Let's Play.

Cuarenta y seis

¿QUÉ VIENE DESPUÉS DE LA TORMENTA? 

Las personas no deben jugar con armas cuya peligrosidad no entiendan

Rush

—Rush —me llamó Riden al otro lado de la puerta. 

—¡Dije que no quiero a nadie! —Gruñí lanzando lo primero que estaba a mi alce hacia la pared.

La botella se hizo añicos en la puerta, derramando el poco líquido ambarino que le quedaba por todos lados. Ella me volvía loco. Era una irresponsable, una imprudente y... ¡Me iba a matar porque también me excitaba en cantidades industriales! El que me gritara, me enfrentara y me intentara sacar de mi propia casa fue todo lo que necesitó para hacerme pensar con la otra cabeza, imaginándola postrada en la cama que tenía justo al frente, con su cabeza enterrada en una almohada, sus manos y pies atadas, dándome la vista justa de su coño y su culo.

¡Culo que iba a dejar en las tonalidades más oscuras del color rojo porque iba a matarme! Agradecí que Rise mantuviera la boca cerrada de lo que ocurrió en el operativo puesto que si me contaba eso cuando había llegado, iba a dejarlo peor que como estaba.

¡Esa jodida mujer iba a volverme loco y yo muy feliz la iba a dejar porque sin ella no podía vivir! ¡Y los años que me quedaban eran escasos si ella seguía lanzándose a la primera cosa que viera, en vez de quedarse atrás, analizar la situación y después actuar!

La puerta se abrió justo en el momento en que me pellizcaba el puente nariz, tratando de apaciguar el arrebato de exasperación al que Arabella logró empujarme.

—Ese era caro —señaló Riden apoyado en el marco de la puerta, apuntando a los cristales de lo que era botella de whisky de un Macallan del setenta y siete.

Chasqueé la lengua.

—Cinco más puedo comprarme si me da la maldita gana —repliqué irritado—. ¿Qué quieres?

—Resolver asuntos maritales que no me conciernen —suspiró él torciendo el gesto.

—Riden, por el amor a Cristo...

—Dos cosas —alzó las manos con ademán despreocupado—. No tiene la culpa completa. Arabella nos convenció a los dos y aunque la hubiésemos querido detener, nos hubiese dejado comiendo tierra mientras salía corriendo. Era ponerse de su lado y ayudarla o que se suicidara en el camino. Elegimos la primera.

No pude discutir contra eso porque sabía que tenían razón. Con una mujer tan jodidamente dependiente como Arabella, era mejor fluir con ella que ir en su contra, pero no en un jodido edificio que ella sabía que estaba hasta el maldito tope de Cani Da Caccia, joder.

—No quita que se haya expuesto de tal manera —dije, caminando hacia el mueble empotrado que tenía a un lado para agarrar otra botella de whisky, abrirla y empinarme el líquido ambarino en un trago. El ardor en la garganta me calmó lo suficiente para girar la cabeza hacia mi hermano—. Tampoco me excusa por hablarte de tal manera.

Al instante Riden puso los ojos en blanco.

—Es entendible.

—No lo es —tajé, empinándome otro trago—. Nada de lo que te solté rasga la superficie de lo cierto y no tuve ni tengo el derecho para gritarte así.

—Rush —resopló él, pero no me engañaba. A Riden lo conocía lo suficiente para saber que mis palabras hicieron el trabajo que no tenían que haber hecho, calando en su cabeza, y aunque él no lo quisiera admitir, su cuerpo hablaba por él—. Fue el calor del momento, no más que eso.

—La próxima vez que siquiera te levante la voz, tienes el derecho de dejarme en el piso —le dejé en claro—. Nadie tiene el derecho de hacerte o decirte una mierda si tú no se lo...

—Permites —terminó por mí con la sombra de una sonrisa en su rostro—. Lo sé. Aun así creo que el alcohol te va a tumbar primero que yo si sigues tomando.

—No empieces —le gruñí, pegando el pico en la botella, dejando que el líquido se deslizara por mi garganta otra vez.

—Ve a hablar con ella antes de que te termines tomando cada botella que existe en la casa y yo tenga que arrastrar tu culo ebrio hasta la cama, Rush —replicó él cruzándose de brazos—. Parece que estuvieras en tus veinte otra vez.

Resoplé. ¿Qué iba a saber él de cómo era yo cuando tenía veinte? ¿Cuántos tenía él en ese entonces? ¿Doce? En ese momento quien se encargaba de darme charlas de mierda eran Hannelore y Rise. No él.

—Tenías doce años en ese entonces, Riden. Deja de joder.

—Y más neuronas que tú —rebatió, dándome la espalda para irse por donde había venido—. ¡Deja de beber o voy a traerte a Rise y no vas a poder hacer una mierda al respecto, Rush! —Gritó mientras se alejaba.

—Vete a la mierda —le grité en respuesta.

♦ ♦ ♦

Tuvieron que pasar varias horas y siete botellas vacías de whisky para salir de mi cuarto, bajar las escaleras, pasar por la sala y entrar de nuevo a la habitación de la mujer que se encargaba de sacarme de mis casillas. No estaba sola, pero tampoco se encontraba dormida. Roelle estaba con ella, haciendo su revisión matutina.

La madrugada había pasado rápido y ya los primeros rayos del sol estaban entrando por las ventanas abiertas de la habitación. Me dejé caer en el sillón que Arabella tenía a su lado y aunque ella ni se molestó en mirarme, Roelle fue la que tuvo que esconder una sonrisa con su tabla de portapapeles.

—¿Cómo está? —Le pregunté a ella.

—Estable —Roelle carraspeó y siguió escribiendo—. Por otro lado, no puede salir de aquí bajo ninguna condición.

Apreté los labios para no soltar una carcajada cuando mi novia volteó a verla como si quisiera cortarle la cabeza. Me rasqué la ceja con mi pulgar y suspiré. Ya sabía lo que venía y puede que me encontrara en el camino de decirle a Roelle que se preparara para eso.

—¿Qué? —Su voz ahora sonaba peor que ayer, pero aun así tenía la irritación marcada.

—No puedes...




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