Let's Play.

Veintisiete

DESASTRE

Es un jugador, un borracho, un perdido

 

Rush

—¿Cómo está? —Le pregunté a Justine lleno de ira y preocupación. El vaso medio lleno de whisky que tenía entre las manos no me había calmado en una mierda, ni los siete anteriores a ese.

—Aún sigue inconsciente —empezó a decir ella, sentándose en una de las sillas disponibles. Se notaba cansada, pero la verdad no me importaba. Eran las dos de la mañana, sí, pero primero era Arabella—. No creo que vaya a despertar pronto, por lo que veo.

Arabella llevaba inconsciente y conectada a medicamentos intravenosos desde hace seis horas. Después de que su jefe, Harrison, le diera aquella noticia, ella perdió la conciencia. Solo tuve el tiempo justo antes de que ella pudiera golpear el suelo completamente pero aun así parte de su cabeza estampó en el suelo causándole una leve fractura en el lado derecho.

Casi que arrojé el celular la pared después de colgarle rápidamente a Harrison luego de lo que me dijo, moviendo cielo y tierra para conseguir que Justine depositara su culo en mi apartamento y que ella, tan pronto pudiera, les comunicara a los demás. Necesitaba un médico y Justine era perfecta para eso, además, era de confianza. No iba a permitir que gente que yo no conociera se le acercara a Arabella. No después de lo que Harrison me había contado.

Maldije en voz alta, levantándome del sofá, bebiéndome todo el contenido de mi vaso de un solo trago. Las cosas estaban vueltas un caos y todo por el maldito club. ¿Qué demonios había hecho Nóvikov que alteró tanto las cosas? ¿Por qué tenía que joder cualquier cosa todo el maldito tiempo? Comprendía su jodida ambición por el poder. Había crecido en un lugar donde todo lo que importaba era eso, pero eso, maldita sea, no significaba que me gustara en absoluto.

—Tenemos que hablar —dijo Rise, entrando a la sala. Él se encontraba en la habitación con Arabella. Tenía la misma experiencia que Justine en lo que de medicina se trataba, sin embargo, aun así lo miré con ganas de mandarlo al séptimo hoyo del infierno—. No me importa, me vas a escuchar. Las cosas están hechas un maldito desastre y por más que necesitemos a la hija de del Boss despierta, también necesitamos hacer un plan. Montalbano está pisando nuestros talones exigiendo una puta respuesta.

—Dale a Zacharias. Esa sería una excelente respuesta por mi parte —gruñí en su dirección, yendo al bar que tenía cerca. Volví a llenar mi vaso.

—Por más que me agrade la idea, lo que Montalbano quiere ahora es el jodido club —replicó mi hermano.

—No podemos —cerré la conversación.

—Él no va aceptar un no por respuesta, Rush —suspiró Justine.

—Y aún algunos papeles del club no se le han enviado a la Bratva —siguió Rise.

—¡DIJE NO! —Vociferé, lanzando el trago, haciendo que el vaso de cristal se estrellara cerca de Rise y se hiciera añicos en el piso.

Ambos me miraron y asintieron sin reprochar. Sabían cuando debían llevarme la contraria y cuando no. Hoy era uno de los días en que no debían hacerlo. Salí de la sala. No quería escuchar más mierda de ninguno de los dos. Bien sabía que Montalbano no iba a aceptar un no por respuesta, pero me importaba una jodida mierda.

Busqué la habitación en donde había estado las últimas cinco horas y me senté en el sillón que tenía mi nombre ya marcado. En la habitación se encontraba Kendall, profundamente dormida en otra silla y Drake, quien estaba pendiente de cada respiración que soltaba la mujer por la que movería cielo y quemaría la tierra, apoyado en la pared de al fondo.

—Sigue igual —murmuró Drake sin despegar la vista de ella.

Pasé una mano por mi cara, frustrado.

—Justine me acaba de decir lo mismo —respondí—. Tampoco sabe si despertará dentro de poco o dentro de unos días.

—No tenemos días, Rush —indicó él, descontento—. Las cosas están hechas una mierda y tenemos que arreglar cosas con Montalbano aún.

—Drake, si vas a comenzar a despotricar mierda que ya sé, vete al infierno —dije, irritado—. Justo ahora, Montalbano, Nóvikov y todos las mafias que existan pueden quemarse mutuamente si les da la gana —miré a Arabella—. Tengo una única cosa importante frente a mis ojos y no pienso salir de la maldita habitación hasta que ella decida volver a estar consiente.

Lo decía condenadamente en serio. Si dependía de mí, las mafias se podían pudrir en el infierno. No iba a despegarme de aquí. No hasta saber que ella estaba bien. Pude divisar una sonrisa en la cara de Drake y lo que hice fue rodar los ojos. No me importaba si se había dado cuenta o no de que había caído por Arabella.

—¿Ya no piensas ni siquiera compartir los tiempos de cuidado? —Bromeó él sin despegar la vista de mi novia.

—Es mía —fue lo único capaz que pude decir sin gruñirle.

Alzó las manos en son de paz.

—Entendido, Rush —rió.

Hijo de perra, pensé.

—¿Dónde está tu hermano suicida? —Cuestioné para cambiar el tema. Él fue el único que no se apareció en mi casa con cara de frustración cuando Justine llamó.

—Con Jessamine —contestó—. Esa chica va a sacarnos de quicio —murmuró—. Tiene un millón de clases extracurriculares y quiere que la llevemos a todos lados todo el maldito tiempo.

Elevé la comisura de mi boca a una sonrisa inconscientemente. Había conocido a las hermanas Anderson hace bastante tiempo atrás. Cada una tenía una peculiaridad diferente, y, aunque todas me miraban con ojos de cógeme, gracias a Dios que las ignoré... A casi todas.

—¿Cómo está Kira? —Le sonreí burlón.

—A kilómetros de ti —replicó Drake, sin una pizca de diversión—, como debería estar.

—Oh, vamos Anderson. Sólo fue una vez.

—¿Te importaría que me metiera entre las piernas de Bells sólo una vez? —Inquirió maliciosamente.




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