CHICAGO
La suerte y el juego siempre parecen estar en contra de la persona que depende de ella
Arabella
Salir de la baticueva era algo que me encantaba. Poder ver el sol real, sentir sus rayos y dejar que me penetrara la piel era algo fantástico. Pero siempre había un precio que pagar con eso y aunque me gustaran también las alturas, ese precio me estaba empezando a hartar. No me quejaría si pagar el precio significaba tener que tomar vuelos cortos, pero la mayoría eran vuelos largos de más de cuatro horas. Como en el que estaba hoy, por ejemplo.
Y es que a pesar de estar rodeada de gente que cuando hablan me hacían pensar menos en todas las horas gastadas de mi vida en un bendito jet, cuando todos decidían por telepatía quedar en un silencio "agradable", mi humor decaía tan rápido como había subido y odiaba cada segundo del vuelo.
Por eso tenía la costumbre de llevarme algo para entretenerme, como por ejemplo, el teléfono que tendía a usar cada que salía para mensajear cosas para nada decentes con el espécimen que tenía como... Bueno, como mío. Sin embargo, ésta vez en particular tenía al espécimen sentado al lado con su atención dedicada al operativo de hoy, junto a las otras cinco personas que prestaban la debida atención a lo que él venía hablando desde que se decidió que el operativo iba a hacerse el día siguiente, luego de dar la confirmación el mismo día que lo pensó. Es decir, ayer en la tarde.
Pero retomando, si bien no me funcionaba distraerme con el espécimen por mensajes por cualquier razón en ese momento, siempre me quedaba Kendall, o Mila, o Drake, o fastidiar a Riden, o a Rise. Pero entonces, ver a cada uno de los susodichos sentados y algunos levantados con su atención fija en lo que fuese que Rush estaba señalando me cambiaba los planes por completo, estresándome más de la cuenta.
Sabía que tenía que enfocarme en lo que el espécimen estaba diciendo, pero yo ya había repasado el plan con él en la noche unas cuatro veces hasta que mi cerebro decidió morir cuando, con cada cosa que él explicaba, sus labios terminaban en mi cuello, chupándolo con fuerza para luego alejarse y seguir explicándome todo como si nada hubiese pasado.
Sí, mi cerebro no lo soportó una quinta vez y las cosas terminaron con gemidos saliendo de mi boca en posiciones que no me molestaría intentar de nuevo. Sobre todo en el baño. Joder con las posiciones sexuales el baño. Se habían vuelto mis favoritas desde que decidimos inaugurar el lugar donde ambos dormíamos porque sí, el espécimen no aceptaba no dormir conmigo desde que siquiera dejamos Roma, excusándose con eso de "es que dormir a tu lado me sienta bien".
¿Y quién era yo para negarme cuando soltó eso y sus malditos ojos grises brillaron, mirándome con ternura y la gota justa de esa picardía en esa sonrisa que me volvía loca? Nadie. Y eso que lo dijo solo una vez.
Estaba jodida.
Pero bien, lo aceptaba. Es decir, ¿cómo no? El cómo empezó nuestra relación no fue normal, entonces, a éste punto, ¿con qué diablos tendría que sorprenderme? ¿A qué le tenía que decir que no cuándo del espécimen se trataba? Si de por si a casi nada me le negaba, en los últimos meses no había nada que él no me pidiera y terminara aceptando, tratando de hacerlo mucho mejor de cómo me lo pidió porque así como yo estaba sumergida en un estrés desgastante desde lo de Jerusalén, él lo estaba el triple, lidiando con todo a la vez.
Señor bendito, eso del amor y estar enamorada es demasiado para mí.
Pero lo aceptaba. Y, negaría esto si alguna vez me lo preguntaran, me gustaba. Me gustaba hacerlo feliz. Y sí, también me gustaba hacer feliz a Kendall, o hacer sentir orgulloso a Harrison. No obstante, con Rush... Hacerlo feliz tenía otra connotación diferente para mí. No solo buscaba hacerlo sonreír con mis chistes malos, o bajarle el estrés con mi imaginación y su verga en mi boca.
No.
O sea, sí, pero no.
No sabía el porqué de la necesidad, pero me entró el anhelo de querer hacer que conmigo se sintiera feliz. En paz. Me entró la necesidad de hacerle ver las cosas de manera diferente a las que estaba acostumbrado y hacerle entender que estaba rodeado de gente leal, que quería verlo bien y que lo amaba. Porque yo lo amaba, y aunque las cosas me habían costado un ovario y medio, me sentí feliz cuando sus hermanos empezaron a notar de manera gradual esos pequeños cambios.
Fue poco a poco, pero de repente ahora no podía de dejar pasar tiempo de calidad cada que podía con Mila, entrenar todas las tardes con Riden y joder todas las mañanas con Rise sin al final decirle que lo quería tan lejos como el "maldito planeta de Plutón" porque tenía cosas más importantes que hacer, y aunque ninguno de ellos se llegó a quejar nunca sobre el comportamiento del espécimen porque así había sido toda su vida, yo sabía que tenía que cambiar algo.
No buscaba que alguno de ellos me lo agradeciera porque de verdad no lo necesitaba ni lo hacía con intenciones de ganarme puntos que sabía que tenía más que ganados, pero el que sí lo agradecieran y me arroparan en un abrazo de oso para nada esperado por mí, me calentó partes del corazón en las que solo Kendall había llegado a tocar.
Y no era como si yo estuviera tratando de hacerlo feliz yo sola. Él también hacía lo mismo conmigo, por lo que eso de estar enamorada de él no era más que un mero título vago para no decir que estaba completamente a su merced y que podía hacer conmigo lo que le viniera en gana.
No. Aún tenía una fachada que mantener.
¡Me conocían como chudovishche, por el amor a lo sagrado! Por lo menos, fuera de las cuatro paredes que compartía con mi espécimen, tenía que mostrar ser portadora de tal título. No podía aparecer toda sonriente y cursi ante gente que entrenaba, enseñaba u ordenaba. No. Eso significaba que luego pensarían que yo era alguien maleable.
Editado: 09.10.2024