Let's Play.

Diecisiete

PLANES INESPERADOS

 

El juego es altamente moral. Sirve para arruinar a los imbéciles. 

 

—Saben el protocolo —retumbó su voz en ruso.

Demonios. No recordaba que la voz de Jonathan fuese tan malditamente gruesa, ni que él fuese condenadamente alto. Fruncí mis labios en modo de reproche cuando Rush salió primero de la caja de metal y dejó que dos de los seis guardaespaldas de Cloud lo revisaran.

—Limpio —dijo uno de ellos en su idioma, dejando pasar a Rush hasta la sala.

—Siempre lo estoy —respondió Rush en el mismo idioma, regalándole una sonrisa a Jonathan, dejándome boquiabierta y apoyándose en el ventanal gigante del rubio.

Hablaba en ruso. Maldición.

—Se me olvidaba que entiendes el idioma tan bien cómo el inglés —respondió Cloud en una sonrisa.

—Lengua materna, lo sabes —le restó importancia.

¿Lengua materna dijo? ¡Pero si a él ni siquiera se le notaba el leve acento marcado ruso! ¿De quién demonios era hijo Rush Massey? Había escasos mafiosos rusos importantes con imperios extendidos hasta Estados Unidos, el padre de Rush tendría que ser uno de ellos. De eso estaba segura cómo el infierno.

Jonathan pasó su vista de Rush a mí con cierta curiosidad cuándo el segundo de sus guardaespaldas se acercó a mí.

—Tócala dónde no debes y no encontraran tu cuerpo al día siguiente —amenazó Rush, gélidamente aun en ruso, sin tener que girarse para ver al guardaespaldas.

El hombre puso los ojos en blanco, pero esperó a que yo me decidiera salir del ascensor.

—Ella no —escuché a Jonathan decir—. Es de Rush.

El hombre se alejó de mí, dejándome pasar. Rápidamente me aproximé hacia donde estaba Rush. Éste se despegó del ventanal y tomó mi mano sin titubear. Jonathan me miró con curiosidad.

—Nunca has traído a mujerzuelas a nuestras reuniones, Massey —reprochó cambiando el idioma al inglés, frunciendo los labios en son de burla.

Sí. Seguía siendo el mismo idiota de siempre.

De reojo pude ver a Rush apretando su mandíbula.

—Ten cuidado a cómo te expresas de ella, Cloud —siseó Drake.

Por más que me agradara la actitud protectora del rubio, me preocupaba más el hecho de que me defendiera delante de Jonathan. El chico no había cambiado ni un poco. Su estúpida y atorrante actitud seguía siendo la misma que hace años y si había adquirido la maldad gélida de su papá, atacaría a Drake en donde más le dolería. Aunque, dudaba seriamente que al rubio le importara la perdida de mi vida.

Claro, no es que le hubiese importado a los Cloud jugar con eso antes. Mordiendo intencionalmente el interior de mi mejilla, dejé que los recuerdos con Jonathan me inundaran un poco.

La familia de los Cloud era una pequeña plaga que se había expandido en Moscú desde hace ya diez años. Incluso a mi padre le había costado exterminarlos a todos cuando descubrió todo lo que estaban haciendo en su contra junto a los Nostravik, quienes eran la cabeza de la mafia alemana. Ellos, por más que mi progenitor diezmaba una parte de su familia, se multiplicaban como cucarachas, haciendo que Nóvikov se enfureciera y quemara todo lo que tuviera que ver con ellos sin titubear.

Cuándo conocí a Jonathan él tenía catorce años. Llegué a conocerlo dado a que estaba infiltrada en la compañía de su padre averiguando unos temas delicados para Harrison y muy rara vez cruzamos palabras dado a que yo era tres años mayor que él y ni siquiera compartíamos el mismo espacio personal. La primera vez que lo vi me pareció educado, era reacio con la gente en general y no hablaba mucho... Estúpidamente caí en las primeras impresiones.

La segunda vez que lo vi fue al mes de que mi padre hubiese matado a su madre a sangre fría en un casino. Ese día me marcó. Fue el día dónde Jhonaster me juró la muerte, dónde lo dejé sin su movilidad de las piernas y en dónde observé por primera vez que los genes psicópatas si pueden transmitirse de padre a hijo. Fue un día realmente traumatizante.

Sacudiendo mi cabeza levemente, volteé mi vista hacía los sofás. Había estado tan concentrada en Jonathan y su mirada curiosa que no me había percatado de que Drake estaba sentado en el sofá de cuero, exactamente como ayer pero esta vez con un semblante que no mostraba diversión. No se parecía nada al rubio que había conocido el día anterior.

—¿Tú también, Anderson? —Cuestionó Jonathan, divertido—. Bueno, señorita, te has ganado el corazón de los dos mejores y duros contrabandistas del estado. Eso es inusual incluso para mí —admitió él.

Reprimí muchísimo las ganas de rodar los ojos. Muchísimo.

—¿Qué haces aquí? —Inquirió Rush, cambiando el tema.

Cloud sacudió su cabeza, suspirando.

—Quiero el envío para dentro de dos semanas y súmale doscientos kilos de la droga de Nóvikov a eso —respondió, yendo al grano.

—No —sentenció el rubio, velozmente.

—¿No? —Repitió Jonathan, sorprendido. Al parecer nunca le habían dicho que no al pequeño niño malcriado.

—Hay un trato, Jonathan. Está firmado —siguió Rush, inexpresivamente—. El envío se hará para dentro de un mes con tus ciento setenta kilos de crystal. Ni más ni menos.

Jonathan dirigió su mirada a uno de sus guardaespaldas y éste inmediatamente sacó un pequeño portafolios de su espalda y se lo entregó a Cloud.

—Verán —anunció éste, rebuscando quién sabe qué en su maletín—, Zach y yo tuvimos una pequeña conversación hace poco más de dos horas en mi oficina y esto fue lo que firmó —se acercó a Drake con unos papeles blancos en su mano y se los dio.

La cara de Drake se llenó de escepticismo, asombro y decepción cuándo hojeó los papeles que Jonathan le había tendido.

Maldita sea, Zach. ¿Qué demonios hiciste ahora?




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