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Cincuenta y uno

JERUSALÉN I

Él era todo lo que yo apostaba por encontrar, pero... ¿qué era lo que yo no apostaba por encontrar?

 

Kendall

No podía. Lo intenté. Y fueron varias veces. Pero decirle a él que no era mentirme a mí misma porque... ¿Por qué diablos no? ¿Por qué rayos no solo iba contra la corriente por una vez en mi vida y aceptaba estar con él? ¿Por qué me costaba tanto? Él era...

—Un mujeriego que le encanta saltar de mujer en mujer —me recordé en un murmullo, rodando sobre el amplio colchón quedando bocarriba—. Y por eso es un jodido no.

Entonces, si era un jodido no, ¿por qué siquiera pensar en él? ¿Por qué siquiera dejar que esas horribles mariposas se apoderan de mi estómago cada vez que lo sentía detrás de mí, esperando que me volteara para poder acallar cualquier pensamiento o estrés que tenía del día?

¿Por qué me molestaba en recordar el cómo fui una completa perra y lo dejé ahí después de escuchar esas palabras que solo Arabella me decía?

—Te amo —volvió a susurrar contra mi pelo y yo salí de su pecho para contemplarlo, dándole mi mejor mirada incrédula y burlona—. ¿Impresionada, verdad?

—Se lo dices a todas —resoplé con burla, tratando de salir de mi estupor y escepticismo—. Te apuesto que hasta se lo dijiste a Anastasia ayer.

No esperé a que me respondiera. Necesitaba salir de aquí. Ya. 

Me incorporé por completo, levantándome de la cama para buscar mis cosas y vestirme. Gracias a Dios todo estaba cerca y ésta vez no me había dado el gusto de perder una sola cosa.

—No es así —él, con su cuerpo completamente desnudo, tomó mi muñeca cuando intentaba meter una de mis piernas en mi pantalón—. ¿Qué fue lo primero que te dije cuando te lanzaste sobre mi toda mojada, frustrada y necesitada, Kendall? —Sus ojos reflejaban ese algo que yo no podía...

—"No" —respondí volviendo a mi tarea una vez que me solté de su agarre, sin desviar mis ojos al sur de su...—. No fue uno de mis momentos favoritos, pero fue entendible —dije terminando de colocarme el pantalón.

Escuché su resoplido, pero antes siquiera poder colocarme la sudadera, él ya estaba enfrente de mí otra vez con ganas de querer desnudarme de nuevo. Y no me negaba a eso. Si no hubiese matado el ambiente con palabras que él le decía a toda la población femenina de Miami y, por supuesto que sí, mundial.

—¿Qué fue lo que te dije? —Atrapó mi mentón entre sus dedos y lo mantuvo fijo ahí. Enarqué una ceja—. No fue un "no". Fue un "solo por esta vez".

—¿Cuál es la diferencia? —Resoplé—. Es la misma mierda.

Su mano libre bajó por mi cuello, pasó por mis tetas, pellizcó un pezón y terminó en mi cintura. Traté de no perderme en esas caricias pero esas gemas de jade que tenía como ojos me desconcentraban en cantidades industriales y se me hacía algo difícil salir del lugar... O pensar.

—La diferencia...—su nariz acarició mi cuello despacio y como mi cabeza nunca coincidía con mi vagina cuando de él se trataba, se dejó caer hacia atrás para darle más acceso. La vibración de su risa en mi garganta me hizo soltar un gemido ronco y bajo—, la diferencia es que llevamos semanas en lo mismo. Entras, sales, voy, vas, me dejas plantado, te busco, me mandas a la mierda y vuelvo a ir tras de ti —lamió ese maldito punto que me volvía loca detrás de mi oreja y volví a gemir—. Te encantan las cosas complicadas, ¿sí lo sabes?

Mientras que su lengua hacia magia en mi cuello, sus manos se encargaron de hacer sentir a mis tetas como si fueran las más especiales del maldito mundo y casi caigo. Casi me rindo, pero él en definitiva sabía cómo matar un buen momento.

—Pero eso solo me hace amarte más —musitó roncamente en mi oído.

Choqué contra una pared de concreto una vez más.

¿Por qué repetirlo, joder? ¿Por qué era tan difícil conseguir sexo casual sin todas estas mierdas estúpidas?

Emití un quejido en voz alta y me separé de él, terminando de encontrar mi sudadera, deslizándola por mi cabeza en un rápido movimiento. Tomé mis zapatos entre mis manos sin molestarme en colocármelos y, sin dedicarle una segunda mirada, lo dejé ahí.

Sacudí mi cabeza, alejando esos recuerdos; ese recuerdo en particular. Y gruñí, clavando mi mirada en el techo blanco y medio alumbrado por los primeros rayos del sol mañanero que se reflejaban en el ventanal gigante de la habitación.

Me hice un ovillo en la cama e intenté cerrar los ojos una vez más, aunque fuese por cinco minutos, pero no conseguí nada. Lo único que conseguí fue que mi pecho se hinchara en una asquerosa y patética lastima por mí misma y que mis pensamientos, al cerrar los ojos, fueran directo a parar en ese par de gemas de jade.

Jodidos y malditos todos y cada uno de los hijos 'Ndrangheta. No Montalbano, no Massey. Esos malditos genes que odiaba se debían a la 'Ndrangheta y los estaba empezando a odiar más de la cuenta con todas mis fuerzas. Más cuando los hijos de perra se jactaban de tener razón en todo... Y al final terminaban teniéndola.

Y por como si eso no fuera poco, Rise tenía razón. Me encantaba complicarme a mí y a las mierdas más de lo que ya estaban. Sin embargo, no lo hacía porque mi hobby fuese enredar todo hasta hacerlo un desastre. No. El meollo de la cuestión se enredaba cuando mis sentimientos se hacían presentes y tenían la tendencia a complicarme la vida.

Y yo no quería mierdas complicadas de amor y cuentos de hadas. Quería noches casuales en donde terminara ebria, bien follada y sentada en el sofá de mi casa, deleitándome con un pote de helado de fresa, una copa de vino frente a la TV encendida con un maratón de Cake Boss o Keeping Up with the Kardashians si las cosas terminaban bien.




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