FRATERNIDAD HUMORÍSTICA
En última instancia, todo se decide por los puntos
Arabella
Verlo partir en un maldito jet Challenger 601 azul oscuro no era algo que me esperaba, pero a este punto, él tenía razón. Había negocios que no se podían hacer detrás de una pantalla y, para mi desgracia, esos negocios tenían que ver con la mafia alemana y la mafia turca. Harrison me había dejado claro que tenían que ir porque era un tema delicado y era posible que duraran un par de días convenciendo a Sigmund de trabajar con Asaf, o en todo caso… Contribuir únicamente por veinticuatro horas.
Crucé los dedos. De verdad necesitábamos todo el apoyo que pudiéramos encontrar, y contar con La Kaya era algo que en efecto precisábamos. Ellos disponían de ciertas rutas subterráneas de escape que necesitaríamos si las cosas se colocaran peor de lo que ya estaban, además, ellos contaban también con apoyo extra de la elite del gobierno turco para disponer de alojamiento clandestino, aunque lo último lo mantuvieran en secreto para la mayoría.
—¿Qué tal la práctica de judo? —Cuestionó Levine cuando me encontró en el comedor, luego de haber despedido a Rush y a mi jefe.
—Tres de cuatro —le dije mientras se sentaba al frente de mí—. El último que quedó fue Erdem.
—Que ya no quiere saber nada de ti desde que tu pequeño ’Ndrangheta hizo una escena de celos —bufó cruzándose de brazos.
Su comentario me hizo molestar y resoplar al mismo tiempo. ¿Qué le hacía creer a él que podía controlar al espécimen las veinticuatro horas del día?
—Tengo tu pequeño culo atado a mi meñique, Levine. Puedo mandarte a Moscú cuando me dé la gana, así que no me tientes.
—Por supuesto que te dejó a cargo —masculló entre dientes.
Encogiéndome de hombros, estiré las piernas y dejé caer la espalda en el respaldo de la silla. Harrison no me había dejado a nadie a cargo, pero Levine estaba tocando fibras que no tenía por qué tocar, así que… Tenía que aprovecharlo.
Di gracias a lo sagrado cuando vi a Kendal entrar al comedor seguida de unos cuantos de sus soldatos. Alcé la mano para llamar su atención. Ella me sonrió y, despidiéndose de su sequito, caminó hacia mí, negando con la cabeza cuando divisó a Levine.
—¿No te cansas de molestar? —Le preguntó ella a mi entrenador cuando se sentó a mi lado.
—No —tajó, mirando a todos lados menos a mi mejor amiga.
—Definitivamente te gusta tentar tu suerte, amigo —rió ella.
—¿Cómo vas con el viaje de Kaela, Kends? —No por nada la había llamado.
Eso bastó para tener la atención de Levine en Kendall quien me miró y frunció el ceño.
—Riden está sacando información del lugar, y yo lo estuve ayudando a reconocer alguno de los hombres de Kaela —informó despacio—. Está todo listo para llegar a Jerusalén, pero aun quedan los rastreadores que Rush mandó a hacer, aunque para mañana estarán más que listos.
—¿Rastreadores? —No tenía idea de que hubiesen rastreadores en ese operativo.
—No llevamos refuerzos y a él no le gusta ir indefenso —ella hizo un gesto con su mano para restarle importancia a lo que acababa de decir—. Lo que va a tardar un poco es la vestimenta con la que vamos a ir, pero estoy trabajando en eso para tenerlos listos el domingo y que se los prueben el mismo día.
—Todo bajo control entonces —dijo Levine, levantándose de su asiento—. Eso era todo lo que necesitaba oír.
¿Oír? ¿Qué…?
—¿A dónde vas? —Grité cuando él estuvo a mitad de camino hacia la salida.
—¡A encontrarte gente que sí pueda contigo! —Gritó en respuesta sin darme una segunda mirada.
Mi cabeza golpeó la mesa.
—Él va a matarme un día de estos —gemí.
Las manos de Kendall estuvieron en mi cuero cabelludo y jaló con suavidad hacia arriba para encararme.
—¿Qué es lo que te dijo? —Preguntó con su semblante serio.
—Que estoy distraída —respondí, irguiéndome de nuevo.
No iba a preguntarle cómo sabía. Kendall y yo habíamos pasado ese punto hace años. Ella me conocía lo suficiente y viceversa. No había necesidad de preguntarle ese tipo de cosas ya que sería una pérdida de tiempo. Estaba más que consiente de ello.
Ella chasqueó la lengua e hizo un mohín.
—¿Por qué todos tienen que pensar que eres una bestia sin sentimientos? —Gruñó exasperada—. No lo eres. Tienes más que permitido distraerte y sentir. Tienes permitido experimentar otras sensaciones que no sean la satisfacción de un asesinato o la presión de alistarte para otra misión —mi amiga me tomó las manos entre las suyas y apretó levemente—. ¡Eres humana, Bells! Y mierda, como me alegro de que todos los Massey entraran en tu vida y encendieran esa parte de tu cuerpo que se llama corazón. Pensé que nunca volvería a verlo.
Fijando mi mirada en la cara contraída por la rabia de mi amiga, suspiré y me dejé llevar al pasado.
Kendall y yo habíamos pasado por situaciones oscuras juntas. Ella fue una de las pocas personas con las que alguna vez me sentí cómoda, que logró penetrar esa armadura de frialdad que me había tratado de construir desde que habitaba en las calles. Para ella, fui el punto de apoyo que necesitaba para escapar del mundo sombrío en el que habíamos caído.
Nuestra amistad floreció, a pesar de mis reservas iniciales ante su personalidad extrovertida y habladora. Encajábamos en un nivel que era casi molesto, pero a la vez perfecto. El jefe nos asignaba tareas juntas: compartíamos habitaciones, entrenamientos y comidas. Era molesto y, aunque en un principio agradecí que Kendall no compartiera mi entusiasmo por lo que Harrison estaba intentando hacer, cuando él nos separó y cambió nuestros horarios para no coincidir, algo me faltó. Era como si un agradable ruido insomne hubiera desaparecido repentinamente.
Editado: 09.10.2024