en su cama, mientras comía uno por uno de los chocolates, conteniendo sus ganas de llorar, deseaba ser aceptado, amado y admirado como lo era Aidan, tener la suficiente confianza y maduras que tenía James. Pero más que nada, deseaba ser alguien más, anhelaba ser como sus hermanos, pero no, él era tan distinto, pequeños, débil y llorón.

Envidiaba a su segundo hermano, codiciaba la relación tan amistosa que tenían sus hermanos, ansiaba que su madre acariciara su cabello, tal como tantas veces la vio hacerlo con Aidan. Su hambre y fantasías crecían día tras día. A pesar de James, no ser presentado como el primogénito de la familia, siempre era sentado en la mano derecha de su madre, mientras que a él, le tocaba irse al final del comedor o pocas veces, si tenía suerte al centro.

Esa misma tarde, analizó cada detalle, Aidan, fue elogiado por su gran talento con el piano, a pesar de ser un instrumento exclusivamente para damas, nadie le vio nada de malo por ello. En cambio con él, todos estaban expectantes a que cometiera algún error. El estrés lo dejaría calvo a tan corta edad, movía delicadamente su arco sobre las cuerdas de su violín, intentando concentrarse en las notas, pero no pudo, él estaba allí, tan ruido y socarrón como siempre, rodeado de jovencitas de distintas edades, era popular, mientras que el, debía pelear por un poco de atención, se equivocó. Mairim, lo observó con rabia, por su error, tratando de cambiar el tema o distraer a sus invitados por su equivocación. 




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