Let's Play.

Cuarenta y cuatro

COMPLICACIONES

Si tu signo es jugar, entonces juégalo todo

 

Rush

—¡Es suficiente! —Bramé, estampando la cabeza de Asaf en la mesa. Antes de que pudiera parpadear tenía a doce hombres apuntando en mi cabeza y otros veinticuatro apuntándoles de vuelta—. ¡O ambos cooperan o no me importa cargármelos con tal de salir de ustedes, maldita sea!

—No pienso hacer ni mierda —escupió Asaf con dificultad—. Yo puse lo que necesitaba pero él…

—¡Me importa una jodida mierda quién hizo qué! —Rugí, plasmando más su cara contra el vidrio de la mesa—. He gastado dos días en una maldita disputa de hombres que parecen niños. Quiero…

—Lo que tú quieres me importa una… —la voz de Sigmund cayó cuando Harrison le soltó un disparo en su brazo izquierdo—. ¡Maldito malnacido! —Gritó él, haciendo que cinco de sus hombres apuntaran al jefe de mi novia, mientras que Sigmund se cubría la herida de bala.

—Van a empezar a cooperar o les juro que les planto un disparo a cada uno en la cabeza así me les una más adelante —les siseé a ambos.

Estaba harto. Llevaba ya dos días fuera de Miami y más de ocho horas en una maldita reunión entre La Kaya y la Nostravik para una absoluta basura que, para mi sorpresa, no había empezado Asaf sino Sigmund porque había percibido que los hombres de Asaf le estaban montando una trampa.

Sabía que Sigmund imaginaba cosas, pero ahora me daba cuenta que era un maldito demente con serios problemas de percepción. Asaf lo único que quería era protección y por eso vino con doce de sus mejores hombres. No le veía lo ilógico. Sigmund también lo hacía cuando necesitaba reuniones con Alexey, pero ahora se estaba pasando de la línea que dibujaba mi cordura, paciencia y humor.

La sala, por la pelea de la ultima hora estaba más que destrozada. Vidrios en el suelo, sillas volteadas, hombres armados y una que otra prostituta desangrándose en el piso.

¿En qué puto momento habíamos llegado a esto?

—Vete a la mierda, Rush —bramó Asaf, intentando zafarse de mi agarre.

—¡Ocho horas! —Rugió una voz femenina que no me alegraba que estuviera aquí en estos momentos. Saqué mi vista del cuello de Asaf y la clavé en Hannelore, quien estaba bajando los dos escalones de la entrada con un semblante algo amenazante—. ¡Ocho largas y malditas horas se tomaron para dejar el salón vuelto mierda, matar a cinco mujeres y no llegar a un jodido acuerdo!

—Schaff sie hier raus! —Impugnó Sigmund a uno de sus hombres.

«¡Sácala de aquí!».

El hombre empezó a caminar hacia ella, pero Hannelore desenfundó un arma detrás de su espalda y le disparó al guardia en toda la cabeza.

—¡Es más que suficiente! —Tronó ella, logrando que su padre la mirara como si acabara de perder la cordura. Hannelore lo ignoró y clavó su mirada en mí—. Rush, suéltalo —me ordenó. Con renuencia accedí, dejando libre al fin el cuello de Asaf. Él se levantó molesto, pero dirigió su atención a la hija de Sigmund—. El trato se acepta.

En la sala se produjo un silencio palpable. No se sabía si fue el tono de voz con lo que lo dijo, si fue la mirada mortal que tenía grabada en su rostro o si solo era que ya estaba harta de todo, pero Hannelore logró lo que en ocho horas Harrison y yo estuvimos intentando hacer con tan solo cuatro palabras.

—¡Tú no puedes pasar por encima de mí! Iban a matarnos y… —Sigmund calló de nuevo por unos segundos hasta que su grito inundó el salón. Hannelore le había disparado en su hombro—. ¡No puedes! —Gimió él abrumado en dolor.

—Soy tu maldita heredera, hijo de puta. Si se ve que no estás en condiciones de elegir, me toca a mí, y por cómo vas, ya me tocaba —vociferó ella—. Asaf, el trato se acepta, ¿sigues con tu propuesta o ya no te sirve?

Las miradas se centraron en el líder de la mafia turca. Ahora la decisión dependía de él, sin embargo, si él se negaba, iba a degollar y meter su cabeza en lugares donde el sol no tocaba pero yo sí, así que lo mejor para él era aceptar lo que estuvo pidiendo las últimas malditas ocho horas o no me haría responsable de mis actos.

—Con una condición —la voz ronca de Asaf me hirvió la sangre, no obstante, Hannelore encarnó una de sus cejas, en una pregunta silenciosa—. De ahora en adelante los tratos que competen con el jodido bastardo que tienes como padre los haré contigo.

Eso, a este punto, no me lo veía venir. Ni yo ni todas las personas que estaban en la sala.

—Hecho —aceptó ella con una sonrisa saliendo de sus labios—. Ahora lárgate de aquí y llévate a tus hombres contigo. Te daré los detalles mañana.

Y sin más, la mafia turca salió por donde había entrado, no sin antes presenciar como Asaf y Hannelore se daban las manos, cerrando el trato. Momentos más tarde, la sala tan solo contaba con la presencia de la mafia alemana, la de Harrison y la mía.

—No sabes lo que acabas de aceptar. Van a matarnos cuando tengan la oportunidad. Eres una cría. Te falta mucho por aprender y más por… —Parpadeé. Eso fue lo que pasó. Por eso me perdí cómo la bala pasaba, entrando y saliendo limpiamente por la cabeza de Sigmund, y por eso me perdí como su cuerpo sin vida caía al piso, desangrándose en el proceso, manchando toda la alfombra blanca que adornaba el suelo.

—Lo mejor de mi día —masculló Harrison, caminando hacia el cuerpo del ex líder de la mafia alemana para hurgar por su saco, sacar un tabaco cubano junto al mechero elegante que tenía y encenderlo cuando se separó del él—. Lo mejor de mi puto día —repitió, dándole una calada al tabaco.

Mi mirada viajó de Harrison a Sigmund y de él a su hija y ahora líder de toda la mafia alemana. La ancha sonrisa que decoraba el rostro de Hannelore no era lo que me esperaba ver. Me esperaba ver ese rostro bañado en horror por la sangre, en preocupación, en culpabilidad... Joder, me esperaba cualquier otra emoción que no fuese alivio y liberación.




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