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Cincuenta y nueve

AGONÍA COMPARTIDA

N/A: este, más el siguiente capítulo, tendrán escenas fuertes. Por lo que recomiendo que si no eres de leer escenas explicitas, déjalo hasta acá. Sin más que añadir por acá, nos leemos más abajito. 👀

Alea iacta est, es decir, joder.

Arabella

Octubre, 21.

Sumergirse.

Luchar nadando para salir a la superficie.

Salir a duras penas, tratando de mantenerme a flote.

Ahogarse por una fuerza externa que te exigía que volvieras a las profundidades del negro y helado mar del que estabas luchando por salir.

Repetir.

Repetí eso. Repetí el horrible proceso hasta que mis brazos se cansaron de bracear de manera errática. Repetí eso hasta que el agua salada se hizo imposible de seguir soportando, así que me ahogué. Dejé que esa maldita fuerza externa me llevara hasta donde quería llevarme. Los pulmones se llenaron de agua, la garganta se me cerró, los ojos ardían.

Intentar contener la respiración se hacía cada vez más imposible, y desfallecer era mi opción más viable. Y estaba a punto. Pero al mar no le debió de gustar mi sabor ya que me escupió con violencia, haciéndome volar, depositándome en un lugar condenadamente helado, en algo apenas cómodo.

Abrir los ojos no era una opción para mí. No podía. Y si esta era una recompensa del mar por dejarme tragar, apestaba.

Non possiamo continuare a tenerla così, signore. Il suo corpo non reggerà un'altra infusione. Tanto meno con questa temperatura. Sono passati giorni, ha bisogno di cibo.

«No podemos seguir manteniéndola así, señor. Su cuerpo no soportará otra infusión. Mucho menos con esta temperatura. Han pasado días, necesita comida». Tardé en registrar la voz y tardé mucho más en registrar el idioma. Mi cabeza soltó traducción tras traducción en cada idioma que sabía, hasta que pegó con uno que me dejó más confundida de lo que me encontraba.

Sentí el roce de una nariz en mi cuello, seguido de una mordida que activó un dolor punzante en mi cuerpo. ¿Qué mierda...? Una risa profunda y masculina fue lo siguiente que oí y luego algo que hizo que mi corazón latiera desbocado.

—¿Estás despierta, ouranos? ¿Me oyes? —Un lengüetazo asqueroso recorrió mi garganta—. Ve conmigo la ironía de la vida y la estupidez de tu razonamiento —volvió a reír—. Jugaste con fuego hace algún tiempo, ¿y qué creíste? ¿Qué las acciones de tu comportamiento no iban a tener consecuencias? —Soltó un tarareó negativo y se echó a reír. El frío volvió a arroparme cuando se alejó—. Non mi interessa. Alza la temperatura e raddoppia la dose.

«No me importa. Sube la temperatura y dobla la dosis».

Captaba la voz. Mi cerebro la reconocía, pero pensar se me hacía tan pesado que era incapaz de encontrar sentido a algo de lo que estaba diciendo. ¿De qué y quién diablos estaba hablando? La desesperación me golpeó de lleno, tratando de asimilar la situación mientras el ahogo y el desconcierto se mezclaban. Intenté moverme, sin embargo, estaba tan cansada que mi cuerpo no respondía.

Ma signore...

El sonido de cosas de metal cayendo al suelo resonó por la habitación seguido de unas dolorosas quejas inentendibles.

Fallo —siseó el hombre, furioso. Su cercanía me hizo querer vomitar y el otro lengüetazo que me dio en la comisura de mi boca me hizo querer matarlo—. Dulces sueños, ouranos. Prometo despertarte cuando esté todo listo.

Quería replicar. Quería arrancarle la cabeza a quien sea que me estaba hablando, pero volví a ser arrojada a las aguas gélidas del mar negro, batallando con las olas enormes que me llevaban hacia abajo, antes de siquiera tener la oportunidad de hablar.

Mi mente se llenó de imágenes fragmentadas y sensaciones confusas mientras me hundía. La desesperación me envolvía como una manta pesada, oscura y húmeda, impidiendo cualquier pensamiento coherente. La impotencia me paralizaba, y todo lo que podía hacer era intentar respirar, aunque el aire parecía haberse esfumado.

Todo quemaba, ardía. Estaba tan cansada de intentar mantenerme a flote que solo dejé de intentarlo; me ahogué.

♦♦♦

Octubre, 26.

Basta.

Estaba cansada. No quería más. Las olas eran cada vez peor y por más que gritara y me mantuviera a flote, el mar no hacía más que tragarme, robándome el aire. El jodido frío calaba mis huesos, congelando mis músculos, impidiendo que siguiera nadando hacia la superficie.

Mis pulmones ardían, clamando por oxígeno mientras que el agua salada quemaba mi garganta y mis ojos que no hacían más que intentar de ver a través de la negrura del mar, sin éxito alguno. El peso del mar me estaba aplastando, devorándome, haciéndose cada vez más pesado, más implacable.

El frío no sólo envolvía mi cuerpo, sino que también se apoderaba de mi espíritu, gritándome que me rindiera, que lo dejara hasta aquí. Que no siguiera luchando. Y me ganaban sus gritos, sin embargo, cada vez que me dejaba vencer, el inclemente mar me escupía, mandándome al otro gélido lugar para escuchar voces.

¿Para qué? ¿Qué ganaba con eso? ¿Por qué quería escuchar voces si lo que quería era morirme? ¿Cuál era el punto de todo esto? Estaba exhausta.

Tan solo déjenme ir.

Aun así, una voz sorprendida y confundida se filtró en mi cabeza, traduciendo sus palabras al inglés al momento en que habló.

Siamo a dieci gradi. Come fa a respirare dopo tutte queste ore?

«Estamos a diez grados. ¿Cómo es que ella sigue respirando después de tantas horas?».

La vogliono debole, non morta —respondió otra voz, cargada de aburrimiento y hostilidad.




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