PELIGRO... CREO
Demasiado juego para ser una ciencia y demasiada ciencia para ser un juego.
—Yo creo que sí —habló en mi oído pegándose a mi espalda.
Instintivamente mi codo fue directo a su pecho y mi mano a sus pelotas, acto que lo dejó en el piso jadeando. Me puse a su altura, agachándome.
—Vuelve a siquiera acercarte a mí y te juro que tu aparato reproductor no va a ser el que sufra más de todo tu cuerpo —amenacé—. ¿Estamos?
El tipo asintió. Me levanté y fije de nuevo mi vista a la maldita puerta en donde el idiota de Zach había entrado, pero, casualmente ahora estaba abierta. Sip, abierta de par en par. Tenía dos teorías; o qué Zach y su amigo drogadicto ya habían salido de ese lugar o qué era una clara invitación a mí y a mi curiosidad, o sea, una trampa.
—¿En dónde carajos has estado? —Preguntó la voz de Zach en cuanto mis pies dieron un solo paso en dirección a la puerta misteriosa. Sí, era una jodida curiosa de mierda. Abrí los ojos como platos cuando él me volteó y quedamos cara a cara—. Drake me ha llamado completamente cagado porque no te había visto en más de una maldita hora y temía que los bastardos que están aquí te hubiesen... hubiesen...—se trabó en lo que sea que iba a decir y sólo me dio una mirada furiosa. De acuerdo, me olía a qué hay gato encerrado aquí.
—¿Me hubiesen qué? —Cuestioné, curiosa.
—Nos vamos —zanjó el tema y empezó a caminar de vuelta por donde había llegado con mi muñeca en su mano.
Estúpido niño rico de mierda. Zafé mi muñeca de su agarre de muerte haciendo que él me diera una mirada de ¿qué demonios crees que haces? furiosa.
—Me quedaré un rato más si no te importa —dije, perdiéndome de su vista.
Entre todas las cosas estúpidas y ridículas que había hecho ese día, esa fue una de ellas, aunque vamos, si no lo hubiese hecho nunca hubiese conocido a Rush y esta historia hubiese tenido un final diferente, así que, digamos que sólo un 3,4% de mí no se arrepiente por haber mandado a Zach a la mierda.
Entre la desesperación por esfumarme de la presencia de Zach sin que me encontrara tres minutos después mirándome enfadado y las ganas gigantescas que tenía de salir de la maldita casa, subí las escaleras a un segundo piso en un intento de pasar desapercibida. Nada, no había más que un pasillo y más de cinco puertas en él. Suspirando, subí la segunda escalera y ésta me dio con una terraza, gente, una mesa de póker y, por supuesto él. Sep, ahí estaba él. Por un momento me quedé sin aire. ¿Quién demonios era él y por qué carajos irradiaba tanta hombría?
No, no era hombría lo que irradiaba. Era peligro. Sí, peligro estaba escrito en toda su frente y más claro imposible, pero yo era mujer. Y entonces, si una mujer no es guiada por esos momentos nada más que por la lujuria y el deseo de tenerlo entre tus piernas y hacerte gemir alto y soltando palabrotas, entonces no eras mujer.
Fue ahí donde me miró. Sus ojos condenadamente grisáceos oscuros y con un brillo de curiosidad se estamparon en mí y no me dejaron pensar en una maldita cosa coherente. Él estaba sentado en una de las sillas enfrente de la mesa de póker y resplandecía en seguridad. Seguridad y unas jodidas ganas de encerrarte en un cuarto y follar sin cansancio.
Tenía una chica sentada entre sus piernas. Sí, la chica era sexy, era una maldita barbie, pero a él no le importó quitársela de encima, sacar su sensual trasero de la silla, alejarse de la mesa y pararse en frente de mí con su mirada de curiosidad plasmada en su cara. Algo me decía que dejara de ser estúpida y saliera pitando de ahí, pero yo estaba tan embobada con el espécimen sacado del cielo y enviado a la tierra que no pensaba en otra cosa que follar con él.
—¿Sabías qué estás en un juego privado? —Preguntó en un tono bajo, ronco, sensual. En un tono baja y moja bragas. Era moreno, cabello castaño, tenía los dos brazos cubiertos en tatuajes y sólo un pequeño pircing en su ceja izquierda. De pronto me encontré con la necesidad de explorar en donde comenzaba y terminaba sus tatuajes—. ¿Sigues por ahí? —Volvió a hablar.
Sacudí mi cabeza ligeramente y solté un jadeo no audible, o eso pensé hasta que él muy idiota sonrió y me dio una mirada burlona.
“Sí, suelo causar ese efecto en las mujeres —burló—. Ahora, ¿quién eres y qué haces en espacio privado? ¿Te confundiste? ¿Pensaste que aquí habían adolescentes descontrolados queriendo follar con cualquier que se le cruce en su camino? —Frunció su ceño y luego me miró de arriba hacia bajo haciendo que mis piernas flaquearan un poco—. Aunque admito que no pareces una universitaria con problemas drásticos de alcohol, no quita que seas cómo las jodidas mujeres que se enloquecen si les muestras el mínimo acto de atención —y eso fue la bofetada que necesitaba para volver al mundo de la realidad. Su orgullo y su maldito sarcasmo lograron sacarme de mi trance.
Mi cara pasó de embobamiento a mi expresión gélida en un santiamén.
—¿Y tú te crees...? —Dejé la frase al aire, mordaz. Sí él iba a tener su sarcasmo y su orgullo por el frente, ¿por qué yo no?
Él me dio una sonrisa ladina.
—¿Y a ti te interesa por qué...? —Atacó.
—¡Rush! —Le gritó alguien desde lo que pude ver por encima de su hombro, la mesa de póker —. Deja de estar coqueteando con la chica sexy y pon de nuevo tu culo aquí, hombre.
Editado: 09.10.2024