Let's Play.

Treinta y nueve

CREENCIAS

Me preparo bien. Sé lo que puedo hacer antes de jugar. Estoy siempre seguro.

 

Rush

Desde que había dejado a Arabella en la oficina de Rise, Harrison me ocupó toda la parte de la mañana con reuniones después de la reunión que tuve con Kendall y con Rise sobre Kaela. 

El asunto con la mafia israelita fue rápido, quedando con ciertos puntos en veremos. A decir verdad, me sorprendió y calmó al mismo tiempo que Kendall se encargara de todo, dándome sus puntos de vista y con qué sería que tendríamos ciertas dificultades cuando aterrizáramos en Jerusalén. La chica me dejó impresionado y no esperó una orden afirmativa salir de mi boca para ella afirmar que iba encargarse de todo lo que pedí y, como por si no fuera poco, de la misión. 

Riden y yo no tuvimos problemas en aceptar su decreto. Kendall conocía bien cómo eran los hombres de Kaela y todo el asunto relacionado con la mafia israelita, así que ambos quedamos satisfechos al verla sonreír y salir de la oficina con un aire serio y complacido. 

—Confiaría mi vida en sus manos —habló Riden una vez Kendall se fue. 

Lo miré con una sonrisa.

—Yo igual.

Mi hermano no esperó otra palabra de mí y también pasó por la puerta, dejándome solo hasta que llegó Harrison. Él estuvo conmigo cuando me reuní con la mafia turca, cuando intenté reunirme con el comité alemán y cuando la mafia palestina me informó que Alexey había intentado de reclutarlos para darle un golpe sorpresa a la Bratva.

—Maldita sea —mascullé entre dientes cuando Lance cortó la videollamada.

Lance era uno de los portavoces de la mafia palestina y era quien me había precavido con el golpe de Alexey para la Bratva. Sabía que las cosas entre Alexey y el Boss se estaban yendo de las manos, pero, ¿a qué nivel? No lo sabía hasta ahora. Alexey siempre, contra el Boss, siempre había dado golpes indirectos, ¿pero ahora enlistar seriamente a ciertos jefes de distintas mafias para acabar con Nóvikov de manera directa? Mierda.

En mi cabeza agradecí cuando la mafia palestina se negó en participar con Alexey, sin embargo, me preocupé por como él lo iba a tomar. Alexey tan sólo no era un hombre que aceptaba un no por respuesta y menos cuando el Boss estaba quitándole sus puntos en un abrir y cerrar de ojos.

—Lo que Alexey está planeando se veía venir desde hace mucho, pero lo que me preocupa es que La Kaya y el comité alemán no te hayan dado una respuesta concreta —Habló Harrison al otro extremo del escritorio con su usual semblante impasible.

—Lo que La Kaya está pidiendo es demasiado —refuté molesto, reclinándome hacia atrás.

—Estás en guerra con tu padre, Rush, ¿entiendes lo que eso significa? Para ti puede parecerte demasiado, pero para ellos es más que justo.

—Guerra o no guerra es imposible conseguir lo que ellos quieren —repliqué casi que a gruñidos.

La Kaya quería pasar su producto por los túneles canadienses para poder llegar a Alemania y expandir sus negocios ahí, por ende, ellos querían que los ayudara a contactar con los Nostravik y que yo fuera su representante dado a que el jefe de la mafia turca y el jefe de la mafia alemana no estaban en los mejores términos.

—Es lo que quieren —se encogió de hombros con indiferencia—. Tú deber es dárselo o conseguir otro trato mejor.

Lo fulminé con la mirada.

—No puedo hacer que Sigmund acepte el trato de la mafia turca. Me mandará a la mierda si siquiera llego a nombrar a Asaf en la reunión. Esos dos no se llevaran bien ni porque los deje encerrados en un cuarto ocho días, Harrison —dije como si eso ya no fuese obvio. Él también sabía qué tan mal Asaf y Sigmund se llevaban—. Además, Asaf ya puso en la mesa lo que quería, no va a cambiar de opinión por más que le ofrezca otra cosa.

—Pero puedes ofrecerle parte del producto de la mafia palestina a Sigmund como premio si llega a aceptar la oferta de la mafia turca, chico —indicó él.

Chasqueé la lengua.

—¿Desde cuándo a la cabeza de la mafia alemana le interesa un producto tan básico como el de la mafia palestina? —Cuestioné reacio—. Eso no va a funcionar.

—Desde que, jugando con su droga y la droga de la mafia palestina, pueden poner a dormir a las mujeres más de la cuenta cuando hacen su trata de personas —me respondió serio. Alcé una ceja en su dirección—. ¿Qué? ¿Tampoco permites que trafiquen personas? Espabílate, Rush. Estás en guerra. Tus moralidades te las puedes meter por el culo hasta que ocupes el título de capo di tutti capi. Cuando tengas el título, haz lo que se te dé la gana.

—Ocupando o no ocupando el título, la trata de personas es algo que no pienso permitir, Harrison —esa era una línea que nunca iba a cruzar.

Harrison resopló ruidosamente, mostrando su desacuerdo.

—Es excelente que tengas tus líneas claras, pero no nos sirven en este momento. El título que buscas ocupar va a requerir más de lo que vas a dar y si no estás listo para eso, despídete de todo. ¿Para qué empezaste una guerra, entonces? ¿Para rendirte a tus moralidades a mitad de camino? Las Sombras no juegan, lo sabes. Si sigues queriendo elegir caminos que no existen te comerán vivo.

Apoyé los codos en la mesa, sintiendo el peso de la frustración aplastar mi mente. Sabía que Harrison tenía lógica en su argumento, podía comprender su perspectiva, pero eso no significaba que compartiera sus creencias con tanta determinación. Él veía el mundo en blanco y negro, todo o nada, mientras que yo sabía que había una sutileza en el color gris en la que me encontraba atrapado.

El jefe de mi novia había demostrado su rigidez y falta de flexibilidad a lo largo del día, una y otra vez. Para él, las decisiones eran claras y simples, sin espacio para la ambigüedad. Pero yo sabía que la vida no era tan sencilla, que había matices y dilemas en cada paso que dábamos.




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