Let's Play.

Cincuenta y siete

HIDEAWAY

No se me permite apostar, pero si pudiera, apostaría por ti

Arabella

Decir que las cosas se volvieron más sencillas después del operativo exitoso que se tuvo con el Linea D'Acciaio sería una gran mentira. Uno pensaría que, luego de que mi cerebro decidiera funcionar a las pocas horas de quedar inconsciente por la follada salvaje que Rush decidió regalarme, el ambiente estaría relajado, armonioso incluso. Riden ya podía levantarse con escasa ayuda (no es como si se dejara ayudar, de igual forma) y caminar cuatro pasos sin caer exhausto, Mila estaba más apegada a Nathaniel gracias al desplante estúpido de su hermano, y Kendall y Rise... bueno, ellos ni se miraban, pero la tensión sexual que ambos desprendían al estar en una misma habitación era tan grande que me volvía loca. ¿Cómo diablos ambos podían aguantar tanta tensión? A veces me preguntaba si habían firmado una cláusula de celibato porque no era normal aguantar tantas ganas de follar con alguien y al final no hacerlo. Kendall era idiota.

Sin embargo, esa ilusión de un "ambiente armonioso" que nos acompañó momentáneamente se fue a la mierda cuando hace cinco días apenas pude levantarme de la cama enorme de Rush, quejándome por el dolor que palpitaba en el único orificio por el que ya no era virgen. Al espécimen no fue que le importó mucho mi sufrimiento; él y los demás se pasaron mis quejas por el culo durante los primeros tres días, pero como decía, el humor distendido desapareció por completo cuando todos nos reunimos en la bonita y ordenada oficina (para nada como se había dejado en la madrugada) de Rush para una reunión importante.

Harrison, junto con las otras diez personas del consejo, nos observaban desde la pantalla gigante de la oficina, sus rostros graves. Bueno, era mi jefe quien tenía esa expresión, pero ¿cuándo no? Los demás nos estaban mirando quizás con una pizca de orgullo. Aun así, no duró mucho ese brillo bonito en el rostro de los demás. El orgullo y desconcierto que mostraban al principio se transformó en terror e incredulidad cuando Rush sugirió que Nikolay y Alexey podrían estar colaborando, basándose en las balas encontradas en el chaleco de Riden. Ahí todo empezó a ir cuesta abajo.

A decir verdad, Rush había dejado a todo el equipo boquiabierto por la noticia, por ende, la mañana se desvaneció en una serie de discusiones acaloradas, con Harrison exigiendo nuestro regreso para manejar la situación que se estaba descontrolando debido a las especulaciones de Rush. Pese a mi desconcierto, ni el espécimen ni yo dimos nuestro brazo a torcer. Salir de Chicago para volar ocho horas de regreso a Escocia no era una opción hasta que el doctor Mason diera el visto bueno para Riden.

A Harrison no le gustó nuestra negativa, como era de esperarse. Continuó exigiendo nuestro regreso, incluso después de colgar la llamada con el consejo. Me tomó una hora "convencerlo" de que lo mejor para Riden y para manejar el desastre mediático que había provocado la caída del jodido edificio era quedarnos en el penthouse de Rush, manteniéndonos ocultos y de bajo perfil hasta que las cosas se calmaran un poco, pero...

—Estás hablando pura mierda —siseó entre dientes, acribillándome a través de la pantalla de la laptop—. ¿Cuándo te ha importado mantenerte bajo perfil en algo, Ekaterina? Mientras más tiempo pases ahí, peor se van a poner las cosas, así que...

—No podemos dejar a Riden...

—¡Me importa una mierda! —Explotó, su voz retumbando por las cuatro paredes. Rush de inmediato estuvo detrás de mí, con esa aura de querer quitarle la cabeza a mi jefe—. Pueden dejarlo ahí con Kendall y los demás, maldita sea. ¿Qué parte de que ahora todo se complica más si el maldito de Alexey está trabajando con tu padre no entiendes? ¡Estás siendo irresponsable, permitiendo que tus sentimientos nublen todo lo que te he enseñado!

Pese a que tenía algo de razón, no me cohibí en cortarle la llamada y me concentré en ignorarlo el resto de la mañana. Él necesitaba jodidamente calmarse antes de que yo perdiera la cabeza por sus sobreprotecciones. Nadie iba a quedarse atrás. Tal como habíamos llegado, así nos iríamos, y Harrison podía besarme el culo si no le gustaba.

Pero si pensaba que ahí acababan los problemas con él, era idiota. Ese mismo día por la noche, Kendall me lanzó un montón de papeleo de la baticueva que Harrison quería que transcribiera, ordenara, revisara y firmara, impidiéndome salir de la oficina de Rush durante los siguientes cuatro días. Me estaba ahogando en trabajo de oficina, al punto de que cuando cerraba los ojos solo veía números, palabras y firmas de personas distintas en hojas interminables. Ni tiempo me daba para follar con el espécimen; apenas llegaba a su habitación, me mantenía lo suficientemente consiente para darme una ducha rápida y caía rendida en la cama antes de sentir siquiera los labios del espécimen en mi cuello.

Eso de que trabajar en una oficina era más agotador que el trabajo de campo resultó ser horriblemente cierto. Ahora entendía el humor de Rush cada vez que salía de su pequeña oficina en la baticueva y por qué descargaba su frustración entrenando a su equipo de élite. La rutina, el estrés y la sensación constante de que algo estaba a punto de desmoronarse me estaban llevando al límite, y lo único que deseaba era un maldito respiro de todo este caos.

—¡Esto es demasiado! —Gemí, exhausta y con la vista cansada.

Estábamos a sábado. ¡Sábado! Y aún esa maldita montaña de papeles inútiles no terminaba de desaparecer. Había comenzado con esto contenta y temprano porque ya me quedaban pocos documentos, pero no. Kendall pasó a la oficina a las dos de la tarde cargando con mucha más mierda en sus manos, depositándolos en el escritorio, dándome una mirada apenada.




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