Grandes personas marcaron mi vida, comenzando por mi madre y por mi abuela paterna. Me encantaría decirles más sobre mi mamá, pero lo que sé es que me amaba y hoy con el pasar de los años, después de haber entendido muchas cosas, comprendí que fue así y que no planeó dejarme, sino que tuvo que partir, era su destino, ambas vinimos a aprender algo, Dios lo quiso así.
Soy creyente, una mujer de fe católica, con Jesús de Nazareth en su corazón. Mi hija sobrevivió gracias a él, y yo sigo de pie por mi fe que me ha permitido tener esperanza, porque a través de ella se han obrado grandes cambios en mi vida, y eso se lo debo a mi abuela. Mi amada Celia, mi mundo, mi ángel protector, por quien daría todo para volverla a abrazar. Ella me inculcó el amor a Dios, lo agradezco y desde el respeto y el amor, valoro mis creencias, así como respeto las demás.
Cuando tenía dieciocho años conocí a Luigy, fue un clic inmediato, es mi mejor amigo, mi hermano, mi alma gemela porque con solo vernos sabemos qué pasa, siempre ha sido así, él es un recuerdo que duele porque gracias a la situación política del país, se tuvo que ir, hace muchos años no lo abrazo, pero pronto nos volveremos a encontrar. (Para aquellos que leyeron, El Jefe de Elisa, sí, ese Luigy es real, esa novela tiene mucho de realidad, ya les contaré).
Mis amigos, mi familia, así se llama este capítulo porque eso son mis amigos para mí, un grupo pequeño, que cuento con los dedos, pero que siempre han estado allí, dándome amor, apoyo y comprensión. Hoy en día quedamos pocos, muchos se fueron a otras fronteras, así que nuestros encuentros son a través de un teléfono y de una cámara, que suplantan el calor de un abrazo, y que; sin embargo, sirven de consuelo para la añoranza.
A algunos los conocí en mi cuadra, mi urbanización, el sitio donde vivía, y a otros en la universidad. Disfruté con ellos, reí con ellos, bailé con ellos, hasta que me casé, y creí, como toda mujer, que tendría un final feliz, un matrimonio bonito y una familia perfecta. Nada fue así, terminé rota en pedazos, pero con grandes tesoros en mis manos. El primero de ellos, mi hija, así que agradezco y honro mi matrimonio porque sin ese hecho ella no estuviera aquí, y sin el dolor que sentía yo no hubiese descubierto que podía escribir, ese es el segundo tesoro que le agradezco a mi matrimonio, porque en plena agonía, cansada de llorar, sintiendo un nudo en la garganta y una necesidad de liberar mis penas, decidí tomar mi tablet, e imaginé que era Elisa de la Torre y comencé a escribir por primera vez en mi vida, buscando tener un final feliz.